Antología Luisianense
Álvar Núñez Cabeza de Vaca.
La Relación de los Naufragios y Comentarios de Álvar Núñez Cabeza de
Vaca.
|
de Vaca’s proposed route.
|
Proemio
Entre cuantos
príncipes sabemos haya habido en el mundo, ninguno pienso se
podría hallar a quien con tan verdadera voluntad, con tan
gran diligencia y deseo hayan procurado los hombres servir como
vemos que a Vuestra Majestad hacen hoy. Bien claro se podrá
aquí conocer y que esto no será sin gran causa y
razón, ni son tan ciegos los hombres, que a ciegas y sin
fundamento todos siguiesen este camino, pues vemos que no
sólo los naturales a quien la fe y la subjeción
obliga a hacer esto, mas aún los extraños trabajan
por hacerle ventaja. Mas ya que el deseo y voluntad de servir y a
todos en esto haga conformes, allende la ventaja que cada uno puede
hacer, hay una muy gran diferencia no causada por culpa de ellos,
sino solamente de la fortuna, o más cierto sin culpa de
nadie, mas por sola voluntad y juicio de Dios; donde nace que uno
salga con más señalados servicios que pensó, y
a otro le suceda todo tan al revés, que no pueda mostrar de
su propósito más testigo que a su diligencia, y aun
ésta queda a las veces tan encubierta que no puede volver
por sí. De mí puedo decir que en la jornada que por
mandado de Vuestra Majestad hice de Tierra Firme, bien pensé
que mis obras y servicios fueran tan claros y manifiestos como
fueron los de mis antepasados y que no tuviera yo necesidad de
hablar para ser contado entre los que con entera fe y gran cuidado
administran y tratan los cargos de Vuestra Majestad, y les hace
merced. Mas como ni mi consejo ni diligencia aprovecharon para que
aquello a que éramos idos fuese ganado conforme al servicio
de Vuestra Majestad, y por nuestros pecados permitiese Dios que de
cuantas armadas a aquellas tierras han ido ninguna se viese en tan
grandes peligros ni tuviese tan miserable y desastrado fin, no me
quedó lugar para hacer más servicio de éste,
que es traer a Vuestra Majestad relación de lo que en diez
años que por muchas y muy extrañas tierras que anduve
perdido y en cueros, pudiese saber y ver, así en el sitio de
las tierras y provincias de ellas, como en los mantenimientos y
animales que en ella se crían, y las diversas costumbres de
muchas y muy bárbaras naciones con quien conversé y
viví, y todas las otras particularidades que pude alcanzar y
conocer, que de ello en alguna manera Vuestra Majestad será
servido: porque aunque la esperanza de salir de entre ellos tuve,
siempre fue muy poca, el cuidado y diligencia siempre fue muy
grande de tener particular memoria de todo, para que si en
algún tiempo Dios nuestro Señor quisiese traerme a
donde ahora estoy, pudiese dar testigo de mi voluntad, y servir a
Vuestra Majestad. Lo cual yo escribí con tanta certinidad,
que aunque en ella se lean algunas cosas muy nuevas y para algunos
muy difíciles de creer, pueden sin duda creerlas: y creer
por muy cierto, que antes soy en todo más corto que largo, y
bastará para esto haberlo ofrecido a Vuestra Majestad por
tal. A la cual suplico la reciba en nombre del servicio, pues
éste solo es el que un hombre que salió desnudo pudo
sacar consigo.
Capítulo I
A 17 días
del mes de junio de 1527 partió del puerto de San
Lúcar de Barrameda el gobernador Pánfilo de
Narváez, con poder y mandado de Vuestra Majestad para
conquistar y gobernar las provincias que están desde el
río de las Palmas hasta el cabo de la Florida, las cuales
son en Tierra Firme; y la armada que llevaba eran cinco
navíos, en los cuales, poco más o menos, irían
seiscientos hombres. Los oficiales que llevaba (porque de ellos se
ha de hacer mención) eran éstos que aquí se
nombran: Cabeza de Vaca, por tesorero y por alguacil mayor; Alonso
Enríquez, contador; Alonso de Solís, por factor de
Vuestra Majestad y por veedor; iba un fraile de la Orden de San
Francisco por comisario, que se llamaba fray Juan Suárez,
con otros cuatro frailes de la misma Orden. Llegamos a la isla de
Santo Domingo, donde estuvimos casi cuarenta y cinco días,
proveyéndonos de algunas cosas necesarias,
señaladamente de caballos. Aquí nos faltaron de
nuestra armada más de ciento y cuarenta hombres, que se
quisieron quedar allí, por los partidos y promesas que los
de la tierra les hicieron. De allí partimos y llegamos a
Santiago (que es puerto en la isla de Cuba), donde en algunos
días que estuvimos, el gobernador se rehízo de gente,
de armas y de caballos. Sucedió allí que un
gentilhombre que se llamaba Vasco Porcalle, vecino de la villa de
la Trinidad, que es en la misma isla, ofreció de dar al
gobernador ciertos bastimentos que tenía en la Trinidad, que
es cien leguas del dicho puerto de Santiago. El gobernador, con
toda la armada, partió para allá; mas llegados a un
puerto que se dice Cabo de Santa Cruz, que es mitad del camino,
parecióle que era bien esperar allí y enviar un
navío que trajese aquellos bastimentos; y para esto
mandó a un capitán Pantoja que fuese allá con
su navío, y que yo, para más seguridad, fuese con
él, y él quedó con cuatro navíos,
porque en la isla de Santo Domingo había comprado un otro
navío. Llegados con estos dos navíos al puerto de la
Trinidad, el capitán Pantoja fue con Vasco Porcalle a la
villa, que es una legua de allí, para recibir los
bastimentos; yo quedé en la mar con los pilotos, los cuales
nos dijeron que con la mayor presteza que pudiésemos nos
despachásemos de allí, porque aquel era muy mal
puerto y se solían perder muchos navíos en él;
y porque lo que allí nos sucedió fue cosa muy
señalada, me pareció que no sería fuera del
propósito y fin con que yo quise escribir este camino,
contarla aquí. Otro día de mañana
comenzó el tiempo a no dar buena señal, porque
comenzó a llover, y el mar iba arreciando tanto, que aunque
yo di licencia a la gente que saliese a tierra, como ellos vieron
el tiempo que hacía y que la villa estaba de allí una
legua, por no estar al agua y frío que hacía, muchos
se volvieron al navío. En esto vino una canoa de la villa,
rogándome que me fuese allá y que me darían
los bastimentos que hubiese y necesarios fuesen; de lo cual yo me
excusé diciendo que no podía dejar los navíos.
A mediodía volvió la canoa con otra carta, en que con
mucha importunidad pedían lo mismo, y traían un
caballo en que fuese; yo di la misma respuesta que primero
había dado, diciendo que no dejaría los
navíos; mas los pilotos y la gente me rogaron mucho que
fuese, porque diese prisa que los bastimentos se trajesen lo
más presto que pudiese ser, porque nos partiésemos
luego de allí, donde ellos estaban con gran temor que los
navíos se habían de perder si allí estuviesen
mucho. Por esta razón yo determiné de ir a la villa,
aunque primero que fuese dejé proveído y mandado a
los pilotos que si el Sur, con que allí suelen perderse
muchas veces los navíos, ventase y se viesen en mucho
peligro, diesen con los navíos al través y en parte
que se salvase la gente y los caballos. Y con esto yo salí,
aunque quise sacar algunos conmigo, por ir en mi
compañía, los cuales no quisieron salir, diciendo que
hacía mucha agua y frío y la villa estaba muy lejos;
que otro día, que era domingo, saldrían con la ayuda
de Dios, a oír misa. A una hora después de yo salido
la mar comenzó a venir muy brava, y el norte fue tan recio
que ni los bateles osaron salir a tierra, ni pudieron dar en
ninguna manera con los navíos al través por ser el
viento por la proa; de suerte que con muy gran trabajo, con dos
tiempos contrarios y mucha agua que hacía, estuvieron aquel
día y el domingo hasta la noche. A esta hora el agua y la
tempestad comenzó a crecer tanto, que no menos tormenta
había en el pueblo que en el mar, porque todas las casas e
iglesias se cayeron, y era necesario que anduviésemos siete
u ocho hombres abrazados unos con otros para podernos amparar que
el viento no nos llevase; y andando entre los árboles, no
menos temor teníamos de ellos que de las casas, porque como
ellos también caían, no nos matasen debajo. En esta
tempestad y peligro anduvimos toda la noche, sin hallar parte ni
lugar donde media hora pudiésemos estar seguros.
|
First Map of the American Continents.
By Sebastian Münster, 1550.
|
Andando en esto,
oímos toda la noche, especialmente desde el medio de ella,
mucho estruendo grande y ruido de voces, y gran sonido de
cascabeles y de flautas y tamborinos y otros instrumentos, que
duraron hasta la mañana, que la tormenta cesó. En
estas partes nunca otra cosa tan medrosa se vio; yo hice una
probanza de ello, cuyo testimonio envié a Vuestra Majestad.
El lunes por la mañana bajamos al puerto y no hallamos los
navíos; vimos las boyas de ellos en el agua, adonde
conocimos ser perdidos, y anduvimos por la costa por ver si
hallaríamos alguna cosa de ellos; y como ninguno
hallásemos, metímonos por los montes, y andando por
ellos un cuarto de legua de agua hallamos la barquilla de un
navío puesta sobre unos árboles, y diez leguas de
allí por la costa, se hallaron dos personas de mi
navío y ciertas tapas de cajas, y las personas tan
desfiguradas de los golpes de las peñas, que no se
podían conocer; halláronse también una capa y
una colcha hecha pedazos, y ninguna otra cosa pareció.
Perdiéronse en los navíos sesenta personas y veinte
caballos. Los que habían salido a tierra el día que
los navíos allí llegaron, que serían hasta
treinta, quedaron de los que en ambos navíos había.
Así estuvimos algunos días con mucho trabajo y
necesidad, porque la provisión y mantenimientos que el
pueblo tenía se perdieron y algunos ganados; la tierra
quedó tal, que era gran lástima verla: caídos
los árboles, quemados los montes, todos sin hojas ni yerba.
Así pasamos hasta cinco días del mes de noviembre,
que llegó el gobernador con sus cuatro navíos, que
también habían pasado gran tormenta y también
habían escapado por haberse metido con tiempo en parte
segura. La gente que en ellos traía, y la que allí
halló, estaban tan atemorizados de lo pasado, que
temían mucho tornarse a embarcar en invierno, y rogaron al
gobernador que lo pasase allí, y él, vista su
voluntad y la de los vecinos, intervino allí. Dióme a
mí cargo de los navíos y de la gente para que me
fuese con ellos a invernar al puerto de Xagua, que es doce leguas
de allí, donde estuve hasta 20 días del mes de
febrero.
Capítulo II
En este tiempo
llegó allí el gobernador con un bergantín que
en la Trinidad compró, y traía consigo un piloto que
se llamaba Miruelo; habíalo tomado porque decía que
sabía y había estado en el río de las Palmas,
y era muy buen piloto de toda la costa norte. Dejaba también
comprado otro navío en la costa de La Habana, en el cual
quedaba por capitán Álvaro de la Cerda, con cuarenta
hombres y doce de a caballo; y dos días después que
llegó el gobernador se embarcó, y la gente que
llevaba eran cuatrocientos hombres y ochenta caballos en cuatro
navíos y un bergantín. El piloto que de nuevo
habíamos tomado metió los navíos por los
bajíos que dicen de Canarreo, de manera que otro día
dimos en seco, y así estuvimos quince días, tocando
muchas veces las quillas de los navíos en seco, al cabo de
los cuales, una tormenta del sur metió tanta agua en los
bajíos, que pudimos salir, aunque no sin mucho peligro.
Partidos de aquí y llegados a Guaniguanico, nos tomó
otra tormenta, que estuvimos a tiempo de perdernos. A cabo de
Corrientes tuvimos otra, donde estuvimos tres días; pasados
éstos, doblamos el cabo de San Antón, y anduvimos con
tiempo contrario hasta llegar a doce leguas de La Habana; y estando
otro día para entrar en ella, nos tomó un tiempo de
sur que nos apartó de la tierra, y atravesamos por la costa
de la Florida y llegamos a la tierra martes 12 días del mes
de abril, y fuimos costeando la vía de la Florida; y Jueves
Santo surgimos en la misma costa, en la boca de una bahía,
al cabo de la cual vimos ciertas casas y habitaciones de
indios.
Capítulo III
En este mismo
día salió el contador Alonso Enríquez y se
puso en una isla que está en la misma bahía y
llamó a los indios, los cuales vinieron y estuvieron con
él buen pedazo de tiempo, y por vía de rescate le
dieron pescado y algunos pedazos de carne de venado. Otro
día siguiente, que era Viernes Santo, el gobernador se
desembarcó con la más gente que en los bateles que
traía pudo sacar, y como llegamos a los buhíos o
casas que habíamos visto de los indios, hallámoslas
desamparadas y solas, porque la gente se había ido aquella
noche en sus canoas. El uno de aquellos buhíos era muy
grande, que cabrían en él más de trescientas
personas; los otros eran más pequeños, y hallamos
allí una sonaja de oro entre las redes. Otro día el
gobernador levantó pendones por Vuestra Majestad y
tomó la posesión de la tierra en su real nombre,
presentó sus provisiones y fue obedecido por gobernador,
como Vuestra Majestad lo mandaba. Asimismo presentamos nosotros las
nuestras ante él, y él las obedeció como en
ellas se contenía. Luego mandó que toda la otra gente
desembarcase y los caballos que habían quedado, que no eran
más de cuarenta y dos, porque los demás, con las
grandes tormentas y mucho tiempo que habían andado por la
mar, eran muertos; y estos pocos que quedaron estaban tan flacos y
fatigados, que por el presente poco provecho pudimos tener de
ellos. Otro día los indios de aquel pueblo vinieron a
nosotros, y aunque nos hablaron, como nosotros no teníamos
lengua, no los entendíamos; mas hacíannos muchas
señas y amenazas, y nos pareció que nos decían
que nos fuésemos de la tierra, y con esto nos dejaron, sin
que nos hiciesen ningún impedimento, y ellos se fueron.
Otro día
adelante el gobernador acordó de entrar por la tierra, por
descubrirla y ver lo que en ella había. Fuímonos con
él el comisario y el veedor y yo, con cuarenta hombres, y
entre ellos seis de caballo, de los cuales poco nos podíamos
aprovechar. Llevamos la vía del norte hasta que a hora de
vísperas llegamos a una bahía muy grande, que nos
pareció que entraba mucho por la tierra; quedamos
allí aquella noche, y otro día nos volvimos donde los
navíos y gente estaban. El gobernador mandó que el
bergantín fuese costeando la vía de la Florida, y
buscase el puerto que Miruelo el piloto había dicho que
sabía; mas ya él lo había errado, y no
sabía en qué parte estábamos, ni adónde
era el puerto; y fuele mandado al bergantín que si no lo
hallase, travesase a La Habana, y buscase el navío que
Álvaro de la Cerda tenía, y tomados algunos
bastimentos, nos viniesen a buscar. Partido el bergantín,
tornamos a entrar en la tierra los mismos que primero, con alguna
gente más, y costeamos la bahía que habíamos
hallado; y andadas cuatro leguas, tomamos cuatro indios, y
mostrámosles maíz para ver si le conocían,
porque hasta entonces no habíamos visto señal de
él. Ellos nos dijeron que nos llevarían donde lo
había; y así, nos llevaron a su pueblo, que es al
cabo de la bahía, cerca de allí, y en él nos
mostraron un poco de maíz, que aún no estaba para
cogerse. Allí hallamos muchas cajas de mercaderes de
Castilla, y en cada una de ellas estaba un cuerpo de hombre muerto,
y los cuerpos cubiertos con unos cueros de venado pintados. Al
comisario le pareció que esto era especie de
idolatría, y quemó la caja con los cuerpos. Hallamos
también pedazos de lienzo y de paño, penachos que
parecían de la Nueva España; hallamos también
muestras de oro. Por señas preguntamos a los indios de
adónde habían habido aquellas cosas;
señaláronnos que muy lejos de allí
había una provincia que se decía Apalache, en la cual
había mucho oro, y hacían seña de haber muy
gran cantidad de todo lo que nosotros estimamos en algo.
Decían que en Apalache había mucho, y tomando
aquellos indios por guía, partimos de allí; y andadas
diez o doce leguas, hallamos otro pueblo de quince casas, donde
había buen pedazo de maíz sembrado, que ya estaba
para cogerse, y también hallamos alguno que estaba ya seco;
y después de dos días que allí estuvimos, nos
volvimos donde el contador y la gente y navíos estaban, y
contamos al contador y pilotos lo que habíamos visto, y las
nuevas que los indios nos habían dado. Y otro día que
fue primero de mayo, el gobernador llamó aparte al comisario
y al contador y al veedor y a mí, y a un marinero que se
llamaba Bartolomé Fernández, y a un escribano que se
decía Jerónimo de Alaniz, y así juntos, nos
dijo que tenía voluntad de entrar por la tierra adentro y
los navíos se fuesen costeando hasta que llegasen al puerto,
y que los pilotos decían y creían que yendo la
vía de las Palmas estaban muy cerca de allí; y sobre
esto nos rogó le diésemos nuestro parecer. Yo
respondía que me parecía que por ninguna manera
debía dejar los navíos sin que primero quedasen en
puerto seguro y poblado, y que mirase que los pilotos no andaban
ciertos, ni se afirmaban en una misma cosa, ni sabían a
qué parte estaban; y que allende de esto, los caballos no
estaban para que en ninguna necesidad que se ofreciese nos
pudiésemos aprovechar de ellos; y que sobre todo esto,
íbamos mudos y sin lengua, por donde mal nos podíamos
entender con los indios, ni saber lo que de la tierra
queríamos, y que entrábamos por tierra de que ninguna
relación teníamos, ni sabíamos de qué
suerte era, ni lo que en ella había, ni de qué gente
estaba poblada, ni a qué parte de ella estábamos; y
que sobre todo esto, no teníamos bastimentos para entrar
adonde no sabíamos; porque, visto lo que los navíos
había, no se podía dar a cada hombre de ración
para entrar por la tierra más de una libra de bizcocho y
otra de tocino, y que mi parecer era que se debía embarcar e
ir a buscar puerto y tierra que fuese mejor para poblar, pues la
que habíamos visto, en sí era tan despoblada y tan
pobre, cuanto nunca en aquellas partes se había hallado. Al
comisario le pareció todo lo contrario, diciendo que no se
había de embarcar, sino que yendo siempre hacia la costa,
fuesen en busca del puerto, pues los pilotos decían que no
estaría sino diez o quince leguas de allí la
vía de Pánuco, y que no era posible, yendo siempre a
la costa, que no topásemos con él, porque
decían que entraba doce leguas adentro por la tierra, y que
los primeros que lo hallasen, esperasen allí a los otros, y
que embarcarse era tentar a Dios, pues desque partimos de Castilla
tantos trabajos habíamos pasado, tantas tormentas, tantas
pérdidas de navíos y de gente habíamos tenido
hasta llegar allí; y que por estas razones él se
debía de ir por luengo de costa hasta llegar al puerto, y
que los otros navíos, con la otra gente, se irían a
la misma vía hasta llegar al mismo puerto. A todos los que
allí estaban pareció bien que esto se hiciese
así, salvo al escribano, que dijo que primero que
desamparase los navíos, los debía de dejar en puerto
conocido y seguro, y en parte que fuese poblada; que esto hecho,
podría entrar por la tierra adentro y hacer lo que le
pareciese. El gobernador siguió su parecer y lo que los
otros le aconsejaban. Yo, vista su determinación,
requeríle de parte de Vuestra Majestad que no dejase los
navíos sin que quedasen en puerto y seguros, y así lo
pedí por testimonio al escribano que allí
teníamos. Él respondió que, pues él se
conformaba con el parecer de los más de los otros oficiales
y comisario, que yo no era parte para hacerle estos requerimientos,
y pidió al escribano le diese por testimonio cómo por
no haber en aquella tierra mantenimientos para poder poblar, ni
puerto para los navíos, levantaba el pueblo que allí
había asentado, e iba con él en busca del puerto y de
tierra que fuese mejor; y luego mandó apercibir la gente que
había de ir con él, que se proveyesen de lo que era
menester para la jornada. Y después de esto proveído,
en presencia de los que allí estaban, me dijo que, pues yo
tanto estorbaba y temía la entrada por tierra, que me
quedase y tomase cargo de los navíos y de la gente que en
ellos quedaba, y poblase si yo llegase primero que él. Yo me
excusé de esto, y después de salidos de allí
aquella misma tarde, diciendo que no le parecía que de nadie
se podía fiar aquello, me envió a decir que me rogaba
que tomase cargo de ello. Y viendo que importunándome tanto,
yo todavía me excusaba, me preguntó qué era la
causa por que huía de aceptarlo; a lo cual respondí
que yo huía de encargarme de aquello porque tenía por
cierto y sabía que él no había de ver
más los navíos, ni los navíos a él, y
que esto entendía viendo que tan sin aparejo se entraban por
la tierra adentro. Y que yo quería más aventurarme al
peligro que él y los otros se aventuraban, y pasar por lo
que él y ellos pasasen, que no encargarme de los
navíos, y dar ocasión a que se dijese que, como
había contradicho la entrada, me quedaba por temor, y mi
honra anduviese en disputa; y que yo quería más
aventurar la vida que poner mi honra en esta condición.
Él, viendo que conmigo no aprovechaba, rogó a otros
muchos que me hablasen en ello y me lo rogasen, a los cuales
respondí lo mismo que a él; y así,
proveyó por su teniente, para que quedase en los
navíos, a un alcalde que traía que se llamaba
Caravallo.
Sábado
primero de mayo, el mismo día que esto había pasado,
mandó dar a cada uno de los que habían de ir con
él dos libras de bizcocho y media libra de tocino, y
así nos partimos para entrar en la tierra. La suma de toda
la gente que llevábamos era trescientos hombres; en ellos
iba el comisario fray Juan Suárez, y otro fraile que se
decía fray Juan de Palos, y tres clérigos y los
oficiales. La gente de caballo que con estos íbamos,
éramos cuarenta de caballo; y así anduvimos con aquel
bastimento que llevábamos, quince días, sin hallar
otra cosa que comer, salvo palmitos de la manera de los de
Andalucía. En todo este tiempo no hallamos indio ninguno, ni
vimos casa ni poblado, y al cabo llegamos a un río que lo
pasamos con muy gran trabajo a nado y en balsas; detuvímonos
un día en pasarlo, que traía muy gran corriente.
Pasados a la otra parte, salieron a nosotros hasta doscientos
indios, poco más o menos; el gobernador salió a
ellos, y después de haberlos hablado por señas, ellos
nos señalaron de suerte que nos hubimos de revolver con
ellos, y prendimos cinco o seis; y éstos nos llevaron a sus
casas, que estaban hasta media legua de allí, en las cuales
hallamos gran cantidad de maíz que estaba ya para cogerse, y
dimos infinitas gracias a nuestro Señor por habernos
socorrido en tan grande necesidad, porque ciertamente, como
éramos nuevos en los trabajos, allende del cansancio que
traíamos, veníamos muy fatigados de hambre y a
tercero día que allí llegamos, nos juntamos el
contador y veedor y comisario y yo, y rogamos al gobernador que
enviase a buscar la mar, por ver si hallaríamos puerto,
porque los indios decían que la mar no estaba muy lejos de
allí. Él nos respondió que no curásemos
de hablar en aquello, porque estaba muy lejos de allí; y
como yo era el que más le importunaba, díjome que me
fuese yo a descubrirla y que buscase puerto, y que había de
ir a pie con cuarenta hombres; y así, otro día yo me
partí con el capitán Alonso del Castillo y con
cuarenta hombres de su compañía, y así
anduvimos hasta hora del mediodía, que llegamos a unos
placeles de la mar que parecía que entraban mucho por
tierra; anduvimos por ellos hasta legua y media con el agua hasta
la mitad de la pierna, pisando por encima de ostiones, de los
cuales recibimos muchas cuchilladas en los pies, y nos fueron a
causa de mucho trabajo, hasta que llegamos en el río que
primero habíamos atravesado, que entraba por aquel mismo
ancón, y como no lo pudimos pasar, por el mal aparejo que
para ello teníamos, volvimos al real, y contamos al
gobernador lo que habíamos hallado, y cómo era
menester otra vez pasar el río por el mismo lugar que
primero habíamos pasado, para que aquél ancón
se descubriese bien, y viésemos si por allí
había puerto; y otro día mandó a un
capitán que se llamaba Valenzuela, que con setenta hombres y
seis de caballo pasase el río y fuese por él abajo
hasta llegar a la mar, y buscar si había puerto; el cual,
después de dos días que allá estuvo,
volvió y dijo que él había descubierto el
ancón, y que todo era bahía baja hasta la rodilla, y
que no se hallaba puerto; y que había visto cinco o seis
canoas de indios que pasaban de una parte a otra y que llevaban
puestos muchos penachos. Sabido esto, otro día partimos de
allí, yendo siempre en demanda de aquella provincia que los
indios nos habían dicho Apalache, llevando por guía
los que de ellos habíamos tomado, y así anduvimos
hasta 17 de junio, que no hallamos indios que nos osasen esperar. Y
allí salió a nosotros un señor que le
traía un indio a cuestas, cubierto de un cuero de venado
pintado: traía consigo mucha gente, y delante de él
venían tañendo unas flautas de caña; y
así llegó donde estaba el gobernador, y estuvo una
hora con él, y por señas le dimos a entender que
íbamos a Apalache, y por las señas que él
hizo, nos pareció que era enemigo de los de Apalache, y que
nos iría a ayudar contra él. Nosotros le dimos
cuentas y cascabeles y otros rescates, y él dio al
gobernador el cuero que traía cubierto; y así se
volvió, y nosotros le fuimos siguiendo por la vía que
él iba. Aquella noche llegamos a un río, el cual era
muy hondo y muy ancho, y la corriente muy recia, y por no
atrevernos a pasar con balsas, hicimos una canoa para ello, y
estuvimos en pasarlo un día; y si los indios nos quisieran
ofender, bien nos pudieran estorbar el paso, y aun con ayudarnos
ellos, tuvimos mucho trabajo. Uno de a caballo, que se decía
Juan Velázquez, natural de Cuéllar, por no esperar
entró en el río, y la corriente, como era recia, lo
derribó del caballo, y se asió a las riendas, y
ahogó a sí y al caballo; y aquellos indios de aquel
señor, que se llamaba Dulchanchelín, hallaron el
caballo, y nos dijeron dónde hallaríamos a él
por el río abajo; y así fueron por él, y su
muerte nos dio mucha pena, porque hasta entonces ninguno nos
había faltado. El caballo dio de cenar a muchos aquella
noche.
Pasados de
allí, otro día llegamos al pueblo de aquel
señor, y allí nos envió maíz. Aquella
noche, donde iban a tomar agua nos flecharon un cristiano, y quiso
Dios que no lo hirieron. Otro día nos partimos de
allí sin que indio ninguno de los naturales pareciese,
porque todos habían huido; más yendo nuestro camino,
parecieron indios, los cuales venían de guerra, y aunque
nosotros los llamamos, no quisieron volver ni esperar; mas antes se
retiraron, siguiéndonos por el mismo camino que
llevábamos. El gobernador dejó una celada de algunos
de a caballo en el camino, que como pasaron, salieron a ellos, y
tomaron tres o cuatro indios, y éstos llevamos por
guías de allí adelante; los cuales nos llevaron por
tierra muy trabajosa de andar y maravillosa de ver, porque en ella
hay muy grandes montes y los árboles a maravilla altos, y
son tantos los que están caídos en el suelo, que nos
embarazaban el camino, de suerte que no podíamos pasar sin
rodear mucho y con muy gran trabajo; de los que no estaban
caídos, muchos estaban hendidos desde arriba hasta abajo, de
rayos que en aquella tierra caen, donde siempre hay muy grandes
tormentas y tempestades. Con este trabajo caminamos hasta un
día después de San Juan, que llegamos a vista de
Apalache sin que los indios de la tierra nos sintiesen. Dimos
muchas gracias a Dios por vernos tan cerca de Él, creyendo
que era verdad lo que de aquella tierra nos habían dicho,
que allí se acabarían los grandes trabajos que
habíamos pasado, así por el malo y largo camino para
andar, como por la mucha hambre que habíamos padecido;
porque aunque algunas veces hallábamos maíz, las
más andábamos siete y ocho leguas sin toparlo; y
muchos había entre nosotros que, allende del mucho cansancio
y hambre, llevaban hechas llagas en las espaldas, de llevar las
armas a cuestas, sin otras cosas que se ofrecían. Mas con
vernos llegados donde deseábamos, y donde tanto
mantenimiento y oro nos habían dicho que había,
pareciónos que se nos había quitado gran parte del
trabajo y cansancio.
Llegados que
fuimos a vista de Apalache, el gobernador mandó que yo
tomase nueve de a caballo y cincuenta peones, y entrase en el
pueblo, y así lo acometimos el veedor y yo; y entrados, no
hallamos sino mujeres y muchachos, que los hombres a la
sazón no estaban en el pueblo; mas de ahí a poco,
andando nosotros por él, acudieron, y comenzaron a pelear,
flechándonos, y mataron el caballo del veedor; mas al fin
huyeron y nos dejaron. Allí hallamos mucha cantidad de
maíz que estaba ya para cogerse, y mucho seco que
tenían encerrado. Hallámosles muchos cueros de
venados, y entre ellos algunas mantas de hilo pequeñas, y no
buenas, con que las mujeres cubren algo de sus personas.
Tenían muchos vasos para moler maíz. En el pueblo
había cuarenta casas pequeñas y edificadas, bajas y
en lugares abrigados, por temor de las grandes tempestades que
continuamente en aquella tierra suele haber. El edificio es de
paja, y están cercados de muy espeso monte y grandes
arboledas y muchos piélagos de agua, donde hay tantos y tan
grandes árboles caídos, que embarazan, y son causa
que no se puede por allí andar sin mucho trabajo y
peligro.
La tierra, por la
mayor parte, desde donde desembarcamos hasta este pueblo y tierra
de Apalache, es llana; el suelo, de arena y tierra firme; por toda
ella hay muy grandes árboles y montes claros, donde hay
nogales y laureles, y otros que se llaman liquidámbares,
cedros, sabinas y encinas y pinos y robles, palmitos bajos, de la
manera de los de Castilla. Por toda ella hay muchas lagunas grandes
y pequeñas, algunas muy trabajosas de pasar, parte por la
mucha hondura, parte por tantos árboles como por ellas
están caídos. El suelo de ellas es de arena, y las
que en la comarca de Apalache hallamos son muy mayores que las de
hasta allí. Hay en esta provincia muchos maizales, y las
casas están tan esparcidas por el campo, de la manera que
están las de los Gelves. Los animales que en ellas vimos
son: venados de tres maneras, conejos y liebres, osos y leones, y
otras salvajinas, entre los cuales vimos un animal que trae los
hijos en una bolsa que en la barriga tiene; y todo el tiempo que
son pequeños los trae allí, hasta que saben buscar de
comer; y si acaso están fuera buscando de comer, y acude
gente, la madre no huye hasta que los ha recogido en su bolsa. Por
allí la tierra en muy fría; tiene muy buenos pastos
para ganados; hay aves de muchas maneras, ánsares en gran
cantidad, patos, ánades, patos reales, dorales y garzotas y
garzas, perdices; vimos muchos halcones, neblíes, gavilanes,
esmerejones y otras muchas aves. Dos horas después que
llegamos a Apalache, los indios que allí habían huido
vinieron a nosotros de paz, pidiéndonos a sus mujeres e
hijos, y nosotros se los dimos, salvo que el gobernador detuvo un
cacique de ellos consigo, que fue causa por donde ellos fueron
escandalizados; y luego otro día volvieron en pie de guerra,
y con tanto denuedo y presteza nos acometieron, que llegaron a nos
poner fuego a las casas en que estábamos; mas como salimos,
huyeron, y acogiéronse a las lagunas, que tenían muy
cerca; y por esto, y por los grandes maizales que había, no
les pudimos hacer daño, salvo a uno que matamos. Otro
día siguiente, otros indios de otro pueblo que estaba de la
otra parte vinieron a nosotros y acometiéronnos de la misma
arte que los primeros y de la misma manera se escaparon, y
también murió uno de ellos. Estuvimos en este pueblo
veinte y cinco días, en que hicimos tres entradas por la
tierra y hallámosla muy pobre de gente y muy mala de andar,
por los malos pasos y montes y lagunas que tenía.
Preguntamos al cacique que les habíamos detenido, y a los
otros indios que traíamos con nosotros, que eran vecinos y
enemigos de ellos, por la manera y población de la tierra, y
la calidad de la gente, y por los bastimentos y todas las otras
cosas de ella. Respondiéronnos cada uno por sí, que
el mayor pueblo de toda aquella tierra era aquel Apalache, y que
adelante había menos gente y muy más pobre que ellos,
y que la tierra era mal poblada y los moradores de ella muy
repartidos; y que yendo adelante, había grandes lagunas y
espesura de montes y grandes desiertos y despoblados.
Pregutámosles luego por la tierra que estaba hacia el sur,
qué pueblos y mantenimientos tenía. Dijeron que por
aquella vía, yendo a la mar nueve jornadas, había un
pueblo que llamaban Aute, y los indios de él tenían
mucho maíz, y que tenían frísoles y calabazas,
y que por estar tan cerca de la mar alcanzaban pescados, y que
éstos eran amigos suyos. Nosotros, vista la pobreza de la
tierra, y las malas nuevas que de la población y de todo lo
demás nos daban, y como los indios nos hacían
continua guerra hiriéndonos la gente y los caballos en los
lugares donde íbamos a tomar agua, y esto desde las lagunas,
y tan a salvo, que no los podíamos ofender, porque metidos
en ellas nos flechaban, y mataron un señor de Tezcuco que se
llamaba don Pedro, que el comisario llevaba consigo, acordamos de
partir de allí, e ir a buscar la mar y aquel pueblo de Aute
que nos habían dicho; y así nos partimos al cabo de
veinte y cinco días que allí habíamos llegado.
El primero día pasamos aquellas lagunas y pasos sin ver
indio ninguno, mas al segundo día llegamos a una laguna de
muy mal paso, porque daba el agua a los pechos y había en
ella muchos árboles caídos. Ya que estábamos
en medio de ella nos acometieron muchos indios que estaban
escondidos detrás de los árboles porque no les
viésemos; otros estaban sobre los caídos, y
comenzáronnos a flechar de manera que nos hirieron muchos
hombres y caballos, y nos tomaron la guía que
llevábamos, antes que de la laguna saliésemos, y
después de salidos de ella, nos tornaron a seguir,
queriéndonos estorbar el paso; de manera que no nos
aprovechaba salirnos afuera ni hacernos más fuertes y querer
pelear con ellos, que se metían luego en la laguna, y desde
allí nos herían la gente y caballos. Visto esto, el
gobernador mandó a los de caballo que se apeasen y les
acometiesen a pie. El contador se apeó con ellos, y
así los acometieron, y todos entraron a vueltas en una
laguna, y así les ganamos el paso. En esta revuelta hubo
algunos de los nuestros heridos, que no les valieron buenas armas
que llevaban; y hubo hombres este día que juraron que
habían visto dos robles, cada uno de ellos tan grueso como
la pierna por bajo, pasados de parte a parte de las flechas de los
indios; y esto no es tanto de maravillar, vista la fuerza y
maña con que las echan; porque yo mismo vi una flecha en un
pie de un álamo, que entraba por él un jeme. Cuantos
indios vimos desde la Florida aquí todos son flecheros; y
como son tan crecidos de cuerpo y andan desnudos, desde lejos
parecen gigantes. Es gente a maravilla bien dispuesta, muy enjutos
y de muy grandes fuerzas y ligereza. Los arcos que usan son gruesos
como el brazo, de once o doce palmos de largo, que flechan a
doscientos pasos con tan gran tiento, que ninguna cosa yerran.
Pasados que fuimos de este paso, de ahí a una legua llegamos
a otro de la misma manera, salvo que por ser tan largo, que duraba
media legua, era muy peor; éste pasamos libremente y sin
estorbo de indios; que como habían gastado en el primero
toda la munición que de flechas tenían, no
quedó con qué osarnos acometer. Otro día
siguiente, pasando otro semejante paso, yo hallé rastro de
gente que iba delante, y di aviso de ello al gobernador, que
venía en la retaguardia; y así, aunque los indios
salieron a nosotros, como íbamos apercibidos, no nos
pudieron ofender; y salidos a lo llano, fuéronnos
todavía siguiendo; volvimos a ellos por dos partes, y
matámosles dos indios, y hiriéronme a mí y dos
o tres cristianos; y por acogérsenos al monte no les pudimos
hacer más mal ni daño. De esta suerte caminamos ocho
días, y desde este paso que he contado, no salieron
más indios a nosotros hasta una legua adelante, que es lugar
donde he dicho que íbamos. Allí, yendo nosotros por
nuestro camino, salieron indios, y sin ser sentidos, dieron en la
retaguardia, y a los gritos que dio un muchacho de un hidalgo de
los que allí iban, que se llamaba Avellaneda, el Avellaneda
volvió, y fue a socorrerlos, y los indios le acertaron con
una flecha por el canto de las corazas, y fue tal la herida, que
pasó casi toda la flecha por el pescuezo, y luego
allí murió y lo llevamos hasta Aute. En nueve
días de camino, desde Apalache hasta allí, llegamos.
Y cuando fuimos llegados, hallamos toda la gente de él, ida,
y las casas quemadas, y mucho maíz y calabazas y
frísoles, que ya todo estaba para empezarse a coger.
Descansamos allí dos días, y estos pasados, el
gobernador me rogó que fuese a descubrir la mar, pues los
indios decían que estaba tan cerca de allí; ya en
este camino la habíamos descubierto por un río muy
grande que en él hallamos, a quien habíamos puesto
por nombre el río de la Magdalena. Visto esto, otro
día siguiente yo me partí a descubrirla, juntamente
con el comisario y el capitán Castillo y Andrés
Dorantes y otros siete de caballo y cincuenta peones, y caminamos
hasta hora de vísperas, que llegamos a un ancón o
entrada de la mar, donde hallamos muchos ostiones, con que la gente
holgó; y dimos muchas gracias a Dios por habernos
traído allí. Otro día de mañana
envié veinte hombres a que conociesen la costa y mirasen la
disposición de ella, los cuales volvieron al otro día
en la noche, diciendo que aquellos ancones y bahías eran muy
grandes y entraban tanto por la tierra adentro, que estorbaban
mucho para descubrir lo que queríamos, y que la costa estaba
muy lejos de allí. Sabidas estas nuevas y vista la mala
disposición y aparejo que para descubrir la costa por
allí había, yo me volví al gobernador, y
cuando llegamos, hallámosle enfermo con otros muchos, y la
noche pasada los indios habían dado en ellos y
puéstolos en grandísimo trabajo, por la razón
de la enfermedad que les había sobrevenido; también
les habían muerto un caballo. Yo di cuenta de lo que
había hecho y de la mala disposición de la tierra.
Aquel día nos detuvimos allí.
Otro día
siguiente partimos de Aute, y caminamos todo el día hasta
llegar donde yo había estado. Fue camino en extremo
trabajoso, porque ni los caballos bastaban a llevar los enfermos,
ni sabíamos qué remedio poner, porque cada día
adolecían; que fue cosa de muy gran lástima y dolor
ver la necesidad y trabajo en que estábamos. Llegados que
fuimos, visto el poco remedio que para ir adelante había,
porque no había dónde, ni aunque lo hubiera, la gente
pudiera pasar adelante, por estar los más enfermos, y tales,
que pocos había de quien se pudiese haber algún
provecho.
Dejo aquí
de contar esto más largo, porque cada uno puede pensar lo
que se pasaría en tierra tan extraña y tan mala, y
tan sin ningún remedio de ninguna cosa, ni para estar ni
para salir de ella. Mas como el más cierto remedio sea Dios
nuestro Señor, y de este nunca desconfiamos, sucedió
otra cosa que agravaba más que todo esto, que entre la gente
de caballo se comenzó la mayor parte de ellos a ir
secretamente, pensando hallar ellos por sí remedio, y
desamparar al gobernador y a los enfermos, los cuales estaban sin
algunas fuerzas y poder. Mas, como entre ellos había muchos
hijosdalgo y hombres de buena suerte, no quisieron que esto pasase
sin dar parte al gobernador y a los oficiales de Vuestra Majestad;
y como les afeamos su propósito, y les pusimos delante el
tiempo en que desamparaban a su capitán y los que estaban
enfermos y sin poder, y apartarse sobre todo el servicio de Vuestra
Majestad, acordaron de quedar, y que lo que fuese de uno fuese de
todos, sin que ninguno desamparase a otro. Visto esto por el
gobernador, los llamó a todos y a cada uno por sí,
pidiendo parecer de tan mala tierra, para poder salir de ella y
buscar algún remedio, pues allí no lo había,
estando la tercia parte de la gente con gran enfermedad, y
creciendo esto cada hora, que teníamos por cierto todos lo
estaríamos así; de donde no se podía seguir
sino la muerte, que por ser en tal parte se nos hacía
más grave; y vistos estos y otros muchos inconvenientes, y
tentados muchos remedios, acordamos en uno harto difícil de
poner en obra, que era hacer navíos en que nos
fuésemos. A todos parecía imposible, porque nosotros
no los sabíamos hacer, ni había herramienta, ni
hierro, ni fragua, ni estopa, ni pez, ni jarcias, finalmente, ni
cosa ninguna de tantas como son menester, ni quien supiese nada
para dar industria en ello, y sobre todo, no haber qué comer
entretanto que se hiciesen, y los que habían de trabajar del
arte que habíamos dicho. Y considerando todo esto, acordamos
de pensar en ello más de espacio, y cesó la
plática aquel día, y cada uno se fue
encomendándolo a Dios nuestro Señor, que lo
encaminase por donde Él fuese más servido. Otro
día quiso Dios que uno de la compañía vino
diciendo que él haría unos cañones de palo, y
con unos cueros de venado se harían unos fuelles, y como
estábamos en tiempo que cualquiera cosa que tuviese alguna
sobrehaz de remedio, nos parecía bien, dijimos que se
pusiese por obra; y acordamos de hacer de los estribos y espuelas y
ballestas, y de las otras cosas de hierro que había, los
clavos y sierras y hachas, y otras herramientas, de que tanta
necesidad había para ello; y dimos por remedio que para
haber algún mantenimiento en el tiempo que esto se hiciese
se hiciesen cuatro entradas en Aute con todos los caballos y gente
que pudiesen ir, y que a tercero día se matase un caballo,
el cual se repartiese entre los que trabajaban en la obra de las
barcas y los que estaban enfermos; las entradas se hicieron con la
gente y caballos que fue posible, y en ellas se trajeron hasta
cuatrocientas hanegas de maíz, aunque no sin contienda y
pendencias con los indios. Hicimos coger muchos palmitos para
aprovecharnos de la lana y cobertura de ellos, torciéndola y
aderezándola para usar en lugar de estopa para las barcas;
las cuales se comenzaron a hacer con un solo carpintero que en la
compañía había, y tanta diligencia pusimos,
que, comenzándolas a cuatro días de agosto, a veinte
días del mes de septiembre eran acabadas cinco barcas, de a
veinte y dos codos cada una, calafateadas con las estopas de los
palmitos, y breámoslas con cierta pez de alquitrán
que hizo un griego llamado don Teodoro, de unos pinos; y de la
misma ropa de los palmitos, y de las colas y crines de los
caballos, hicimos cuerdas y jarcias, y de las nuestras camisas
velas, y de las sabinas que allí había, hicimos los
remos que nos pareció que era menester. Y tal era la tierra
en que nuestros pecados nos habían puesto, que con muy gran
trabajo podíamos hallar piedras para lastre y anclas de las
barcas, ni en toda ella habíamos visto ninguna. Desollamos
también las piernas de los caballos enteras, y curtimos los
cueros de ellas para hacer botas en que llevásemos el agua.
En este tiempo algunos andaban cogiendo mariscos por los rincones
de las entradas de la mar, en que los indios, en dos veces que
dieron en ellos, nos mataron diez hombres a vista del real, sin que
los pudiésemos socorrer, los cuales hallamos de parte a
parte pasados con las flechas; que aunque algunos tenían
buenas armas, no bastaron a resistir para que esto no se hiciese,
por flechar con tanta destreza y fuerza como arriba he dicho. Y a
dicho y juramento de nuestros pilotos, desde la bahía, que
pusimos nombre de la Cruz, hasta aquí anduvimos doscientas y
ochenta leguas, poco más o menos. En toda esta tierra no
vimos sierra ni tuvimos noticias de ella en ninguna manera; y antes
que nos embarcásemos, sin los que los indios nos mataron, se
murieron más de cuarenta hombres de enfermedad y hambre. A
veinte y dos días del mes de septiembre se acabaron de comer
los caballos, que sólo uno quedó, y este día
nos embarcamos por esta orden: que en la barca del gobernador iban
cuarenta y nueve hombres; en otra que dio al contador y comisario
iban otros tantos; la tercera dio al capitán Alonso del
Castillo y Andrés Dorantes, con cuarenta y ocho hombres, y
otra dio a dos capitanes, que se llamaban Téllez y
Peñalosa, con cuarenta y siete hombres. La otra dio al
veedor y a mí con cuarenta y nueve hombres, y después
de embarcados los bastimentos y ropa, no quedó a las barcas
más que un jeme de bordo fuera del agua, y allende de esto,
íbamos tan apretados, que no nos podíamos menear; y
tanto puede la necesidad, que nos hizo aventurar a ir de esta
manera, y meternos en una mar tan trabajosa, y sin tener noticia de
la arte del marear ninguno de los que allí iban.
Aquella
bahía de donde partimos ha por nombre la bahía de
Caballos, y anduvimos siete días por aquellos ancones,
entrados en el agua hasta la cinta, sin señal de ver ninguna
cosa de costa, y al cabo de ellos llegamos a una isla que estaba
cerca de la tierra. Mi barca iba delante, y de ella vimos venir
cinco canoas de indios, los cuales las desampararon y nos las
dejaron en las manos, viendo que íbamos a ellas; las otras
barcas pasaron adelante, y dieron en unas casas de la misma isla,
donde hallamos muchas lizas y huevos de ellas, que estaban secas;
que fue muy gran remedio para la necesidad que llevábamos.
Después de tomadas, pasamos adelante, y dos leguas de
allí pasamos un estrecho que la isla con la tierra
hacía, al cual llamamos de San Miguel por haber salido en su
día por él; y salidos llegamos a la costa, donde, con
las cinco canoas que yo había tomado a los indios,
remediamos algo de las barcas, haciendo falcas de ellas, y
añadiéndolas, de manera que subieron dos palmos de
bordo sobre el agua; y con esto tornamos a caminar por luengo de
costa de vía del río de Palmas, creciendo cada
día la sed y la hambre, porque los bastimentos eran muy
pocos y iban muy al cabo, y el agua se nos acabó, porque las
botas que hicimos de las piernas de los caballos luego fueron
podridas y sin ningún provecho. Algunas veces entramos por
ancones y bahías que entraban mucho por la tierra adentro;
todas las hallamos bajas y peligrosas; y así anduvimos por
ellas treinta días, donde algunas veces hallábamos
indios pescadores, gente pobre y miserable. Al cabo ya de estos
treinta días, que la necesidad del agua era en extremo,
yendo cerca de la costa, una noche sentimos venir una canoa, y como
la vimos, esperamos que llegase, y ella no quiso hacer cara; y
aunque la llamamos, no quiso volver ni aguardarnos, y por ser de
noche no la seguimos, y fuímonos nuestra vía. Cuando
amaneció vimos una isla pequeña, y fuimos a ella por
ver si hallaríamos agua; mas nuestro trabajo fue en balde,
porque no la había. Estando allí surtos, nos
tomó una tormenta muy grande, porque nos detuvimos seis
días sin que osásemos salir a la mar; y como
había cinco días que no bebíamos, la sed fue
tanta, que nos puso en necesidad de beber agua salada, y algunos se
desatentaron tanto en ello, que súbitamente se nos murieron
cinco hombres. Cuento esto así brevemente, porque no creo
que haya necesidad de particularmente contar las miserias y
trabajos en que nos vimos; pues considerando el lugar donde
estábamos y la poca esperanza de remedio que
teníamos, cada uno puede pensar mucho de lo que allí
pasaría. Y como vimos que la sed crecía y el agua nos
mataba, aunque la tormenta no era cesada, acordamos de
encomendarnos a Dios nuestro Señor, y aventuramos antes al
peligro de la mar que esperar la certinidad de la muerte que la sed
nos daba. Así, salimos la vía donde habíamos
visto la canoa la noche que por allí veníamos; y en
este día nos vimos muchas veces anegados, y tan perdidos,
que ninguno hubo que no tuviese por cierta la muerte. Plugo a
nuestro Señor, que en las mayores necesidades suele mostrar
su favor, que a puesta del Sol volvimos una punta que la tierra
hace, adonde hallamos mucha bonanza y abrigo. Salieron a nosotros
muchas canoas, y los indios que en ellas venían nos
hablaron, y sin querernos aguardar, se volvieron. Era gente grande
y bien dispuesta, y no traían flechas ni arcos. Nosotros les
fuimos siguiendo hasta sus casas, que estaban cerca de allí
a la lengua del agua, y saltamos en tierra, y delante de las casas
hallamos muchos cántaros de agua y mucha cantidad de pescado
guisado, y el señor de aquellas tierras ofreció todo
aquello al gobernador, y tomándolo consigo, lo llevó
a su casa. Las casas de éstos eran de esteras, que a lo que
pareció eran estantes; y después que entramos en casa
del cacique, nos dio mucho pescado, y nosotros le dimos del
maíz que traíamos, y lo comieron en nuestra
presencia, y nos pidieron más, y se lo dimos, y el
gobernador le dio muchos rescates; el cual, estando con el cacique
en su casa, a media hora de la noche, súbitamente los indios
dieron en nosotros y en los que estaban muy malos echados en la
costa, y acometieron también la casa del cacique, donde el
gobernador estaba, y lo hirieron de una piedra en el rostro. Los
que allí se hallaron prendieron al cacique; mas como los
suyos estaban tan cerca, soltóseles y dejóles en las
manos una manta de martas cebelinas, que son las mejores que creo
yo que en el mundo se podrían hallar, y tienen un olor que
no parece sino de ámbar y almizcle, y alcanza tan lejos, que
de mucha cantidad se siente; otras vimos allí mas ningunas
eran tales como éstas. Los que allí se hallaron,
viendo al gobernador herido, lo metimos en la barca, e hicimos que
con él se recogiese toda la más gente a sus barcas, y
quedamos hasta cincuenta en tierra para contra los indios, que nos
acometieron tres veces aquella noche, y con tanto ímpetu,
que cada vez nos hacían retraer más de un tiro de
piedra. Ninguno hubo de nosotros que no quedase herido, y yo lo fui
en la cara; y si como se hallaron pocas flechas, estuvieran
más proveídos de ellas, sin duda nos hicieran mucho
daño. La última vez se pusieron en celada los
capitanes Dorantes y Peñalosa y Téllez con quince
hombres, y dieron en ellos por las espaldas, y de tal manera les
hicieron huir, que nos dejaron. Otro día de mañana yo
les rompí más de treinta canoas, que nos aprovecharon
para un norte que hacía, que por todo el día hubimos
de estar allí con mucho frío, sin osar entrar en la
mar, por la mucha tormenta que en ella había. Esto pasado,
nos tornamos a embarcar, y navegamos tres días; y como
habíamos tomado poca agua, y los vasos que teníamos
para llevar asimismo eran muy pocos, tornamos a caer en la primera
necesidad; y siguiendo nuestra vía, entramos por un estero,
y estando en él vimos venir una canoa de indios. Como los
llamamos, vinieron a nosotros, y el gobernador, a cuya barca
habían llegado, pidióles agua, y ellos la ofrecieron
con que les diesen en qué la trajesen, y un cristiano
griego, llamado Doroteo Teodoro (de quien arriba se hizo
mención), dijo que quería ir con ellos; el gobernador
y otros se lo procuraron estorbar mucho, y nunca lo pudieron, sino
que en todo caso quería ir con ellos; así se fue y
llevó consigo un negro, y los indios dejaron en rehenes dos
de su compañía; y a la noche volvieron los indios y
trajéronnos muchos vasos sin agua, y no trajeron los
cristianos que habían llevado; y los que habían
dejado por rehenes, como los otros los hablaron, quisiéronse
echar al agua. Mas los que en la barca estaban los detuvieron; y
así, se fueron huyendo los indios de la canoa, y nos dejaron
muy confusos y tristes por haber perdido aquellos dos
cristianos.
Venida la
mañana, vinieron a nosotros muchas canoas de indios,
pidiéndonos los dos compañeros que en la barca
habían quedado por rehenes. El gobernador dijo que se los
daría con que trajesen los dos cristianos que habían
llevado. Con esta gente venían cinco o seis señores,
y nos pareció ser la gente más bien dispuesta y de
más autoridad y concierto que hasta allí
habíamos visto, aunque no tan grandes como los otros de
quien hemos contado. Traían los cabellos sueltos y muy
largos, y cubiertos con mantas de martas, de la suerte de las que
atrás habíamos tomado, y algunas de ellas hechas por
muy extraña manera, porque en ella había unos lazos
de labores de unas pieles leonadas, que parecían muy bien.
Rogábannos que nos fuésemos con ellos y que nos
darían los cristianos y agua y otras muchas cosas; y contino
acudían sobre nosotros muchas canoas, procurando tomar la
boca de aquella entrada; y así por esto, como porque la
tierra era muy peligrosa para estar en ella, nos salimos a la mar,
donde estuvimos hasta mediodía con ellos. Y como no nos
quisiesen dar los cristianos, y por este respecto nosotros no les
diésemos los indios, comenzáronnos a tirar piedras
con hondas, y varas, con muestras de flecharnos, aunque en todos
ellos no vimos sino tres o cuatro arcos.
Estando en esta
contienda el viento refrescó, y ellos se volvieron y nos
dejaron; y así navegamos aquel día, hasta hora de
vísperas, que mi barca que iba delante, descubrió una
punta que la tierra hacía, y del otro cabo se veía un
río muy grande, y en una isleta que hacía la punta
hice yo surgir por esperar las otras barcas. El gobernador no quiso
llegar; antes se metió por una bahía muy cerca de
allí, en que había muchas isletas, y allí nos
juntamos, y desde la mar tomamos agua dulce, porque el río
entraba en la mar de avenida, y por tostar algún maíz
de lo que traíamos, porque ya había dos días
que lo comíamos crudo, saltamos en aquella isla; mas como no
hallamos leña, acordamos de ir al río que estaba
detrás de la punta, una legua de allí; y yendo, era
tanta la corriente, que no nos dejaba en ninguna manera llegar,
antes nos apartaba de la tierra, y nosotros trabajando y porfiando
por tomarla. El norte que venía de la tierra comenzó
a crecer tanto, que nos metió en la mar, sin que nosotros
pudiésemos hacer otra cosa; y a media legua que fuimos
metidos en ella, sondeamos, y hallamos que con treinta brazas no
pudimos tomar hondo, y no podíamos entender si la corriente
era causa que no lo pudiésemos tomar; y así navegamos
dos días todavía, trabajando por tomar tierra, y al
cabo de ellos, un poco antes que el Sol saliese, vimos muchos
humeros por la costa; y trabajando por llegar allá, nos
hallamos en tres brazas de agua, y por ser de noche no osamos tomar
tierra, porque como habíamos visto tantos humeros,
creíamos que se nos podía recrecer algún
peligro sin nosotros poder ver, por la mucha oscuridad, lo que
habíamos de hacer, y por esto determinamos de esperar a la
mañana; y como amaneció, cada barca se halló
por sí perdida de las otras; yo me hallé en treinta
brazas, y siguiendo mi viaje a hora de vísperas vi dos
barcas, y como fui a ellas, vi que la primera a que llegué
era la del gobernador, el cual me preguntó qué me
parecía que debíamos hacer. Yo le dije que
debía recobrar aquella barca que iba delante, y que en
ninguna manera la dejase, y que juntas todas tres barcas,
siguiésemos nuestro camino donde Dios nos quisiese llevar.
Él me respondió que aquello no se podía hacer,
porque la barca iba muy metida en el mar y él quería
tomar la tierra, y que si la quería yo seguir, que hiciese
que los de mi barca tomasen los remos y trabajasen, porque con
fuerza de brazos se había de tomar la tierra, y esto le
aconsejaba un capitán que consigo llevaba, que se llamaba
Pantoja, diciéndole que si aquel día no tomaba la
tierra, que en otros seis no la tomaría, y en este tiempo
era necesario morir de hambre. Yo, vista su voluntad, tomé
mi remo, y lo mismo hicieron todos los que en mi barca estaban para
ello, y bogamos hasta casi puesto el sol; mas como el gobernador
llevaba la más sana y recia gente que entre toda
había, en ninguna manera lo pudimos seguir ni tener con
ella. Yo, como vi esto, pedíle que, para poderle seguir, me
diese un cabo de su barca, y él me respondió que no
harían ellos poco si solos aquella noche pudiesen llegar a
tierra. Yo le dije que, pues vía la poca posibilidad que en
nosotros había para poder seguirle y hacer lo que
había mandado, que me dijese qué era lo que mandaba
que yo hiciese. El me respondió que ya no era tiempo de
mandar unos a otros; que cada uno hiciese lo que mejor le pareciese
que era para salvar la vida; que él así lo
entendía de hacer, y diciendo esto, se alargó con su
barca, y como no le pude seguir, arribé sobre la otra barca
que iba metida en la mar, la cual me esperó; y llegado a
ella, hallé que era la que llevaban los capitanes
Peñalosa y Téllez; y así, navegamos cuatro
días en compañía, comiendo por tasa cada
día medio puño de maíz crudo. A cabo de estos
cuatro días nos tomó una tormenta, que hizo perder la
otra barca, y por gran misericordia que Dios tuvo de nosotros no
nos hundimos del todo, según el tiempo hacía; y con
ser invierno, y el frío muy grande, y tantos días que
padecíamos hambre, con los golpes que de la mar
habíamos recibido, otro día la gente comenzó
mucho a desmayar, de tal manera, que cuando el sol se puso, todos
los que en mi barca venían estaban caídos en ella
unos sobre otros, tan cerca de la muerte, que pocos había
que tuviesen sentido, y entre todos ellos a esta hora no
había cinco hombres en pie. Y cuando vino la noche no
quedamos sino el maestre y yo que pudiésemos marear la
barca, y a dos horas de la noche el maestre me dijo que yo tuviese
cargo de ella, porque él estaba tal, que creía
aquella noche morir. Y así, yo tomé el leme, y pasada
media noche, yo llegué por ver si era muerto el maestre, y
él me respondió que él antes estaba mejor y
que él gobernaría hasta el día. Yo cierto
aquella hora de muy mejor voluntad tomara la muerte, que no ver
tanta gente delante de mí de tal manera.
Y después
que el maestre tomó cargo de la barca, yo reposé un
poco muy sin reposo, ni había cosa más lejos de
mí entonces que el sueño. Y acerca del alba
parecióme que oía el tumbo del mar, porque, como la
costa era baja, sonaba mucho, y con este sobresalto llamé al
maestre, el cual me respondió que creía que
éramos cerca de tierra, y tentamos y hallámonos en
siete brazas, y parecióle que nos debíamos tener a la
mar hasta que amaneciese. Y así, yo tomé un remo y
bogué de la banda de la tierra, que nos hallamos una legua
della, y dimos la popa a la mar. Y cerca de tierra nos tomó
una ola, que echó la barca fuera del agua un juego de
herradura, y con el gran golpe que dio, casi toda la gente que en
ella estaba como muerta, tornó en sí, y como se
vieron cerca de la tierra se comenzaron a descolgar, y con manos y
pies andando; y como salieron a tierra a unos barrancos, hicimos
lumbre y tostamos del maíz que traíamos, y hallamos
agua de la que había llovido, y con el calor del fuego la
gente tornó en sí y comenzaron algo a esforzarse. El
día que aquí llegamos era sexto del mes de
noviembre.
Desde que la gente
hubo comido, mandé a Lope de Oviedo, que tenía
más fuerza y estaba más recio que todos, se llegase a
unos árboles que cerca de allí estaban, y subido en
uno de ellos, descubriese la tierra en que estábamos y
procurase de haber alguna noticia de ella. Él lo hizo
así y entendió que estábamos en isla, y vio
que la tierra estaba cavada a la manera que suele estar tierra
donde anda ganado, y parecióle por esto que debía ser
tierra de cristianos, y así nos lo dijo. Yo le mandé
que la tornase a mirar muy más particularmente y viese si en
ella había algunos caminos que fuesen seguidos, y esto sin
alargarse mucho por el peligro que podía haber. Él
fue, y topando con una vereda se fue por ella adelante hasta
espacio de media legua, y halló unas chozas de unos indios
que estaban solas, porque los indios eran idos al campo, y
tomó una olla de ellos, y un perrillo pequeño y unas
pocas de lizas, y así se volvió a nosotros; y
pareciéndonos que se tardaba, envié a otros dos
cristianos para que le buscasen y viesen qué le había
sucedido; y ellos le toparon cerca de allí y vieron que tres
indios, con arcos y flechas, venían tras él
llamándole, y él asimismo llamaba a ellos por
señas. Y así llegó donde estábamos, y
los indios se quedaron un poco atrás asentados en la misma
ribera, y después de media hora acudieron otros cien indios
flecheros, que ahora ellos fuesen grandes o no, nuestro miedo les
hacía parecer gigantes, y pararon cerca de nosotros, donde
los tres primeros estaban. Entre nosotros excusado era pensar que
habría quien se defendiese, porque difícilmente se
hallaron seis que del suelo se pudiesen levantar. El veedor y yo
salimos a ellos y llamámosles, y ellos se llegaron a
nosotros; y lo mejor que pudimos, procuramos de asegurarlos y
asegurarnos, y dímosles cuentas y cascabeles, y cada uno de
ellos me dio una flecha, que es señal de amistad, y por
señas nos dijeron que a la mañana volverían y
nos traerían de comer, porque entonces no lo
tenían.
Otro día,
saliendo el sol, que era la hora que los indios nos habían
dicho, vinieron a nosotros, como lo habían prometido, y nos
trajeron mucho pescado y de unas raíces que ellos comen, y
son como nueces, algunas mayores o menores; la mayor parte de ellas
se sacan de bajo del agua y con mucho trabajo. A la tarde volvieron
y nos trajeron más pescado y de las mismas raíces, e
hicieron venir sus mujeres e hijos para que nos viesen, y
así, se volvieron ricos de cascabeles y cuentas que les
dimos, y otros días nos tornaron a visitar con lo mismo que
otras veces. Como nosotros veíamos que estábamos
proveídos de pescados y de raíces y de agua y de las
otras cosas que pedimos, acordamos de tornarnos a embarcar y seguir
nuestro camino, y desenterramos la barca de la arena en que estaba
metida, y fue menester que nos desnudásemos todos y
pasásemos gran trabajo para echarla al agua, porque nosotros
estábamos tales, que otras cosas muy más livianas
bastaban para ponernos en él. Y así embarcados, a dos
tiros de ballesta dentro en la mar, nos dio tal golpe de agua que
nos mojó a todos; y como íbamos desnudos y el
frío que hacía era muy grande, soltamos los remos de
las manos, y a otro golpe que la mar nos dio, trastornó la
barca; el veedor y otros dos se asieron de ella para escaparse; mas
sucedió muy al revés, que la barca los tomó
debajo y se ahogaron. Como la costa es muy brava, el mar de un
tumbo echó a todos los otros, envueltos en las olas y medio
ahogados, en la costa de la misma isla, sin que faltasen más
de los tres que la barca había tomado debajo. Los que
quedamos escapados, desnudos como nacimos y perdido todo lo que
traíamos, y aunque todo valía poco, para entonces
valía mucho. Y como entonces era por noviembre, y el
frío muy grande, y nosotros tales que con poca dificultad
nos podían contar los huesos, estábamos hechos propia
figura de la muerte. De mí sé decir que desde el mes
de mayo pasado yo no había comido otra cosa sino maíz
tostado, y algunas veces me vi en necesidad de comerlo crudo;
porque aunque se mataron los caballos entretanto que las barcas se
hacían, yo nunca pude comer de ellos, y no fueron diez veces
las que comí pescado. Esto digo por excusar razones, porque
pueda cada uno ver qué tales estaríamos.
Y sobre todo lo
dicho había sobrevenido viento norte, de suerte que
más estábamos cerca de la muerte que de la vida.
Plugo a nuestro Señor que, buscando tizones del fuego que
allí habíamos hecho, hallamos lumbre, con que hicimos
grandes fuegos; y así, estuvimos pidiendo a Nuestro
Señor misericordia y perdón de nuestros pecados,
derramando muchas lágrimas, habiendo cada uno
lástima, no sólo de sí, mas de todos los
otros, que en el mismo estado veían. Y a hora de puesto el
sol, los indios, creyendo que no nos habíamos ido, nos
volvieron a buscar y a traernos de comer; mas cuando ellos nos
vieron así en tan diferente hábito del primero y en
manera tan extraña, espantáronse tanto que se
volvieron atrás. Yo salí a ellos y llamélos, y
vinieron muy espantados; hícelos entender por señas
cómo se nos había hundido una barca y se
habían ahogado tres de nosotros, y allí en su
presencia ellos mismos vieron dos muertos, y los que
quedábamos íbamos aquel camino.
Los indios, de ver
el desastre que nos había venido y el desastre en que
estábamos, con tanta desventura y miseria, se sentaron entre
nosotros, y con el gran dolor y lástima que hubieron de
vernos en tanta fortuna, comenzaron todos a llorar recio, y tan de
verdad, que lejos de allí se podía oír, y esto
les duró más de media hora; y cierto ver que estos
hombres tan sin razón y tan crudos, a manera de brutos, se
dolían tanto de nosotros, hizo que en mí y en otros
de la compañía creciese más la pasión y
la consideración de nuestra desdicha.
Sosegado ya este
llanto, yo pregunté a los cristianos, y dije que si a ellos
parecía, rogaría a aquellos indios que nos llevasen a
sus casas; y algunos de ellos que habían estado en la Nueva
España respondieron que no se debía de hablar de
ello, porque si a sus casas nos llevaban, nos sacrificarían
a sus ídolos; mas, visto que otro remedio no había, y
que por cualquier otro camino estaba más cerca y más
cierta la muerte, no curé de lo que decían, antes
rogué a los indios que nos llevasen a sus casas, y ellos
mostraron que habían gran placer de ello, y que
esperásemos un poco, que ellos harían lo que
queríamos, y luego treinta de ellos se cargaron de
leña, y se fueron a sus casas, que estaban lejos de
allí, y quedamos con los otros hasta cerca de la noche, que
nos tomaron, y llevándonos asidos y con mucha prisa, fuimos
a sus casas; y por el gran frío que hacía, y temiendo
que en el camino alguno no muriese o desmayase, proveyeron que
hubiese cuatro o cinco fuegos muy grandes puestos a trechos, y en
cada uno de ellos nos calentaban y, desde que veían que
habíamos tomado alguna fuerza y calor, nos llevaban hasta el
otro tan aprisa, que casi con los pies no nos dejaban poner en el
suelo; y de esta manera fuimos hasta sus casas, donde hallamos que
tenían hecha una casa para nosotros, y muchos fuegos en
ella, y desde a una hora que habíamos llegado, comenzaron a
bailar y hacer grande fiesta, que duró toda la noche, aunque
para nosotros no había placer, fiesta ni sueño,
esperando cuándo nos habían de sacrificar; y a la
mañana nos tornaron a dar pescado y raíces, y hacer
tan buen tratamiento, que nos aseguramos algo y perdimos algo el
miedo del sacrificio.
Este mismo dia Yo vi à vn Indio de aquellos vn Rescate, i conoscì que no
era de los que nosotros les haviamos dado: i preguntando donde le havian
havido, ellos por señas me respondieron, que se lo havian dado otros
Hombres como nosotros, que estaban atràs. Yo viendo esto, embiè dos
Christianos, i dos Indios, que les mostrasen aquella Gente, i mui cerca
de alli toparon con ellos, que tambien venian à buscarnos, porque los
Indios que allà quedaban, los havian dicha de nosotros, i estos eran los
Capitanes Andrès Dorantes, y Alonso del Castillo, con toda la Gente de
su Barca. Y llegados à nosotros, se espantaron mucho de vernos de la
manera que estabamos, i rescibieron mui gran pena por no tener que
darnos, que ninguna otra cosa traìan, sino la que tenian vestida. Y
estuvieron alli con nosotros, i nos contaron, como à cinco de aquel
mismo Mes, su Barca havia dado al travès legua, i media de alli, i ellos
havian escapado, sin perderse ninguna cosa: i todos juntos acordamos de
adobar su Barca, i irnos en ella los que tuviesen fuerça, i disposicion
para ello; los otros quedarse alli hasta que convaleciesen, para irse,
como pudiesen, por luengo de Costa, i que esperasen alli, hasta que Dios
los llevase con nosotros à Tierra de Christianos; i como lo pensamos,
asi nos pusimos en ello; i antes que echasemos la Barca al Agua, Tavera,
vn Caballero de nuestra Compañia, muriò; i la Barca que nosotros
pensabamos llevar, hiço su fin, i no se pudo sostener à si misma, que
luego fue hundida; i como quedamos del arte que he dicho, i los mas
desnudos, i el tiempo tan recio para caminar, i pasar Rios, i Ancones à
nado, ni tener bastimento alguno, ni manera para llevarlo, determinamos
de hacer lo que la necesidad pedia, que era invernar alli; i acordamos
tambien, que quatro Hombres, que mas recios estaban, fuesen à Panuco,
creiendo que estabamos cerca de alli; i que si Dios Nuestro Señor fuese
servido de llevarnos allà, diesen aviso de como quedabamos en aquella
Isla, i de nuestra necesidad, i trabajo. Estos eran mui grandes
nadadores, i al vno llamaban Alvaro Fernandez, Portuguès, Carpintero, i
Marinero: el segundo se llamaba Mendez; i al tercero Figueroa, que era
natural de Toledo: el quarto, Astudillo, natural de �afra, llevaban
consigo vn Indio, que era de la Isla.
Partidos estos quatro Christianos, dende à pocos dias suscediò tal
tiempo de frios, i tempestades, que los Indios no podian arrancar las
Raìces: i de los Cañales en que pescaban ià no havia provecho ninguno; i
como las Casas eran tan desabrigadas, començòse à morir la Gente; i
cinco Christianos, que estaban en rancho en la Costa, llegaron à tal
estremo, que se comieron los vnos à los otros, hasta que quedò vno solo,
que por ser solo no huvo quien lo comiese. Los nombres de ellos son
estos: Sierra, Diego Lopez, Corral, Palacios, Gonçalo Ruiz. De este caso
se alteraron tanto los Indios, i hovo entre ellos tan gran escandalo,
que sin duda, si al principio ellos lo vieran, los matàran, i todos nos
vieramos en grande trabajo. Finalmente, en mui poco tiempo, de ochenta
Hombres, que de ambas partes alli llegamos, quedaron vivos solos quince:
i despues de muertos estos; diò à los Indios de la Tierra vna enfermedad
de estomago, de que muriò la mitad de la Gente de ellos: i creieron, que
nosotros eramos los que los matabamos; i teniendolo por mui cierto,
concertaron entre sì de matar à los que haviamos quedado. Yà que lo
venian à poner en efecto, vn Indio, que à mi me tenia, les dixo, que no
creiesen, que nosotros eramos los que los matabamos, porque si nosotros
tal poder tuvieramos, escusàramos que no murieran tantos de nosotros,
como ellos vian que havian muerto, sin que les pudieramos poner remedio,
i que ià no quedabamos sino mui pocos, i que ninguno hacia daño, ni
perjuicio, que lo mejor era, que nos dexasen. Y quiso Nuestro Señor, que
los otros siguieron este consejo, i pareicer, i ansi se estorvò su
proposito. A esta Isla pusimos por nombre, Isla de Malhado. La Gente que
alli hallamos son grandes, i bien dispuestos: no tienen otras Armas sino
Flechas, i Arcos, en que son por estremo diestros. Tienen los Hombres la
vna Teta horadada de vna parte à otra, i algunos ai que las tienen
ambas; i por el agujero que hacen, traen vna Caña atravesada, tan larga,
como dos palmos i medio, i tan gruesa, como dos dedos: traen tambien
horadado el Labio de abaxo, i puesto en èl vn pedaço de la Caña, delgada
como medio dedo. Las Mugeres son para mucho trabajo. La habitacion que
en esta Isla hacen, es desde Octubre, hasta en fin de Hebrero. El su
mantenimiento es las Raìces que he dicho, sacadas debaxo el Agua por
Noviembre, i Diciembre. Tienen Cañales, i no tienen mas Peces de para
este tiempo: de aì adelante comen las Raìces. En fin de Hebrero vàn à
otras partes à buscar con que mantenerse, porque entonces las Raìces
comiençan à nascer, i no son buenas. Es la Gente del Mundo, que mas aman
à sus Hijos, i mejor tratamiento les hacen: i quando acaesce que à
alguno se le muere el Hijo, lloranle los Padres, i los Parientes, i todo
el Pueblo, i el llanto dura vn Año cumplido, que cada dia por la mañana,
antes que amanezca, comiençan primero à llorar los Padres, i tras esto
todo el Pueblo: i esto mismo hacen al medio dia, i quando amanesce: i
pasado un Año que los han llorado, hacenle las Honras del muerto, i
lavanse, i limpianse del tizne que traen. A todos los Defuntos lloran de
esta manera, salvo à los viejos, de quien no hacen caso, porque dicen,
que ià han pasado su tiempo, i de ellos ningun provecho ai, antes ocupan
la Tierra, i quitan el mantenimiento à los niños. Tienen por costumbre
de enterrar los Muertos, sino son los que entre ellos son Fisicos, que à
estos quemanlos; i mientras el fuego arde, todos estàn bailando, i
haciendo mui gran fiesta, i hacen polvos los huesos: i pasado vn Año,
quando se hacen sus Honras, todos se jasan en ellas, i à los Parientes
dàn aquellos polvos à beber de los huesos en Agua. Cada vna tiene vna
Muger conoscida. Los Fisicos son los Hombres mas libertados; pueden
tener dos, i tres, i entre estas ai mui gran amistad, i conformidad.
Quando viene que alguno casa su Hija, el que la toma por Muger, dende el
dia que con ella se casa, todo lo que matare caçando, ò pescando, todo
lo trae la Muger à la casa de su Padre, sin osar tomar, ni comer alguna
cosa de ello, i de casa de el Suegro le llevan à èl de comer: i en todo
este tiempo el Suegro, ni la Suegra no entran en su casa, ni èl ha de
entrar en casa de los Suegros, ni Cuñados: i si acaso se toparen por
alguna parte, se desvian vn tiro de Ballesta el vno del otro; i
entretanto que asi vàn apartandose, llevan la cabeça baxa, i los ojos en
tierra puestos; porque tienen por cosa mala verse, ni hablarse. Las
Mugeres tienen libertad para comunicar, i conversar con los Suegros, i
Parientes; i esta costumbre se tiene desde la Isla, hasta mas de
cinquenta leguas por la Tierra adentro.
Otra costumbre ai, i es, que quando algun Hijo, ò Hermano muere, en la
casa donde muriere, tres meses no buscan de comer, antes se dexan morir
de hambre, i los Parientes, i los Vecinos les proveen de lo que han de
comer. Y como en el tiempo que aqui estuvimos muriò tanta Gente de
ellos, en las mas Casas havia mui gran hambre, por guardar tambien su
costumbre, i cerimonia; i los que lo buscaban, por mucho que trabajaban,
por ser el tiempo tan recio, no podian hacer sino mui poco; i por esta
causa los Indios que à mi me tenian, se salieron de la Isla, i en vnas
Canoas se pasaron à Tierra-firme à vnas Baìas, adonde tenian muchos
Hostiones, i tres meses del Año no comen otra cosa, i beben mui mala
Agua. Tienen gran falta de Leña, i de Mosquitos mui grande abundancia.
Sus Casas son edificadas de Esteras, sobre muchas Cascaras de Hostiones,
i sobre ellos duermen encueros, i no los tienen sino es acaso; i asi
estuvimos hasta en fin de Abril, que fuimos à la Costa de la Mar, à do
comimos Moras de �arças todo el Mes, en el qual no cesan de hacer sus
Areitos, i fiestas.
En aquella Isla, que he contado, nos quisieron hacer Fisicos, sin
examinarnos, ni pedirnos los Titulos, porque ellos curan las
enfermedades soplando al enfermo, i con aquel soplo, i las manos, echan
de èl la enfermedad, i mandaron nos que hiciesemos lo mismo, i
sirviesemos en algo: nosotros nos reìamos de ello, diciendo, que era
burla, i que no sabiamos curar, i por esto nos quitaban la comida, hasta
que hiciesemos lo que nos decian. Y viendo nuestra porfia, vn Indio me
dixo à mì, que Yo no sabia lo que decia en decir, que no aprovecharia
nada aquello que èl sabia, ca las Piedras, i otras cosas que se crian
por los Campos, tienen virtud; i que èl con vna Piedra caliente,
traiendola por el estomago, sanaba, i quitaba el dolor, i que nosotros
que eramos hombres, cierto era que teniamos maior virtud, i poder. En
fin, nos vimos en tanta necesidad, que lo hovimos de hacer, sin temer
que nadie nos llevase por ello la pena. La manera que ellos tienen en
curarse es esta: que en viendose enfermos, llaman vn Medico, i despues
de curado, no solo le dàn todo lo que poseen, mas entre sus parientes
buscan cosas para darle. Lo que el Medico hace, es dalle vnas fajas
adonde tiene el dolor, i chupanles al derredor de ellas. Dàn cauterios
de fuego, que es cosa entre ellos tenida por mui provechosa, i Yo lo he
experimentado, i me suscediò bien de ello; i despues de esto, soplan
aquel lugar que les duele, i con esto creen ellos, que se les quita el
mal. La manera con que nosotros curamos, era santiguandolos, i
soplarlos, i reçar vn Pater noster, i vn Ave Maria, i rogar lo mejor
que podiamos à Dios Nuestro Señor, que les diese salud, i espirase en
ellos, que nos hiciesen algun buen tratamiento. Quiso Dios Nuestro
Señor, i su misericordia, que todos quellos por quien suplicamos, luego
que los santiguamos, decian à los otros, que estaban sanos, i buenos; i
por este respecto nos hacian buen tratamiento, i dexaban ellos de comer
por darnoslo à nosotros, i nos daban Cueros, i otras cosillas. Fue tan
estremada la hambre que alli se pasò, que muchas veces estuve tres dias
sin comer ninguna cosa, i ellos tambien lo estaban, i paresciame ser
cosa imposible durar la vida, aunque en otras maiores hambres, i
necesidades me vi despues, como adelante dirè. Los Indios que tenian à
Alonso del Castillo, i Andrès Dorantes, i à los demàs que havian quedado
vivos, como eran de otra Lengua, i de otra Parentela, se pasaron à otra
parte de la Tierra-firme à comer Hostiones, i alli estuvieron hasta el
primero dia del Mes de Abril, i luego bolvieron à la Isla, que estaba de
alli hasta dos leguas, por lo mas ancho del Agua, i la Isla tiene media
legua de travès, i cinco en largo.
Toda la Gente de esta Tierra anda desnuda, solas las Mugeres traen de
sus cuerpos algo cubierto con vna Lana que en los Arboles se cria. Las
Moças se cubren con vnos Cueros de Venados. Es Gente mui partida de lo
que tienen vnos con otros. No ai entre ellos Señor. Todos los que son de
vn Linage andan juntos. Habitan en ella dos maneras de Lenguas, à los
vnos llaman de Capoques, i à los otros de Han: tienen por costumbre,
quando se conoscen, i de tiempo à tiempo se vèn, primero que se hablen,
estàr media hora llorando; i acabado esto, aquel que es visitado, se
levanta primero, i dà al otro todo quanto posee, i el otro lo rescibe: i
de aì à vn poco se và con ello, i aun algunas veces, despues de
rescebido, se vàn sin que hablen palabra. Otras estrañas costumbres
tienen, mas Yo he contado las mas principales, i mas señaladas por pasar
adelante, i contar lo que mas nos suscedio.
Despues que Dorantes, i Castillo bolvieron à la Isla, recogieron consigo
todos los Christianos, que estaban algo esparcidos, i hallaronse por
todos catorce. Yo, como he dicho, estaba en la otra parte en
Tierra-firme, donde mis Indios me havian llevado, i donde me havia dado
tan gran enfermedad, que ià que alguna otra cosa me diera esperança de
vida, aquella bastaba para del todo quitarmela. Y como los Christianos
esto supieron, dieron à vn Indio la Manta de Martas, que del Cacique
haviamos tomado, como arriba diximos, porque los pasase donde Yo estaba
para verme; i asi, vinieron doce, porque los dos quedaron tan flacos,
que no se atrevieron à traerlos consigo: los nombres de los que entonces
vinieron, son: Alonso del Castillo, Andrès Dorantes, i Diego Dorantes,
Valdivieso, Estrada, Tostado, Chaves, Gutierrez, Asturiano Clerigo,
Diego de Huelva, Estevanico el Negro, Benitez: i como fueron venidos à
Tierra-firme, hallaron otro, que era de los nuestros, que se llamaba
Francisco de Leon; i todos trece por luengo de Costa. Y luego que fueron
pasados los Indios, que me tenian, me avisaron de ello, i como quedaban
en la Isla Hieronimo de Alaniz, i Lope de Oviedo. Mi enfermedad estorvò
que no les pude seguir, ni los vì. Yo huve de quedar con estos mismos
Indios de la Isla mas de vn Año, i por el mucho trabajo que me daban, i
mal tratamiento que me hacian, determinè de huir de ellos, i irme à los
que moran en los Montes, i Tierra-firme, que se llaman los de Charruco,
porque Yo no podia sufrir la vida, que con estos otros tenia; porque
entre otros trabajos muchos, havia de sacar las Raìces para comer debaxo
del Agua, i entre las Cañas, donde estaban metidas en la Tierra; i de
esto traìa Yo los dedos tan gastados, que vna Paja que me tocase, me
hacia sangre de ellos, i las Cañas me rompian por muchas partes, porque
muchas de ellas estaban quebradas, i havia de entrar por medio de ellas,
con la Ropa que he dicho que traìa. Y por esto Yo puse en obra de
pasarme à los otros, i con ellos me suscediò algo mejor: i porque Yo me
hice Mercader, procurè de vsar el Oficio lo mejor que supe; i por esto
ellos me daban de comer, i me hacian buen tratamiento, i rogabanme, que
me fuese de vnas partes à otras, por cosas que ellos havian menester;
porque por raçon de la Guerra, que contino traen, la Tierra no se anda,
ni se contrata tanto. E ià con mis Tratos, i Mercaderias entraba la
Tierra adentro todo lo que queria, i por luengo de Costa me alargaba
quarenta, ò cinquenta leguas. Lo principal de mi trato, era pedaços de
Caracoles de la Mar, i Coraçones de ellos, i Conchas, con que ellos
cortan vna fruta, que es como Frisoles, con que se curan, i hacen sus
Bailes, i Fiestas; i esta es la cosa de maior prescio que entre ellos
ai, i Cuentas de la Mar, i otras cosas. Asi esto era lo que io llevaba
la Tierra adentro; i en cambio, i trueco de ello traìa Cueros, i Almagra
con que ellos se vntan, i tiñen las Caras, i Cabellos; Pedernales para
puntas de Flechas, Engrudo, i Cañas duras para hacerlas, i vnas Borlas,
que se hacen de Pelos de Venados, que las tiñen, i paran coloradas: i
este Oficio me estaba à mi bien, porque andando en èl tenia libertad
para ir donde queria, i no era obligado à cosa alguna, i no era Esclavo,
i donde quiera que iba me hacian buen tratamiento, i me daban de comer
por respeto de mis Mercaderias; i lo mas principal, porque andando en
ello, Yo buscaba por donde me havia de ir adelante, i entre ellos era
mui conoscido: holgaban mucho quando me vian, i les traìa lo que havian
menester; i los que no me conoscian, me procuraban, i deseaban vèr por
mi fama. Los trabajos que en esto pasè, serìa largo contarlos, asi de
peligros, i hambres, como de tempestades, i frios, que muchos de ellos
me tomaron en el Campo. i solo, donde por gran misericordia de Dios
Nuestro Señor escapè; i por esta causa Yo no trataba el Oficio en
Invierno, por ser tiempo, que ellos mismos en sus Choças, i Ranchos
metidos, no podian valerse, ni ampararse. Fueron casi seis Años el
tiempo que Yo estuve en esta Tierra solo entre ellos, i desnudo, como
todos andaban. La raçon por què tanto me detuve, fue por llevar conmigo
vn Christiano, que estaba en la Isla, llamado Lope de Oviedo. El otro
Compañero de Alaniz, que con èl havia quedado, quando Alonso del
Castillo, i Andrès Dorantes, con todos los otros, se fueron, muriò
luego; i por sacarlo de alli, Yo pasaba à la Isla cada Año, i le rogaba,
que nos fuesemos à la mejor maña que pudiesemos en busca de Christianos,
i cada Año me detenia, diciendo, que el otro siguiente nos iriamos. En
fin, al cabo lo saquè, i le pasè el Ancon, i quatro Rios, que ai por la
Costa, porque èl no sabia nadar, i ansi fuimos con algunos Indios
adelante, hasta que llegamos à vn Ancon, que tiene vna legua de travès,
i es por todas partes hondo: i por lo que de èl nos paresciò, i vimos,
es, el que llaman del Espiritu Santo, i de la otra parte dèl vimos vnos
Indios, que vinieron à vèr los nuestros, i nos dixeron, como mas
adelante havia tres Hombres como nosotros, i nos dixeron los nombres de
ellos; i preguntandoles por los demàs, nos respondieron, que todos eran
muertos de frio, i de hambre: i que aquellos Indios de adelante, ellos
mismos por su pasatiempo havian muerto à Diego Dorantes, i à Valdivieso,
i à Diego de Huelva, porque se havian pasado de vna casa à otra; i, que
los otros Indios sus vecinos, con quien agora estaba el Capitan
Dorantes, por raçon de vn sueño que havian soñado, havian muerto à
Esquivèl, i à Mendez. Preguntamosles, què tales estaban los vivos?
dixeron nos, que mui maltratados, porque los Mochachos, i otros Indios,
que entre ellos son mui holgaçanes, i de mal trato, les daban muchas
coces, i bofetones, i palos, i que esta era la vida que con ellos
tenian. Quesimonos informar de la Tierra adelante, i de los
mantenimientos que en ella havia, respondieron, que era mui pobre de
Gente, i que en ella no havia que comer, i que morian de frio, porque no
tenian Cueros, ni con que cubrirse. Dixeron nos tambien, si queriamos
vèr aquellos tres Christianos, que de aì à dos dias los Indios que los
tenian venian à comer Nueces vna legua de alli à la Vera de aquel Rio: i
porque viesemos, que lo que nos havian dicho del mal tratamiento de los
otros era verdad, estando con ellos dieron al Compañero mio de
bofetones, i palos, i Yo no quedè sin mi parte, i de muchos pellaços de
lodo que nos tiraban, i nos ponian cada dia las Flechas al coraçon,
diciendo, que nos querian matar como à los otros nuestros Compañeros. Y
temiendo esto Lope de Oviedo, mi Compañero, dixo, que queria bolverse
con vnas Mugeres de aquellos Indios, con quien haviamos pasado el Ancon,
que quedaban algo atràs. Yo porfiè mucho con èl que no lo hiciese, i
pasè muchas cosas, i por ninguna via lo pude detener; i asi se bolviò, i
Yo quedè solo con aquellos Indios, los quales se llamaban Quevenes, i
los otros con quien èl se fue, llaman Deaguanes.
Desde à dos dias que Lope de Oviedo se havia ido, los Indios que tenian
à Alonso del Castillo, i Andrès Dorantes, vinieron al mesmo Lugar, que
nos havian dicho, à comer de aquellas Nueces, de que se mantienen,
moliendo vnos granillos con ellas, dos Meses del Año, sin comer otra
cosa, i aun esto no lo tienen todos los Años, porque acuden vno, i otro
no: son del tamaño de las de Galicia, i los Arboles son mui grandes, i
ai gran numero de ellos. Vn Indio me avisò como los Christianos eran
llegados, i que si Yo queria verlos, me hurtase, i huiese à vn Canto de
vn Monte, que èl me senalò; porque èl, i otros Parientes suios havian de
venir à vèr aquellos Indios, i que me llevarian consigo adonde los
Christianos estaban. Yo me confiè de ellos, i determinè de hacerlo,
porque tenian otra Lengua distinta de la de mis Indios: i puesto por
obra, otro dia fueron, i me hallaron en el lugar que estaba señalado: i
asi me llevaron consigo. Yà que lleguè cerca de donde tenian su
Aposento, Andrès Dorantes saliò à vèr quien era, porque los Indios le
havian tambien dicho como venia vn Christiano; i quando me viò, fue mui
espantado, porque havia muchos dias que me tenian por muerto, i los
Indios asi lo havian dicho. Dimos muchas gracias à Dios de vernos
juntos: i este dia fue vno de los de maior placer, que en nuestros dias
havemos tenido: i llegado donde Castillo estaba, me preguntaron, què
donde iba? Yo le dixe, que mi proposito era de pasar à Tierra de
Christianos, i que en este rastro, i busca iba. Andrès Dorantes
respondiò, que muchos dias havia que èl rogaba à Castillo, i à
Estevanico, que se fuesen adelante, i que no lo osaban hacer, porque no
sabian nadar, i que temian mucho los Rios, i Ancones por donde havian de
pasar, que en aquella Tierra ai muchos. Y pues Dios Nuestro Señor havia
sido servido de guardarme entre tantos trabajos, i enfermedades, i al
cabo traerme en su compañia, que ellos determinaban de huir, que Yo los
pasaria de los Rios, i Ancones que topasemos; i avisaronme, que en
ninguna manera diese à entender à los Indios, ni conosciesen de mì, que
Yo queria pasar adelante, porque luego me matarian; i que para esto era
menester que Yo me detuviese con ellos seis Meses, que era tiempo en que
aquellos Indios iban à otra Tierra à comer Tunas. Esta es vna Fruta, que
es del tamaño de Huevos, i son bermejas, i negras, i de mui buen gusto.
Comenlas tres Meses del Año, en los quales no comen otra cosa alguna;
porque al tiempo que ellos las cogian, venian à ellos otros Indios de
adelante, que traìan Arcos para contratar, i cambiar con ellos: i que
quando aquellos se bolviesen, nos huìriamos de los nuestros, i nos
bolveriamos con ellos. Con este concierto Yo quedè alli, i me dieron por
Esclavo à vn Indio, con quien Dorantes estaba; el qual era tuerto, i su
Muger, i vn Hijo que tenia, i otro que estaba en su compañia; de manera,
que todos eran tuertos. Estos se llaman Marianes: i Castillo estaba con
otros sus vecinos, llamados Iguases. Y estando aqui ellos me contaron,
que despues que salieron de la Isla de Malhado, en la Costa de la Mar
hallaron la Barca en que iba el Contador, i los Frailes al travès; i que
iendo pasando aquellos Rios, que son quatro mui grandes, i de muchas
corrientes, les llevò las Barcas en que pasaban à la Mar, donde se
ahogaron quatro de ellos, i que asi fueron adelante hasta que pasaron el
Ancon, i lo pasaron con mucho trabajo: i à quince leguas adelante
hallaron otro: i que quando alli llegaron, ià se les havian muerto dos
Compañeros, en sesenta leguas que havian andado, i que todos los que
quedaban estaban para lo mismo, i que en todo el camino no havian comido
sino Cangrejos, i Yerva Pedrera: i llegados à este vltimo Ancon, decian,
que hallaron en èl Indios, que estaban comiendo Moras; i como vieron à
los Christianos, se fueron de alli à otro cabo: i que estando
procurando, i buscando manera para pasar el Ancon, pasaron à ellos vn
Indio, i vn Christiano, i que llegado, conoscieron que era Figueroa, vno
de los quatro que haviamos embiado adelante en la Isla de Malhado, i
alli les contò, como èl, i sus Compañeros havian llegado hasta aquel
Lugar, donde se havian muerto dos de ellos, i vn Indio, todos tres de
frio, i de hambre, porque havian venido, i estado en el mas recio tiempo
del mundo, i que à èl, i � Mendez havian tomado los Indios, i que
estando con ellos, Mendez havia huìdo, iendo la via lo mejor que pudo de
Panuco, i que los Indios havian ido tras èl; i que lo havian muerto: i
que estando èl con estos Indios, supo de ellos, como con los Mariames
estaba vn Christiano, que havia pasado de la otra parte, i lo havia
hallado con los que llamaban Quevenes: i que este Christiano era
Hernando de Esquivèl, natural de Badajoz, el qual venia en compañia del
Comisario, i que èl supo de Esquivèl el fin en que havian parado el
Governador, i Contador, i los demàs, i le dixo, que el Contador, i los
Frailes havian echado al travès su Barca entre los Rios; i viniendose
por luengo de Costa, llegò la Barca del Governador con su Gente en
tierra, i èl se fue con su Barca, hasta que llegaron à aquel Ancon
grande, i que alli tornò à tomar la Gente, i la pasò del otro cabo, i
bolviò por el Contador, i los Frailes, i todos los otros; i contò, como
estando desembarcados, el Governador havia revocado el Poder que el
Contador tenia de Lugar-Teniente suio; i diò el cargo à vn Capitan, que
traìa consigo, que se decia Pantoja, i que el Governador se quedò en su
Barca, i no quiso aquella noche salir à tierra, i quedaron con èl vn
Maestre, i vn Page, que estaba malo, i en la Barca no tenian Agua, ni
cosa ninguna que comer; i que à media noche el Norte vino tan recio, que
sacò la Barca à la Mar, sin que ninguno la viese, porque no tenia por
reson sino vna Piedra, i que nunca mas supieron dèl; i que visto esto,
la Gente que en tierra quedaron, se fueron por luengo de Costa, i que
como hallaron tanto estorvo de Agua, hicieron Balsas con mucho trabajo,
en que pasaron de la otra parte; i que iendo adelante llegaron à vna
punta de vn Monte, orilla del Agua, i que hallaron Indios, que como los
vieron venir, metieron sus Casas en sus canoas, i se pasaron de la otra
parte à la Costa; i los Christianos viendo el tiempo que era, porque era
por el Mes de Noviembre, pararon en este Monte porque hallaron Agua, i
Leña, i algunos Cangrejos, i Mariscos, donde de frio, i de hambre se
començaron poco à poco à morir. Allende de esto, Pantoja, que por
Teniente havia quedado, les hacia mal tratamiento, i no lo pudiendo
sufrir Soto-Maior, Hermano de Vasco Porcallo, el de la Isla de Cuba, que
en el Armada havia venido por Maestre de Campo, se rebolviò con èl, i le
diò vn palo, de que Pantoja quedò muerto, i asi se fueron acabando; i
los que morian, los otros los hacian tasajos, i el vltimo que muriò fue
Soto-Maior i Esquivèl, lo hiço tasajos, i comiendo dèl, se mantuvo hasta
primero de Março, que vn Indio de los que alli havian huìdo, vino à vèr
si eran muertos, i llevò à Esquivèl consigo; i estando en poder de este
Indio, el Figueroa lo hablò, i supo de èl todo lo que havemos contado; i
le rogò que se viniese con èl, para irse ambos la via del Panuco; lo
qual Esquivèl no quiso hacer, diciendo, que èl havia sabido de los
Frailes, que Panuco havia quedado atràs, i asi se quedò alli, i Figueroa
se fue à la Costa adonde solia estàr.
.
Esta cuenta toda diò Figueroa por la relacion que de Esquivèl havia
sabido, i asi de mano en mano llegò à mi, por donde se puede vèr, i
saber el fin que toda aquella Armada hovo, i los particulares casos, que
à cada vno de los demàs acontescieron. Y dixo mas, que si los
Christianos algun tiempo andaban por alli, podria ser que viesen à
Esquivèl, porque sabia que se havia huìdo de aquel Indio con quien
estaba, à otros que se decian los Mareames, que eran alli vecinos. Y
como acabo de decir, èl, i el Asturiano se quisieran ir à otros Indios,
que adelante estaban: mas como los Indios que lo tenian lo sintieron,
salieron à ellos, i dieronles muchos palos, i desnudaron al Asturiano, i
pasaronle vn braço con vna Flecha; i en fin se escaparon huiendo, i los
Christianos se quedaron con aquellos Indios, i acabaron con ellos, que
los tomasen por Esclavos, aunque estando sirviendoles fueron tan mal
tratados de ellos, como nunca Esclavos, ni Hombres de ninguna suerte lo
fueron; porque de seis que eran, no contentos con darles muchas
bofetadas, i apalearlos, i pelarles las barbas por su pasatiempo, por
solo pasar de vna casa, ò otra, mataron tres, que son los que arriba
dixe: Diego Dorantes, i Valdivieso, i Diego de Huelva, i los otros tres
que quedaban, esperaban parar en esto mismo: i por no sufrir esta vida,
Andrès Dorantes se huyò, i se pasò à los Mareames, que eran aquellos
adonde Esquivèl havia parado, i ellos le contaron como havian tenido
alli à Esquivèl, i como estando alli se quiso huir, porque vna Muger
havia soñado, que le havia de matar vn Hijo, i los Indios fueron tras
èl, i lo mataron, i mostraron à Andrès Dorantes su Espada, i sus
Cuentas, i Libro, i otras cosas que tenia. Esto hacen estos por vna
costumbre que tienen, i es, que matan sus mismos Hijos por sueños, i à
las Hijas en nasciendo las dexan comer à Perros, i las echan por aì. La
razon porque ellos lo hacen es, segun ellos dicen, porque todos los de
la Tierra son sus enemigos, i con ellos tienen continua guerra: i que si
acaso casasen sus Hijas, multiplicarian tanto sus enemigos, que los
sujetarian, i tomarian por Esclavos: i por esta causa querian mas
matallas, que no que de ellas mismas nasciese quien fuese su enemigo.
Nosotros les diximos, que por què no las casaban con ellos mismos? Y
tambien entre ellos dixeron, que era fea cosa casarlas con sus
Parientes, i que era mui mejor matarlas, que darlas à sus Parientes, ni
à sus enemigos: i esta costumbre vsan estos, i otros sus vecinos, que se
llaman los Iguaces solamente, sin que ningunos otros de la Tierra la
guarden. Y quando estos se han de casar, compran las Mugeres à sus
Enemigos, i el precio que cada vno dà por la suia, es vn Arco, el mejor
que puede haver, con dos Flechas; i si acaso no tiene Arco, vna Red,
hasta vna braça en ancho, i otra en largo: matan sus Hijos, i mercan los
agenos: no dura el casamiento mas de quanto estàn contentos, i con vna
Higa deshacen el casamiento. Dorantes estuvo con estos, i desde à pocos
dias se huiò. Castillo, i Estevanico se vinieron dentro à la
Tierra-firme à los Yeguaces. Toda esta Gente son Flecheros, i bien
dispuestos, aunque no tan grandes como los que atràs dexamos; i traen la
Teta, i el Labio horadados. Su mantenimiento principalmente es Raìces de
dos, ò tres maneras, i buscanlas por toda la Tierra: son mui malas, i
hinchan los Hombres que las comen. Tardan dos dias en asarse, i muchas
de ellas son mui amargas, i con todo esto se sacan con mucho trabajo. Es
tanta la hambre, que aquellas Gentes tienen, que no se pueden pasar sin
ellas, i andan dos, ò tres Leguas buscandolas. Algunas veces matan
algunos Venados, i à tiempos toman algun Pescado: mas esto es tan poco,
i su hambre tan grande, que comen Arañas, i huevos de Hormigas, i
Gusanos, i Lagartijas, i Salamanquesas, i Culebras, i Vivoras, que matan
los Hombres, que muerden, i comen Tierra, i Madera, i todo lo que pueden
haver, i estiercol de Venados, i otras cosas, que dexo de contar; i creo
averiguadamente, que si en aquella Tierra huviese piedras, las comerian.
Guardan las espinas del Pescado, que comen, i de las Culebras, i otras
cosas, para molerlo despues todo, i comer el polvo de ello. Entre estos
no se cargan los Hombres, ni llevan cosa de peso, mas llevanlo las
Mugeres, i los Viejos, que es la Gente que ellos en menos tienen. No
tienen tanto amor à sus Hijos, como los que arriba diximos. Ai algunos
entre ellos, que vsan pecado contra natura. Las Mugeres son mui
trabajadas, i para mucho: porque de veinte i quatro horas que ai entre
dia, i noche, no tienen sino seis horas de descanso: i todo lo mas de la
noche pasan en atiçar sus Hornos, para secar aquellas Raìces, que comen;
i desque amanesce comiençan à cabar, i à traer Leña, i Agua à sus Casas,
i dàr orden en las otras cosas, de que tienen necesidad. Los mas de
estos son grandes Ladrones, porque aunque entre sì son bien partidos, en
bolviendo vno la cabeça, su Hijo mismo, ò su Padre, le toma lo que
puede. Mienten mui mucho, i son grandes borrachos, i para esto beben
ellos vna cierta cosa. Estan tan vsados à correr, que sin descansar, ni
cansar, corren desde la mañana hasta la noche, i siguen vn Venado; i de
esta manera matan muchos de ellos, porque los siguen, hasta que los
cansan; i algunas veces los toman vivos. Las Casas de ellos son de
Esteras, puestas sobre quatro Arcos, llevanlas acuestas, i mudanse cada
dos, ò tres dias, para buscar de comer: ninguna cosa siembran, que se
puedan aprovechar: es Gente mui alegre: por mucha hambre que tengan, por
eso no dexan de bailar, ni de hacer sus Fiestas, i Areytos. Para ellos
el mejor tiempo que estos tienen, es quando comen las Tunas, porque
entonces no tienen hambre, i todo el tiempo se les pasa en bailar, i
comen de ellas de noche, i de dia: todo el tiempo que les duran,
exprimenlas, i abrenlas, i ponenlas à secar; i despues de secas,
ponenlas en vnas Seras, como Higos, i guardanlas para comer por el
camino, quando se buelven, i las cascaras de ellas muelenlas, i hacenlas
polvo. Muchas veces, estando con estos, nos acontesciò tres, ò quatro
dias estàr sin comer, porque no lo havia: ellos, por alegrarnos, nos
decian, que no estuviesemos tristes, que presto havria Tunas, i
comeriamos muchas, i beberiamos del çumo de ellas, i terniamos las
barrigas mui grandes, i estariamos mui contentos, i alegres, i sin
hambre alguna: i desde el tiempo que esto nos decian, hasta que las
Tunas se huviesen de comer, havia cinco, ò seis Meses: i en fin, huvimos
de esperar aquestos seis Meses; i quando fue tiempo, fuimos à comer las
Tunas: hallamos por la Tierra mui gran cantidad de Mosquitos, de tres
maneras, que son mui malos, i enojosos, i todo lo mas del Verano nos
daban mucha fatiga: i para defendernos de ellos, haciamos al derredor de
la Gente muchos fuegos de Leña podrida, i mojada, para que no ardiesen,
i hiciesen humo; i esta defension nos daba otro trabajo, porque en toda
la noche no haciamos sino llorar, del humo que en los ojos nos daba, i
sobre eso gran calor, que nos causaban los muchos fuegos, i saliamos à
dormir à la Costa; i si alguna vez podiamos dormir, recordabannos à
palos, para que tornasemos à encender los fuegos. Los de la Tierra
adentro, para esto vsan otro remedio, tan incomportable, i mas que este
que he dicho; i es, andar con tiçones en las manos, quemando los Campos,
i Montes, que topan, para que los Mosquitos huian, i tambien para sacar
debaxo de Tierra Lagartijas, i otras semejantes cosas, para comerlas: i
tambien suelen matar Venados, cercandolos con muchos fuegos, i vsan
tambien esto, por quitar à los Animales el pasto, que la necesidad les
haga ir à buscarlo adonde ellos quieren, porque nunca hacen asiento con
sus Casas, sino donde ai Agua, i Leña, i alguna vez se cargan todos de
esta provision, i vàn à buscar los Venados, que mui ordinariamente estan
donde no ai Agua, ni Leña: i el dia que llegan matan Venados, i algunas
otras cosas que pueden, i gastan todo el Agua, i Leña en guisar de
comer, i en los fuegos que hacen para defenderse de los Mosquitos, i
esperan otro dia para tomar algo que lleven para el camino; i quando
parten, tales vàn de los Mosquitos, que paresce que tienen enfermedad de
Sant Laçaro: i de esta manera satisfacen su hambre dos, ò tres veces en
el año, à tan grande costa como he dicho; i por haver pasado por ello,
puedo afirmar, que ningun trabajo que se sufra en el Mundo, iguala con
este. Por la Tierra ai muchos Venados, i otras Aves, i Animales, de las
que atràs he contado. Alcançan aqui Vacas, i Yo las he visto tres veces,
i comido de ellas: i paresceme, que seran del tamaño de las de España:
tienen los cuernos pequeños, como Moriscas, i el pelo mui largo, merino,
como vna bernia, vnas son pardillas, i otras negras; i à mi parescer
tienen mejor, i mas gruesa carne, que de las de acà. De las que no son
grandes, hacen los Indios Mantas para cubrirse, i de las maiores hacen
�apatos, i Rodelas: estas vienen de àcia el Norte, por la Tierra
adelante, hasta la Costa de la Florida, i tiendense por toda la Tierra
mas de quatrocientas Leguas: i en todo este camino, por los Valles por
donde ellas vienen, baxan las Gentes, que por alli habitan, i se
mantienen de ellas, i meten en la Tierra grande cantidad de Cueros.
Quando fueron cumplidos los seis Meses, que Yo estuve con los
Christianos, esperando à poner en efecto el concierto que teniamos
hecho, los Indios se fueron à las Tunas, que havia de alli à donde las
havian de coger, hasta treinta Leguas: i ià que estabamos para huirnos,
los Indios con quien estabamos, vnos con otros riñeron sobre vna Muger,
i se apuñearon, i apalearon, i descalabraron vnos à otros; i con el
grande enojo que huvieron, cada vno tomò su Casa, i se fue à su parte:
de donde fue necesario, que todos los Christianos que alli eramos,
tambien nos apartasemos, i en ninguna manera nos podimos juntar hasta
otro Año: i en este tiempo Yo pasè mui mala vida, ansi por la mucha
hambre, como por el mal tratamiento, que de los Indios rescibia, que fue
tal, que Yo me huve de huir tres veces de los Amos que tenia, i todos me
anduvieron à buscar, i poniendo diligencia para matarme; i Dios Nuestro
Señor, por su misericordia, me quiso guardar, i amparar de ellos, i
quando el tiempo de las Tunas tornò, en aquel mismo lugar nos tornamos à
juntar. Yà que teniamos concertado de huirnos, i señalado el dia, aquel
mismo dia los Indios nos apartaron, i fuimos cada vno por su parte: i Yo
dixe à los otros Compañeros, que Yo los esperaria en las Tunas; hasta
que la Luna fuese llena: i este dia era primero de Septiembre, i primero
dia de Luna; i aviselos, que si en este tiempo no viniesen al concierto,
Yo me iria solo, i los dexaria: i ansi nos apartamos, i cada vno se fue
con sus Indios, i Yo estuve con los mios, hasta trece de Luna: i Yo
tenia acordado de me huir à otros Indios, en siendo la Luna llena; i à
trece dias del Mes llegaron adonde Yo estaba Andrès Dorantes, i
Estevanico, i dixeronme como dexaban à Castillo con otros Indios, que se
llamaban Anagados, i que estaban cerca de alli, i que havian pasado
mucho trabajo, i que havian andado perdidos, i que otro dia adelante
nuestros Indios se mudaron àcia donde Castillo estaba, i iban à juntarse
con los que lo tenian, i hacerse Amigos vnos de otros, porque hasta alli
havian tenido Guerra: i de esta manera cobramos à Castillo. En todo el
tiempo que comiamos las Tunas, teniamos sed, i para remedio de esto
bebiamos el çumo de las Tunas, i sacabamoslo en vn hoio, que en la
Tierra haciamos, i desque estaba lleno, bebiamos de èl, hasta que nos
hartabamos. Es dulce, i de color de Arrope: esto hacen, por falta de
otras Vasijas. Ai muchas maneras de Tunas, i entre ellas ai algunas mui
buenas, aunque à mi todas me parescian asi, i nunca la hambre me diò
espacio para escogerlas, ni parar mientes en quales eran mejores. Todas
las mas de Gentes beben Agua llovediça, i recogida en algunas partes,
porque aunque ai Rios, como nunca estan de asiento, nunca tienen Agua
conoscida, ni señalada. Por toda la Tierra ai mui grandes, i hermosas
Dehesas, i de mui buenos pastos para Ganados; i paresceme, que seria
Tierra mui fructifera, si fuese labrada, i habitada de Gente de raçon.
No vimos Sierra en toda ella, en tanto que en ella estuvimos. Aquellos
Indios nos dixeron, que otros estaban mas adelante, llamados Camones,
que viven àcia la Costa, i havian muerto toda la Gente, que venia en la
Barca de Peñalosa, i Tellez, i que venian tan flacos, que aunque los
mataban no se defendian: i asi los acabaron todos, i nos mostraron
Ropas, i Armas de ellos, i dixeron, que la Barca estaba alli al travès.
Esta es la quinta Barca, que faltaba, porque la del Governador ià
diximos como la Mar la llevò: i la del Contador, i los Frailes la havian
visto echada al travès en la Costa, i Esquivèl contò el fin de ellos.
Las dos, en que Castillo, i Yo, i Dorantes ibamos, ià hemos contado,
como junto à la Isla de Malhado se hundieron.
Despues de havernos mudado, desde à dos dias nos encomendamos à Dios
Nuestro Señor, i nos fuimos huiendo, confiando, que aunque era ià tarde,
i las Tunas se acababan, con los frutos que quedarian en el Campo,
podriamos andar buena parte de Tierra. Yendo aquel dia nuestro camino,
con harto temor que los Indios nos havian de seguir, vimos vnos humos, i
iendo à ellos, despues de Visperas llegamos allà, do vimos vn Indio, que
como viò que ibamos à èl, huiò, sin querernos aguardar: nosotros
embiamos al Negro tras de èl, i como viò que iba solo, aguardòlo. El
Negro le dixo, que ibamos à buscar aquella Gente, que hacia aquellos
humos. El respondiò, que cerca de alli estaban las Casas, i que nos
guiaria allà, i asi lo fuimos siguiendo: i èl corriò à dàr aviso de como
ibamos, i à puesta del Sol vimos las Casas: i dos tiros de Ballesta
antes que llegasemos à ellas, hallamos quatro Indios, que nos esperaban,
i nos rescibieron bien. Diximosles, en Lengua de Mariames, que ibamos à
buscallos: i ellos mostraron, que se holgaban con nuestra compañia, i
ansi nos llevaron à sus Casas; i à Dorantes, i al Negro aposentaron en
Casa de vn Fisico: i à mi, i à Castillo en Casa de otro. Estos tienen
otra Lengua, i llamanse Avavares, i son aquellos que solian llevar los
Arcos à los nuestros, i iban à contratar con ellos; i aunque son de otra
Nacion, i Lengua, entienden la Lengua de aquellos con quien antes
estabamos, i aquel mismo dia havian llegado alli con sus Casas. Luego el
Pueblo nos ofresciò muchas Tunas, porque ià ellos tenian noticia de
nosotros, i como curabamos, i de las maravillas, que Nuestro Señor con
nosotros obraba (que aunque no huviera otras) harto grandes eran
abrirnos caminos por Tierra tan despoblada, i darnos Gente, por donde
muchos tiempos no la havia, i librarnos de tantos peligros, i no
permitir que nos matasen, i sustentarnos con tanta hambre, i poner
aquellas Gentes en coraçon, que nos tratasen bien, como adelante
dirèmos.
Aquella misma noche, que llegamos, vinieron vnos Indios à Castillo, i
dixeronle, que estaban mui malos de la cabeça, rogandole, que los
curase; i despues que los huvo santiguado, i encomendado à Dios, en
aquel punto los Indios dixeron, que todo el mal se les havia quitado: i
fueron à sus Casas, i truxeron muchas Tunas, i vn pedaço de carne de
Venado, cosa, que no sabiamos què cosa era; i como esto entre ellos se
publicò, vinieron otros muchos enfermos en aquella noche, à que los
sanase, i cada vno traìa vn pedaço de Venado: i tantos eran, que no
sabiamos adonde poner la carne. Dimos muchas gracias à Dios, porque cada
dia iba cresciendo su misericordia, i mercedes; i despues que se
acabaron las curas, començaron à bailar, i hacer sus Areytos, i Fiestas,
hasta otro dia que el Sol saliò: i durò la fiesta tres dias, por haver
nosotros venido, i al cabo de ellos les preguntamos por la Tierra de
adelante, i por la Gente que en ella hallariamos, i los Mantenimientos
que en ella havia? Respondieronnos, que por toda aquella Tierra havia
muchas Tunas, mas que ià eran acabadas, i que ninguna Gente havia,
porque todos eran idos à sus Casas, con haver ià cogido las Tunas: i que
la Tierra era mui fria, i en ella havia mui pocos Cueros. Nosotros,
viendo esto, que ià el Invierno, i tiempo frio entraba, acordamos de
pasarlo con estos. A cabo de cinco dias, que alli haviamos llegado, se
partieron à buscar otras Tunas, adonde havia otra Gente de otras
Nasciones, i Lenguas; i andadas cinco jornadas, con mui grande hambre,
porque en el camino no havia Tunas, ni otra Fruta ninguna, allegamos à
vn Rio, donde asentamos nuestras Casas, i despues de asentadas, fuimos à
buscar vna Fruta de vnos Arboles, que es como Hieros: i como por toda
esta Tierra no ai Caminos, Yo me detuve mas en buscarla: la Gente se
bolviò, i Yo quedè solo, i viniendo à buscarlos, aquella noche me perdì;
i plugò à Dios, que hallè vn Arbol ardiendo, i al fuego de èl pasè aquel
frio aquella noche, i à la mañana Yo me carguè de Leña, i tomè dos
tiçones, i bolvì à buscarlos, i anduve de esta manera cinco dias,
siempre con mi lumbre, i carga de Leña, porque si el fuego se me matase
en parte donde no tuviese Leña, como en muchas partes no la havia,
tuviese de que hacer otros tiçones, i no me quedase sin lumbre, porque
para el frio Yo no tenia otro remedio, por andar desnudo, como nascì; i
para las noches Yo tenia este remedio, que me iba à las matas del Monte,
que estaba cerca de los Rios, i paraba en ellas, antes que el Sol se
pusiese, i en la Tierra hacia vn hoio, i en èl echaba mucha Leña, que se
cria en muchos Arboles, de que por alli ai mui gran cantidad, i juntaba
mucha Leña, de la que estaba caìda, i seca de los Arboles, i al derredor
de aquel hoio hacia quatro fuegos en Cruz, i Yo tenia cargo, i cuidado
de rehacer el fuego de rato en rato, i hacia vnas gavillas de paja
larga, que por alli ai, con que me cubria en aquel hoio: i de esta
manera me amparaba del frio de las noches; i vna de ellas el fuego caiò
en la paja, con que Yo estaba cubierto, i estando Yo durmiendo en el
hoio, començò à arder mui recio, i por mucha priesa que Yo me dì à
salir, todavia saquè señal en los cabellos del peligro en que havia
estado. En todo este tiempo no comì bocado, ni hallè cosa, que pudiese
comer: i como traìa los pies descalços, corriòme de ellos mucha sangre;
i Dios vsò conmigo de misericordia, que en todo este tiempo no ventò el
Norte, porque de otra manera ningun remedio havia de Yo vivir; i à cabo
de cinco dias lleguè à vna Ribera de vn Rio, donde Yo hallè à mis
Indios, que ellos, i los Christianos me contaban ià por muerto, i
siempre creìan, que alguna Vivora me havia mordido. Todos huvieron gran
placer de verme, principalmente los Christianos, i me dixeron, que hasta
entonces havian caminado con mucha hambre, que esta era la causa, que no
me havian buscado: i aquella noche me dieron de las Tunas que tenian; i
otro dia partimos de alli, i fuimos donde hallamos muchas Tunas, con que
todos satisfacieron su gran hambre; i nosotros dimos muchas gracias à
Nuestro Señor, porque nunca nos faltaba su remedio.
Otro Dia de mañana vinieron alli muchos Indios, i traìan cinco enfermos,
que estaban tollidos, i mui malos, i venian en busca de Castillo, que
los curase: i cada vno de los enfermos ofresciò su Arcos, i Flechas, i
èl los rescibiò, i à puesta del Sol los santiguò, i encomendò à Dios
Nuestro Señor, i todos le suplicamos, con la mejor manera que podiamos,
les embiase salud: pues èl via, que no havia otro remedio para que
aquella Gente nos aiudase, i saliesemos de tan miserable vida, i èl lo
hiço tan misericordiosamente, que venida la mañana, todos amanescieron
tan buenos, i sanos, i se fueron tan recios, como si nunca hovieran
tenido mal ninguno. Esto causò, entre ellos, mui gran admiracion, i à
nosotros despertò, que diesemos muchas gracias à Nuestro Señor, à que
mas enteramente conosciesemos su bondad, i tuviesemos firme esperança,
que nos havia de librar, i traer donde le pudiesemos servir; i de mi sè
decir, que siempre tuve esperança en su misericordia, que me havia de
sacar de aquella captividad, i asi Yo lo hablè siempre à mis Compañeros.
Como los Indios fueron idos, i llevaron sus Indios sanos, partimos donde
estaban otros comiendo Tunas, i estos se llaman Cutalches, i Malicones,
que son otras Lenguas: i junto con ellos havia otros, que se llamaban
Coayos, i Susolas, i de otra parte otros, llamados
Atayos,
i estos
tenian Guerra con los Susolas, con quien se flechaban cada dia; i como
por toda la Tierra no se hablase sino en los misterios, que Dios Nuestro
Señor con nosotros obraba, venian de muchas partes à buscarnos, para que
los curasemos; i à cabo de dos dias, que alli llegaron, vinieron à
nosotros vnos Indios de los Susolas, i rogaron à Castillo, que fuese à
curar vn herido, i otros enfermos, i dixeron, que entre ellos quedaba
vno, que estaba mui al cabo. Castillo era Medico mui temeroso,
principalmente quando las curas eran mui temerosas, i peligrosas, i
creìa, que sus pecados havian de estorvar, que no todas veces suscediese
bien el curar. Los Indios me dixeron, que Yo fuese à curarlos, porque
ellos me querian bien, i se acordaban, que les havia curado en las
Nueces, i por aquello nos havian dado Nueces, i Cueros; i esto havia
pasado, quando Yo vine à juntarme con los Christianos, i asi huve de ir
con ellos: i fueron conmigo Dorantes, i Estevanico; i quando lleguè
cerca de los Ranchos, que ellos tenian, Yo vì el enfermo, que ibamos à
curar, que estaba muerto, porque estaba mucha Gente al derredor de èl
llorando, i su Casa deshecha, que es señal, que el dueño estaba muerto;
i ansi, quando Yo lleguè, hallè el Indio los ojos bueltos, i sin ningun
pulso, i con todas señales de muerto, segun à mi me paresciò, i lo mismo
dixo Dorantes: Yo le quitè vna Estera, que tenia encima, con que estaba
cubierto, i lo mejor que pude, supliquè à Nuestro Señor fuese servido de
dàr salud à aquel, i à todos los otros, que de ella tenian necesidad; i
despues de santiguado, i soplado muchas veces, me traxeron su Arco, i me
lo dieron, i vna Sera de Tunas molidas, i llevaronme à curar otros
muchos, que estaban malos de modorra, i me dieron otras dos Seras de
Tunas, las quales dì à nuestros Indios, que con nosotros havian venido;
i hecho esto, nos bolvimos à nuestro Aposento: i nuestros Indios, à
quien dì las Tunas, se quedaron allà, i à la noche se bolvieron à sus
Casas, i dixeron, que aquel estaba muerto, i Yo havia curado en
presencia de ellos, se havia levantado bueno, i se havia paseado, i
comido, i hablado con ellos, i que todos quantos havia curado, quedaban
sanos, i mui alegres. Esto causò mui gran admiracion, i espanto, i en
toda la Tierra no se hablaba en otra cosa. Todos aquellos à quien esta
fama llegaba, nos venian à buscar, para que los curasemos, i
santiguasemos sus Hijos; i quando los Indios, que estaban en compañia de
los nuestros, que eran los Cutalchiches, se hovieron de ir à su Tierra,
antes que se partiesen nos ofrescieron todas las Tunas, que para su
camino tenian, sin que ninguna les quedase: i dieronnos Pedernales, tan
largos como palmo i medio, con que ellos cortan, i es entre ellos cosa
de mui gran estima. Rogaronnos, que nos acordasemos de ellos, i
rogasemos à Dios, que siempre estuviesen buenos, i nosotros se lo
prometimos: i con esto partieron los mas contentos Hombres del Mundo,
haviendonos dado todo lo mejor que tenian. Nosotros estuvimos con
aquellos Indios Avavares ocho Meses, i esta cuenta haciamos por las
Lunas. En todo este tiempo nos venian de muchas partes à buscar, i
decian, que verdaderamente nosotros eramos Hijos del Sol. Dorantes, i el
Negro, hasta alli no havian curado: mas por la mucha importunidad que
teniamos, viniendonos de muchas partes à buscar, venimos todos à ser
Medicos, aunque en atrevimiento, i osar acometer, qualquier cura, era Yo
mas señalado entre ellos; i ninguno jamàs curamos, que no nos dixese,
que quedaba sano: i tanta confiança tenian, que havian de sanar, si
nosotros los curasemos, que creìan, que en tanto que nosotros alli
estuviesemos, ninguno de ellos havia de morir. Estos, i los de mas
atràs, nos contaron vna cosa mui estraña, i por la cuenta que nos
figuraron, parescia que havia quince, ò diez i seis Años, que havia
acontescido, que decian, que por aquella Tierra anduvo vn Hombre, que
ellos llaman Mala cosa, i que era pequeño de cuerpo, i que tenia barbas,
aunque nunca claramente le pudieron vèr el rostro, i que guando venia à
la Casa, donde estaban, se les levantaban los cabellos, i temblaban, i
luego parescia à la puerta de la Casa vn tiçon ardiendo: i luego aquel
Hombre entraba, i tomaba al que queria de ellos, i dabales tres
cuchilladas grandes por las hijadas, con vn Pedernal mui agudo, tan
ancho como vna mano, i dos palmos en luengo, i metia la mano por
aquellas cuchilladas, i sacabales las tripas, i que cortaba de vna tripa
poco mas, ò menos de vn palmo, i aquello que cortaba echaba en las
brasas, i luego le daba tres cuchilladas en vn braço; i la segunda daba
por la sangradura, i desconcertabaselo, i dende à poco se lo tornaba à
concertar, i poniale las manos sobre las heridas, i deciannos, que luego
quedaban sanos: i que muchas veces, quando bailaban, aparescia entre
ellos en habito de Muger vnas veces, i otras como Hombre: i quando èl
queria, tomaba el Buhìo, ò Casa, i subiala en alto, i dende à vn poco
caia con ella, i daba mui gran golpe. Tambien nos contaron, que muchas
veces le dieron de comer, i que nunca jamàs comiò, i que le preguntaban
donde venia, i à què parte tenia su Casa, i que les mostrò vna hendedura
de la Tierra, i dixo, que su Casa era allà debaxo. De estas cosas, que
ellos nos decian, nosotros nos reìamos mucho, burlando de ellas: i como
ellos vieron que no lo creìamos, truxeron muchos de aquellos, que decian
que èl havia tomado, i vimos las señales de las cuchilladas, que èl
havia dado en los lugares, en la manera que ellos contaban. Nosotros les
diximos, que aquel era vn malo; i de la mejor manera que podimos les
dabamos à entender, que si ellos creiesen en Dios Nuestro Señor, i
fuesen Christianos, como nosotros, no ternian miedo de aquel, ni èl
osaria venir à hacelles aquellas cosas; i que tuviesen por cierto, que
en tanto que nosotros en la Tierra estuviesemos, èl no osaria parescer
en ella. De esto se holgaron ellos mucho, i perdieron mucha parte del
temor que tenian. Estos Indios nos dixeron, que havian visto al
Asturiano, i à Figueroa con otros, que adelante en la Costa estaban, à
quien nosotros llamabamos de los Higos. Toda esta Gente no conoscian los
Tiempos por el Sol, ni la Luna, ni tienen cuenta del Mes, i Año, i mas
entienden, i saben las diferencias de los Tiempos, quando las Frutas
vienen à madurar, i en tiempo que muere el Pescado, i el aparescer de
las Estrellas, en que son mui diestros, i exercitados. Con estos siempre
fuimos bien tratados, aunque lo que haviamos de comer lo cababamos, i
traìamos nuestras cargas de Agua, i Leña. Sus Casas, i Mantenimientos
son como las de los pasados, aunque tienen mui maior hambre, porque no
alcançan Maìz, ni Bellotas, ni Nueces. Anduvimos siempre encueros como
ellos, i de noche nos cubriamos con Cueros de Venado. De ocho Meses, que
con ellos estuvimos, los seis padescimos mucha hambre, que tampoco
alcançan Pescado. Y al cabo de este tiempo, ià las Tunas començaban à
madurar, i sin que de ellos fuesemos sentidos, nos fuimos à otros, que
adelante estaban, llamados Maliacones: estos estaban vna jornada de
alli, donde Yo, i el Negro llegamos. A cabo de los tres dias embiè, que
traxese à Castillo, i à Dorantes; i venidos, nos partimos todos juntos
con los Indios, que iban à comer vna Frutilla de vnos Arboles, de que se
mantienen diez, ò doce dias, entretanto que las Tunas vienen; i alli se
juntaron con estos otros Indios, que se llaman Arbadaos, i à estos
hallamos mui enfermos, i flacos, i hinchados: tanto, que nos
maravillamos mucho, i los Indios con quien haviamos venido se bolvieron
por el mismo camino: i nosotros les diximos, que nos queriamos quedar
con aquellos, de que ellos mostraron pesar; i asi nos quedamos en el
Campo con aquellos, cerca de aquellas Casas; i quando ellos nos vieron,
juntaronse, despues de haver hablado entre sì, i cada vno de ellos tomò
el suio por la mano, i nos llevaron à sus Casas. Con estos padescimos
mas hambre, que con los otros, porque en todo el dia no comiamos mas de
dos puños de aquella Fruta (la qual estaba verde) tenia tanta leche, que
nos quemaba las bocas: i con tener falta de Agua, daba mucha sed, à
quien la comia; i como la hambre fuese tanta, nosotros compramosles dos
Perros, i à trueco de ellos les dimos vnas Redes, i otras cosas, i vn
Cuero, con que Yo me cubria. Yà he dicho, como por toda esta Tierra
anduvimos desnudos, i como no estabamos acostumbrados à ello, à manera
de Serpientes, mudabamos los Cueros dos veces en el año: i con el Sol, i
Aire haciansenos en los pechos, i en las espaldas, vnos empeines mui
grandes, de que rescebiamos mui gran pena, por raçon de las mui grandes
cargas, que traìamos, que eran mui pesadas, i hacian, que las cuerdas se
nos metian por los braços; i la Tierra es tan aspera, i tan cerrada, que
muchas veces haciamos Leña en Montes, que quando la acababamos de sacar,
nos corria por muchas partes sangre, de las espinas, i matas con que
topabamos, que nos rompian por donde alcançaban. A las veces me
acontesciò hacer Leña, donde despues de haverme costado mucha sangre, no
la podia sacar, ni acuestas, ni arrastrando. No tenia, quando en estos
trabajos me via, otro remedio, ni consuelo, sino pensar en la Pasion de
Nuestro Redemptor Jesu-Christo, i en la Sangre, que por mi derramò, i
considerar quanto mas seria el tormento, que de las Espinas èl padesciò,
que no aquel, que Yo entonces sufria. Contrataba con estos Indios,
haciendoles Peines, i con Arcos, i con Flechas, i con Redes. Haciamos
Esteras, que son Casas, de que ellos tienen mucha necesidad: i aunque lo
saben hacer, no quieren ocuparse en nada, por buscar entretanto que
comer, i quando entienden en esto, pasan mui gran hambre. Otras veces me
mandaban raer Cueros, i ablandarlos: i la maior prosperidad en que Yo
alli me vì, era, el dia que me daban à raer alguno, porque Yo lo raìa
mui mucho, i comia de aquellas raeduras, i aquello me bastaba para dos,
ò tres dias. Tambien nos acontesció con estos, i con los que atràs
havemos dexado, darnos vn pedaço de carne, i comernoslo asi crudo,
porque si lo pusieramos à asar, el primer Indio que llegaba, se lo
llevaba, i comia: parescianos, que no era bien ponerla en esta ventura,
i tambien nosotros no estabamos tales, que nos dabamos pena comerlo
asado, i no lo podiamos tambien pasar como crudo. Esta es la vida; que
alli tuvimos, i aquel poco sustentamiento lo ganabamos con los Rescates,
que por nuestras manos hecimos.
Despues que comimos los Perros, paresciendonos que teniamos algun
esfuerço para poder ir adelante, encomendamonos à Dios Nuestro Señor,
para que nos guiase, nos despedimos de aquellos Indios, i ellos nos
encaminaron à otros de su Lengua, que estaban cerca de alli. E iendo por
nuestro camino, lloviò, i todo aquel dia anduvimos con Agua: i allende
de esto perdimos el camino, i fuimos à parar à vn Monte mui grande, i
cogimos muchas hojas de Tunas, i asamoslas aquella noche en vn Horno,
que hecimos, i dimosles tanto fuego, que à la mañana estaban para comer:
i despues de haverlas comido, encomendamonos à Dios, i partimonos, i
hallamos el camino, que perdido haviamos; i pasado el Monte, hallamos
otras Casas de Indios, i llegados allà, vimos dos Mugeres, i Muchachos,
que se espantaron, que andaban por el Monte, i en vernos huieron de
nosotros, i fueron à llamar à los Indios, que andaban por el Monte; i
venidos, pararonse à mirarnos detràs de vnos Arboles, i llamamosles, i
allegaronse con mucho temor, i despues de haverlos hablado, nos dixeron,
que tenian mucha hambre, i que cerca de alli estaban muchas Casas de
ellos proprios, i dixeron, que nos llevarian à ellas: i aquella noche
llegamos à donde havia cinquenta Casas, i se espantaban de vernos, i
mostraban mucho temor; i despues que estuvieron algo sosegados de
nosotros, allegabannos con las manos al rostro, i al cuerpo, i despues
traìan ellos sus mismas manos por sus caras, i sus cuerpos: i asi
estuvimos aquella noche; i venida la mañana, traxeronnos los enfermos,
que tenian, rogandonos, que los santiguasemos, i nos dieron de lo que
tenian para comer, que eran hojas de Tunas, i Tunas verdes asadas; i por
el buen tratamiento que nos hacian, i porque aquello que tenian nos lo
daban de buena gana, i voluntad, i holgaban de quedar sin comer por
darnoslo, estuvimos con ellos algunos dias: i estando alli, vinieron
otros de mas adelante. Quando se quisieron partir, diximos à los
primeros, que nos queriamos ir con aquellos. A ellos les pesò mucho, i
rogaronnos mui ahincadamente que no nos fuesemos: i al fin, nos
despedimos de ellos, i los dexamos llorando por nuestra partida, porque
les pesaba mucho en gran manera.
Desde la Isla de Malhado, todos los Indios, que hasta esta Tierra vimos,
tienen por costumbre, desde el dia que sus Mugeres se sienten preñadas,
no dormir juntos, hasta que pasen dos Años, que han criado los Hijos,
los quales maman hasta que son de edad de doce Años, que ià entonces
estàn en edad, que por sì saben buscar de comer. Preguntamosles, que por
què los criaban asi? Y decian, que por la mucha hambre, que en la Tierra
havia, que acontescia muchas veces, como nosotros viamos, estàr dos, ò
tres dias sin comer, i à las veces quatro: i por esta causa los dexaban
mamar, porque en los tiempos de hambre no muriesen; i ià que algunos
escapasen, saldrian mui delicados, i de pocas fuerças; i si acaso
acontesce caer enfermos algunos, dexanlos morir en aquellos Campos, sino
es Hijo, i todos los demàs, sino pueden ir con ellos, se quedan: mas
para llevar vn Hijo, ò Hermano, se cargan, i lo llevan acuestas. Todos
estos acostumbran dexar sus Mugeres, quando entre ellos no ai
conformidad, i se tornan à casar con quien quieren: esto es entre los
Mancebos, mas los que tienen Hijos, permanescen con sus Mugeres, i no
las dexan: i quando en algunos Pueblos riñen, i traban questiones vnos
con otros, apuñeanse, i apaleanse, hasta que estàn mui cansados, i
entonces se desparten: algunas veces los desparten Mugeres, entrando
entre ellos, que Hombres no entran à despartirlos: i por ninguna pasion
que tengan, no meten en ella Arcos, ni Flechas; i desque se han
apuñeado, i pasado su question, toman sus Casas, i Mugeres, i vanse à
vivir por los Campos, i apartados de los otros, hasta que se les pasa el
enojo; i quando ià estàn desenojados, i sin ira, tornanse à su Pueblo, i
de ai adelante son Amigos, como si ninguna cosa hoviera pasado entre
ellos, ni es menester que nadie haga las amistades, porque de esta
manera se hacen; i si los que riñen no son casados, vanse à otros sus
Vecinos, i aunque sean sus Enemigos los resciben bien, i se huelgan
mucho con ellos, i les dàn de lo que tienen, de suerte, que quando es
pasado el enojo, buelven à su Pueblo, i vienen ricos. Toda es Gente de
Guerra, i tienen tanta astucia para guardarse de sus Enemigos, como
ternian si fuesen criados en Italia, i en continua Guerra. Quando estàn
en parte que sus Enemigos los pueden ofender, asientan sus Casas à la
orilla de el Monte mas aspero, i de maior espesura que por alli hallan,
i junto à èl hacen vn Foso, i en este duermen. Toda la Gente de Guerra
està cubierta con Leña menuda, i hacen, sus saeteras: i estàn tan
cubiertos, i disimulados, que aunque estèn cabe ellos, no los vèn, i
hacen vn camino mui angosto, i entra hasta enmedio del Monte, i alli
hacen lugar para que duerman las Mugeres, i Niños, i quando viene la
noche, encienden lumbres en sus Casas, para que si hoviere Espias, crean
que estàn en ellas, i antes del Alva tornan à encender los mismos
fuegos; i si acaso los Enemigos vienen à dàr en las mismas Casas, los
que estàn en el Foso salen à ellos, i hacen desde las Trincheas mucho
daño, sin que los de fuera los vean, ni los puedan hallar; i quando no
ai Montes en que ellos puedan de esta manera esconderse, i hacer sus
celadas, asientan en llano, en la parte que mejor les paresce: i
cercanse de Trincheas, cubiertas con Leña menuda, i hacen sus saeteras,
con que flechan à los Indios, i estos reparos hacen para de noche.
Estando Yo con los de Aguenes, no estando avisados, vinieron sus
Enemigos à media noche, i dieron en ellos, i mataron tres, i hirieron
otros muchos, de suerte, que huieron de sus Casas por el Monte adelante:
i desque sintieron que los otros se havian ido, bolvieron à ellas, i
recogieron todas las Flechas, que los otros les havian echado, i lo mas
encubiertamente que pudieron, los siguieron, i estuvieron aquella noche
sobre sus Casas, sin que fuesen sentidos: i al quarto del Alva les
acometieron, i les mataron cinco, sin otros muchos que fueron heridos, i
les hicieron huir, i dexar sus Casas, i Arcos, con toda su hacienda; i
de ai à poco tiempo vinieron las Mugeres de los que se llamaban
Quevenes, i entendieron entre ellos, i los hicieron Amigos, aunque
algunas veces ellas son principio de la Guerra. Todas estas Gentes,
quando tienen enemistades particulares, quando no son de vna Familia, se
matan de noche, por asechanças, i vsan vnos con otros grandes
crueldades.
Esta es la mas presta Gente para vn Arma, de quantas Yo he visto en el
Mundo, porque si se temen de sus Enemigos, toda la noche estàn
despiertos, con sus Arcos à par de sì, i vna docena de Flechas: i el que
duerme, tienta su Arco, i si no le halla en cuerda, le dà la buelta que
ha menester. Salen muchas veces fuera de las Casas, baxados por el
suelo, de arte que no pueden ser vistos, i miran, i atalaian por todas
partes para sentir lo que ai: i si algo sienten, en vn punto son todos
en el Campo con sus Arcos, i Flechas, i asi estan hasta el dia,
corriendo à vnas partes, i otras, donde vèn que es menester, ò piensan
que pueden estàr sus Enemigos. Quando viene el dia, tornan à afloxar sus
Arcos, hasta que salen à Caça. Las cuerdas de los Arcos son niervos de
Venados. La manera que tienen de pelear es, abaxados por el suelo, i
mientras se flechan, andan hablando, i saltando siempre de vn cabo para
otro, guardandose de las Flechas de sus Enemigos: tanto, que en
semejantes partes pueden rescibir mui poco daño de Ballestas, i
Arcabuces, antes los Indios burlan de ellos, porque estas Armas no
aprovechan para ellos en Campos llanos, adonde ellos andan sueltos: son
buenas para estrechos, i lugares de Agua: en todo lo demàs los Caballos
son los que han de sojuzgar, i lo que los Indios vniversalmente temen.
Quien contra ellos hoviere de pelear, ha de estàr mui avisado, que no le
sientan flaqueça, ni codicia de lo que tienen, i mientras durare la
Guerra, hanlos de tratar mui mal: porque si temor les conocen, ò alguna
codicia, ella es Gente, que sabe conoscer tiempos en que vengarse, i
toman esfuerço del temor de los contrarios. Quando se han flechado en la
Guerra, i gastado su municion, buelvense cada vno su camino, sin que los
vnos sigan à los otros, aunque los vnos sean muchos, i los otros pocos:
i esta es costumbre suia. Muchas veces se pasan de parte à parte con las
Flechas, i no mueren de las heridas, sino toca en las tripas, ò en el
corazon, antes sanan presto. Vèn, i oien mas, i tienen mas agudo
sentido, que quantos Hombres Yo creo que ai en el Mundo. Son grandes
sufridores de hambre, i de sed, i de frio, como aquellos que estàn mas
acostumbrados, i hechos à ello, que otros. Esto he querido contar aqui,
porque allende que todos los Hombres desean saber las costumbres, i
exercicios de los otros, los que algunas veces se vinieren à vèr con
ellos, estèn avisados de sus costumbres, i ardides, que suelen no poco
aprovechar en semejantes casos.
Tambien quiero contar sus Naciones, i Lenguas, que desde la Isla de
Malhado, hasta los vltimos ai. En la Isla de Malhado ai dos Lenguas: à
los vnos llaman de Caoques, i à los otros llaman de Han. En la
Tierra-firme, enfrente de la Isla, ai otros, que se llaman de Chorruco,
i toman el nombre de los Montes donde viven. Adelante, en la Costa de la
Mar, habitan otros, que se llaman Doguenes; i enfrente de ellos otros,
que tienen por nombre los de Mendica. Mas adelante, en la Costa, estàn
los Quevenes; i enfrente de ellos, dentro en la Tierra-firme, los
Mariames: i iendo por la Costa adelante, estàn otros, que se llaman
Guaycones; i enfrente de estos, dentro en la Tierra-firme, los Yguaces.
Cabo de estos estàn otros, que se llaman Atayos; i detràs de estos,
otros Acubadaos, i de estos ai muchos por esta vereda adelante. En la
Costa viven otros, llamados Quitoles; i enfrente de estos, dentro en la
Tierra-firme, los Avavares. Con estos se juntan los Maliacones, i otros
Cutalchiches, i otros, que se llaman Susolas, i otros, que se llaman
Comos; i adelante, en la Costa, estàn los Camoles; i en la misma Costa
adelante otros, à quien nosotros llamamos los de los Higos. Todas estas
Gentes tienen Habitaciones, i Pueblos, i Lenguas diversas. Entre estos
ai vna Lengua, en que llaman à los Hombres, por mira acà, arre acà, à
los Perros xò: en toda la Tierra se emborrachan con vn humo, i dàn
quanto tienen por èl. Beben tambien otra cosa, que sacan de las hojas de
los Arboles, como de Encina, i tuestanla en vnos botes al fuego, i
despues que la tienen tostada, hinchen el bote de Agua, i asi lo tienen
sobre el fuego, i quando ha hervido dos veces, echanlo en vna Vasija, i
estàn enfriandola con media Calabaça; i quando està con mucha espuma,
bebenla tan caliente, quanto pueden sufrir; i desde que la sacan del
Bote, hasta que la beben, estàn dando voces, diciendo: Que quien quiere
beber. Y quando las Mugeres oyen estas voces, luego se paran sin osarse
mudar; i aunque estèn mucho cargadas, no osan hacer otra cosa: i si
acaso alguna de ellas se mueve, la deshonran, i la dàn de palos, i con
mui gran enojo derraman el Agua que tienen para beber, i la que han
bebido la tornan à lançar, lo qual ellos hacen mui ligeramente, i sin
pena alguna. La raçon de la costumbre dàn ellos, i dicen: Que si quando
ellos quieren beber aquella Agua, las Mugeres se mueven de donde les
toma la voz, que en aquella Agua se les mete en el cuerpo vna cosa mala,
i que dende à poco les hace morir; i todo el tiempo que el Agua està
cociendo, ha de estàr el Bote atapado; i si acaso està desatapado, i
alguna Muger pasa, lo derraman, i no beben mas de aquella Agua: es
amarilla, i estàn bebiendola tres dias, sin comer, i cada dia bebe cada
vno arroba i media de ella; i quando las Mugeres estàn con su costumbre,
no buscan de comer mas de para sì solas, porque ninguna otra persona
come de lo que ellas traen. En el tiempo que asi estaba, entre estos vi
vna diablura, i es, que vì vn Hombre casado con otro, i estos son vnos
Hombres amarionados impotentes, i andan tapados como Mugeres, i hacen
oficio de Mugeres, i tiran Arco, i llevan mui gran carga, i entre estos
vimos muchos de ellos, asi amarionados como digo, i son mas membrudos
que los otros Hombres, i mas altos: sufren mui grandes cargas.
Despues que nos partimos de los que dexamos llorando, fuimonos con los
otros à sus Casas, i de los que en ellas estaban fuimos bien rescebidos,
i truxeron sus Hijos para que les tocasemos las manos, i dabannos mucha
Harina de Mezquiquez. Este Mezquiquez es vna Fruta, que quando està en
el Arbol es mui amarga, i es de la manera de Alg�rrovas, i comese con
Tierra, i con ella està dulce, i bueno de comer. La manera que tienen
con ella es esta: que hacen vn hoio en el suelo, de la hondura que cada
vno quiere; i despues de echada la Fruta en este hoio, con vn palo tan
gordo como la pierna, i de braça i media en largo, la muelen hasta mui
molida; i demàs que se le pega de la Tierra del hoio, traen otros puños,
i echanla en el hoio, i tornan otro rato à moler, i despues echanla en
vna Vasija, de manera de vna Espuerta, i echanle tanta Agua, que basta à
cubrirla, de suerte que quede Agua por cima, i el que la ha molido
pruebala, i si le paresce que no està dulce, pide Tierra, i rebuelvela
con ella, i esto hace hasta que la halla dulce, i asientanse todos al
rededor, i cada vno mete la mano, i saca lo que puede, i las Pepitas de
ella tornan à echar sobre vnos Cueros, i las Cascaras; i el que lo ha
molido las coge, i las torna à echar en aquella Espuerta, i echa Agua
como de primero, i tornan à espremir el �umo, i Agua que de ello sale, i
las Pepitas, i Cascaras tornan à poner en el Cuero, i de esta manera
hacen tres, ò quatro veces cada moledura: i los que en este Banquete,
que para ellos es mui grande, se hallan, quedan las Barrigas mui grandes
de la Tierra, i Agua que han bebido, i de esto nos hicieron los Indios
mui gran Fiesta, i hovo entre ellos mui grandes Bailes, i Areitos, en
tanto que alli estuvimos. Y quando de noche durmiamos à la puerta del
Rancho donde estabamos, nos velaban à cada vno de nosotros seis Hombres,
con gran cuidado, sin que nadie nos osase entrar dentro, hasta que el
Sol era salido. Quando nosotros nos quisimos partir de ellos, llegaron
alli vnas Mugeres de otros, que vivian adelante: i informados de ellas
donde estaban aquellas Casas, nos partimos para allà, aunque ellos nos
rogaron mucho, que por aquel dia nos detuviesemos, porque las Casas
adonde ibamos estaban lexos, i no havia camino para ellas, i que
aquellas Mugeres venian cansadas, i descansando, otro dia se irian con
nosotros, i nos guiarian, i ansi nos despedimos; i dende à poco las
Mugeres que havian venido, con otras del mismo Pueblo, se fueron tras
nosotros: mas como por la Tierra no havia caminos, luego nos perdimos, i
ansi anduvimos quatro leguas, i al cabo de ellas llegamos à beber à vn
Agua adonde hallamos las Mugeres que nos seguian, i nos dixeron el
trabajo que havian pasado por alcançarnos. Partimos de alli llevandolas
por Guia, i pasamos vn Rio, quando ià vino la tarde, que nos daba el
Agua à los pechos: serìa tan ancho como el de Sevilla, i corria mui
mucho, i à puesta del Sol llegamos à cien Casas de Indios; i antes que
llegasemos, saliò toda la Gente que en ellas havia à rescebirnos, con
tanta grita, que era espanto, i dando en los muslos grandes palmadas:
traìan las Calabaças horadadas, con Piedras dentro, que es la cosa de
maior fiesta, i no las sacan sino à bailar, ò para curar, ni las osa
nadie tomar sino ellos; i dicen, que aquellas Calabaças tiene virtud, i
que vienen del Cielo, porque por aquella Tierra no las ai, ni saben
donde las aia, sino que las traen los Rios, quando vienen de avenida.
Era tanto el miedo, i tubacion que estos tenian, que por llegar mas
presto los vnos que los otros à tocarnos, nos apretaron tanto, que por
poco nos hovieran de matar; i sin dexarnos poner los pies en el suelo
nos llevaron à sus Casas, i tanto cargaban sobre nosotros, i de tal
manera nos apretaban, que nos metimos en las Casas, que nos tenian
hechas, i nosotros no consentimos en ninguna manera que aquella noche
hiciesen mas Fiesta con nosotros. Toda aquella noche pasaron entre sì en
Areitos, i Bailes: i otra dia de mañana nos traxeron toda la Gente de
aquel Pueblo, para que los tocasemos, i santiguasemos, como haviamos
hecho à los otros con quien haviamos estado. Y despues de esto hecho,
dieron muchas Flechas à las Mugeres del otro Pueblo, que havian venido
con las suias. Otro dia partimos de alli, i toda la Gente del Pueblo fue
con nosotros; i como llegamos à otros Indios, fuimos bien rescebidos,
como de los pasados, i ansi nos dieron de lo que tenian, i los Venados
que aquel dia havian muerto; i entre estos vimos vna nueva costumbre, i
es, que los que venian à curarse, los que con nosotros estaban les
tomaban el Arco, i las Flechas, i �apatos, i Cuentas, si las traìan, i
despues de haverlas tomado, nos las traìan delante de nosotros para que
los curasemos; i curados se iban mui contentos, diciendo, que estaban
sanos. Asi nos partimos de aquellos, i nos fuimos à otros, de quien
fuimos mui bien rescebidos, i nos traxeron sus enfermos, que
santiguandolos decian, que estaban sanos, i el que no sanaba, creìa que
podiamos sanarle; i con lo que los otros que curabamos les decian,
hacian tantas Alegrias, i Bailes, que no nos dexaban dormir.
Partidos de estos, fuimos à otras muchas Casas, i desde aqui començò
otra nueva costumbre, i es, que rescibiendonos mui bien, que los que
iban con nosotros los començaron à hacer tanto mal, que les tomaban las
haciendas, i les saqueaban las Casas, sin que otra cosa ninguna les
dexasen: de esto nos pesò mucho, por vèr el mal tratamiento que à
aquellos, que tan bien nos rescebian, se hacia; i tambien porque
temiamos, que aquello serìa, ò causarìa alguna alteracion, i escandalo
entre ellos; mas como no eramos parte para remediarlo, ni para osar
castigar los que esto hacian, hovimos por entonces de sufrir, hasta que
mas autoridad entre ellos tuviesemos; i tambien los Indios mismos, que
perdian la hacienda, conosciendo nuestra tristeça, nos consolaron,
diciendo, que de aquello no rescibiesemos pena, que ellos estaban tan
contentos de havernos visto, que daban por bien empleadas sus haciendas;
i que adelante serian pagados de otros que estaban mui ricos. Por todo
este camino teniamos mui gran trabajo, por la mucha Gente que nos
seguia; i no podiamos huir de ella, aunque lo procurabamos, porque era
mui grande la priesa que tenian por llegar à tocarnos; i era tanta la
importunidad de ellos sobre esto, que pasaban tres horas que no podiamos
acabar con ellos que nos dexasen. Otro dia nos traxeron toda la Gente
del Pueblo, i la maior parte de ellos sin Tuertos de Nubes, i otros de
ellos son Ciegos de ellas mismas, de que estabamos espantados. Son mui
bien dispuestos, i de mui buenos gestos, mas blancos que otros ningunos
de quantos hasta alli haviamos visto. Aqui empeçamos à vèr Sierras, i
parescia que venian seguidas de àcia el Mar del Norte; i asi, por la
relacion que los Indios de esto nos dieron, creemos, que estàn quince
leguas de la Mar. De aqui nos partimos con estos Indios àcia estas
Sierras que decimos, i llevaronnos por donde estaban vnos parientes
suios, porque ellos no nos querian llevar sino por do habitaban sus
Parientes, i no querian que sus enemigos alcançasen tanto bien, como les
parescia, que era vernos. Y quando fuimos llegados los que con nosotros
iban, saquearon à los otros; i como sabian la costumbre, primero que
llegasemos, escondieron algunas cosas; i despues que nos hovieron
rescebido con mucha fiesta, i alegria sacaron lo que havian escondido, i
vinieronnoslo à presentar, i esto era Cuentas, i Almagra, i algunas
Taleguillas de Plata. Nosotros, segun la costumbre, dimoslo luego à los
Indios, que con nos venian; i quando nos lo hovieron dado, començaron
sus Bailes, i Fiestas, i embiaron à llamar otros de otro Pueblo, que
estaba cerca de alli, para que nos viniesen à vèr, i à la tarde vinieron
todos, i nos traxeron Cuentas, i Arcos, i otras cosillas, que tambien
repartimos; i otro dia, queriendonos partir, toda la Gente nos queria
llevar à otros Amigos suios, que estaban à la punta de las Sierras, i
decian, que alli havia muchas Casas, i Gente, i que nos darian muchas
cosas, mas por ser fuera de nuestro camino no quesimos ir à ellos, i
tomamos por lo llano, cerca de las Sierras, las quales creìamos que no
estaban lexos de la Costa. Toda la Gente de ella es muy mala, i teniamos
por mejor de atravesar la Tierra, porque la Gente que està mas metida
adentro, es mas bien acondicionada, i tratabannos mejor, i teniamos por
cierto, que hallariamos la Tierra mas poblada, i de mejores
mantenimientos. Lo vltimo haciamos esto, porque atravesando la Tierra,
viamos muchas particularidades de ella; porque si Dios Nuestro Señor
fuese servido de sacar alguno de nosotros, i traerlo à Tierra de
Christianos, pudiese dàr nuevas, i relacion de ella. Y como los Indios
vieron, que estabamos determinados de no ir por donde ellos nos
encaminaban, dixeronnos, que por donde nos queriamos ir, no havia Gente,
ni Tunas, ni otra cosa alguna que comer: i rogaronnos que estuviesemos
alli aquel dia, i ansi lo hicimos. Luego ellos embiaron dos Indios para
que buscasen Gente por aquel camino que queriamos ir: i otro dia nos
partimos, llevando con nosotros muchos de ellos, i las Mugeres iban
cargadas de Agua, i era tan grande entre ellos nuestra autoridad, que
ninguno osaba beber sin nuestra licencia. Dos leguas de alli topamos los
Indios que havian ido à buscar la Gente, i dixeron, que no la hallaban,
de lo que los Indios mostraron pesar, i tornaronnos à rogar que nos
fuesemos por la Sierra. No lo quisimos hacer, i ellos como vieron
nuestra voluntad, aunque con mucha tristeça, se despidieron de nosotros,
i se bolvieron el Rio abaxo à sus Casas, i nosotros caminamos por el Rio
arriba, i desde à vn poco topamos dos Mugeres cargadas, que como nos
vieron, pararon, i descargaronse, i traxeron nos de lo que llevaban, que
era Harina de Maìz, i nos dixeron, que adelante en aquel Rio hallariamos
Casas, i muchas Tunas, i de aquella Harina, i ansi nos despedimos de
ellas, porque iban à los otros, donde haviamos partido, i anduvimos
hasta puesta del Sol, i llegamos à vn Pueblo de hasta veinte Casas,
adonde nos rescibieron llorando, i con grande tristeça, porque sabian
ià, que adonde quiera que llegabamos eran todos saqueados, i robados de
los que nos acompañaban, i como nos vieron solos, perdieron el miedo, i
dieronnos Tunas, i no otra cosa ninguna. Estuvimos alli aquella noche, i
al Alva los Indios que nos havian dexado el dia pasado, dieron en sus
Casas; i como los tomaron descuidados, i seguros, tomaronles quanto
tenian, sin que tuviesen lugar donde asconder ninguna cosa, de que ellos
lloraron mucho: i los robadores para consolarles los decian, que eramos
Hijos del Sol, i que teniamos poder para sanar los enfermos, i para
matarlos, i otras mentiras, aun maiores que estas, como ellos las saben
mejor hacer quando sienten que les conviene: i dixeronles, que nos
llevasen con mucho acatamiento, i tuviesen cuidado de no enojarnos en
ninguna cosa, i que nos diesen todo quanto tenian, i procurasen de
llevarnos donde havia mucha Gente, i que donde llegasemos robasen ellos,
i saqueasen lo que los otros tenian, porque asi era costumbre.
Despues de haverlos informado, i señalado bien lo que havian de hacer,
se bolvieron, i nos dexaron con aquellos; los quales teniendo en la
memoria lo que los otros les havian dicho, nos començaron à tratar con
aquel mismo temor, i reverencia que los otros, i fuimos con ellos tres
jornadas, i llevaronnos adonde havia mucha Gente; i antes que llegasemos
à ellos avisaron como ibamos, i dixeron de nosotros todo lo que los
otros les havian enseñado, i añadieron mucho mas, porque toda esta Gente
de Indios, son grandes amigos de Novelas, i mui mentirosos, maiormente
donde pretenden algun interese. Y quando llegamos cerca de las Casas,
saliò toda la Gente à rescebirnos con mucho placer, i fiesta: i entre
otras cosas, dos Fisicos de ellos nos dieron dos Calabaças, i de aqui
començamos à llevar Calabaças con nosotros, i añadimos à nuestra
autoridad esta cerimonia, que para con ellos es mui grande. Los que nos
havian acompañado saquearon las Casas, mas como eran muchas, i ellos
pocos, no pudieron llevar todo quanto tomaron, i mas de la mitad dexaron
perdido; i de aqui por la Halda de la Sierra nos fuimos metiendo por la
Tierra adentro mas de cinquenta leguas, i al cabo de ellas hallamos
quarenta Casas, i entre otras cosas que nos dieron, hovo Andrès Dorantes
vn Cascavel gordo, grande, de Cobre, i en èl figurado vn rostro, i esto
mostraban ellos, que lo tenian en mucho, i les dixeron, que lo havian
havido de otros sus Vecinos: i preguntandoles, què donde havian havido
aquello? dixeronles, que lo havian traìdo de àcia el Norte, i que alli
havia mucho, i era tenido en grande estima; i entendimos, que do quiera
que aquello havia venido, havia fundicion, i se labraba de Vaciado, i
con esto nos partimos otro dia, i atravesamos vna Sierra de siete
Leguas, i las Piedras de ella eran de Escorias de Hierro; i à la noche
llegamos à muchas Casas, que estaban asentadas à la Ribera de vn mui
hermoso Rio, i los Señores de ellas salieron à medio camino à
rescebirnos con sus Hijos acuestas, i nos dieron muchas Taleguillas de
Margagita, i de Alcohol molido, con esto se vntan ellos la cara, i
dieron muchas Cuentas, i muchas Mantas de Vacas, i cargaron à todos los
que venian con nosotros de todo quanto ellos tenian. Comian Tunas, i
Piñones: ai por aquella Tierra Pinos chicos, i las Piñas de ellas son
como Huevos pequeños, mas los Piñones son mejores que los de Castilla,
porque tienen las cascaras mui delgadas; i quando estàn verdes,
muelenlos, i hacenlos Pellas, i ansi los comen; i si estàn secos, los
muelen con cascaras, i los comen hechos polvos. Y los que por alli nos
rescebian, desque nos havian tocado, bolvian corriendo hasta sus Casas,
i luego daban buelta à nosotros, i no cesaban de correr, iendo, i
viniendo. De esta manera traiannos muchas cosas para el camino. Aqui me
traxeron vn Hombre, i me dixeron, que havia mucho tiempo que le havian
herido con vna Flecha por el espalda derecha, i tenia la punta de la
Flecha sobre el coraçon, decia que le daba mucha pena, i que por aquella
causa siempre estaba enfermo. Yo le toquè, i sentì la punta de la
Flecha, i vì, que la tenia atravesada por la ternilla, i con vn Cuchillo
que tenia le abri el pecho hasta aquel lugar, i vì que tenia la punta
atravesada, i estaba mui mala de sacar; tornè à cortar mas, i metì la
punta del Cuchillo, i con gran trabajo en fin la saquè. Era mui larga, i
con vn Hueso de Venado, vsando de mi Oficio de Medicina, le dì dos
puntos; i dados, se me desangraba, i con raspa de vn Cuero le estanquè
la sangre; i quando huve sacado la punta, pidieronmela, i Yo se la dì, i
el Pueblo todo vino à verla, i la embiaron por la Tierra adentro, para
que la viesen los que allà estaban, i por esto hicieron muchos Bailes, i
Fiestas, como ellos suelen hacer; i otro dia le cortè los dos puntos al
Indio, i estaba sano; i no parescia la herida que le havia hecho sino
como vna raia de la palma de la mano, i dixo, que no sentia dolor, ni
pena alguna: i esta cura nos diò entre ellos tanto credito por toda la
Tierra, quanto ellos podian, i sabian estimar, i encarescer.
Mostramosles aquel Cascavel que traìamos, i dixeronnos, que en aquel
Lugar de donde aquel havia venido, havia muchas Planchas de aquello
enterradas, i que aquello era cosa que ellos tenian en mucho; i havia
Casas de asiento, i esto creemos nosotros que es la Mar del Sur, que
siempre tuvimos noticia, que aquella Mar es mas rica que la del Norte.
De estos nos partimos, i anduvimos por tantas suertes de Gentes, i de
tan diversas Lenguas, que no basta memoria à poderlas contar, i siempre
saqueaban los vnos à los otros; i asi los que perdian, como los que
ganaban, quedaban mui contentos. Llevabamos tanta compañia, que en
ninguna manera podiamos valernos con ellos. Por aquellos Valles donde
ibamos, cada vno de ellos llevaba vn Garrote, tan largo como tres
palmos, i todos iban en ala; i en saltando alguna Liebre (que por alli
havia hartas) cercabanla luego, i caìan tantos Garrotes sobre ella, que
era cosa de maravilla, i de esta manera la hacian andar de vnos para
otros, que à mi vèr era la mas hermosa caça que se podia pensar, porque
muchas veces ellas se venian hasta las manos; i quando à la noche
parabamos, eran tantas las que nos havian dado, que traìa cada vno de
nosotros ocho, ò diez cargas de ellas; i los que traìan Arcos no
parescian delante de nosotros, antes se apartaban por la Sierra à buscar
Venados; i à la noche quando venian, traìan para cada vno de nosotros
cinco, ò seis Venados, i Paxaros, i Codornices, i otras caças:
finalmente, todo quanto aquella Gente hallaban, i mataban, nos lo ponian
delante, fin que ellos osasen tomar ninguna cosa, aunque muriesen de
hambre, que asi lo tenian ià por costumbre, despues que andaban con
nosotros, i sin que primero lo santiguasemos; i las Mugeres traìan
muchas Esteras, de que ellos nos hacian Casas, para cada vno la suia à
parte, i con toda su Gente conoscida: i quando esto era hecho,
mandabamos que asasen aquellos Venados, i Liebres, i todo lo que havian
tomado; i esto tambien se hacia mui presto en vnos Hornos, que para esto
ellos hacian; i de todo ello nosotros tomabamos vn poco, i lo otro
dabamos al Principal de la Gente, que con nosotros venia, mandandole,
que lo repattiese entre todos. Cada vno con la parte que le cabia,
venian à nosotros para que la soplasemos, i santiguasemos, que de otra
manera no osaran comer de ella; i muchas veces traìamos con nosotros
tres, ò quatro mil personas. Y era tan grande nuestro trabajo, que à
cada vno haviamos de soplar, i santiguar lo que havian de comer, i
beber, i para otras muchas cosas que querian hacer, nos venian à pedir
licencia, de que se puede vèr, que tanta importunidad rescebiamos. Las
Mugeres nos traìan las Tunas, i Arañas, i Gusanos, i lo que podian
haver, porque aunque se muriesen de hambre, ninguna cosa havian de
comer, sin que nosotros la diesemos. E iendo con estos, pasamos vn gran
Rio, que venia del Norte: i pasados vnos Llanos de treinta leguas,
hallamos mucha Gente, que de lexos de alli venia à rescebirnos, i salian
al Camino por donde haviamos de ir, i nos rescibieron de la manera de
los pasados.
Desde aqui hovo otra manera de rescebirnos, en quanto toca al saquearse;
porque los que salian de los Caminos à traernos alguna cosa à los que
con nosotros venian, no los robaban; mas despues de entrados en sus
Casas, ellos mismos nos ofrescian quanto tenian, i las Casas con ello;
nosotros las dabamos à los Principales, para que entre ellos las
partiesen, i siempre los que quedaban despojados nos seguian, de donde
crescia mucha Gente para satisfacerse de su pèrdida: i decianles, que se
guardasen, i no escondiesen cosa alguna de quantas tenian, porque no
podia ser sin que nosotros lo supiesemos, i hariamos luego, que todos
muriesen, porque el Sol nos lo decia. Tan grandes eran los temores que
les ponian, que los primeros dias que con nosotros estaban, nunca
estaban sino temblando, i sin osar hablar, ni alçar los ojos al Cielo.
Estos nos guiaron por mas de cinquenta leguas de despoblado, de mui
asperas Sierras, i por ser tan secas no havia caça en ellas, i por esto
pasamos mucha hambre, i al cabo vn Rio mui grande, que el Agua nos daba
hasta los pechos: i desde aqui nos començò mucha de la Gente que
traìamos à adolescer, de la mucha hambre, i trabajo, que por aquellas
Sierras havian pasado, que por extremo eran agras, i trabajosas. Estos
mismos nos llevaron à vnos Llanos, al cabo de las Sierras, donde venian
à rescebirnos de mui lexos de alli, i nos rescibieron como los pasados;
i dieron tanta hacienda à los que con nosotros venian, que por no
poderla llevar, dexaron la mitad; i diximos à los Indios que lo havian
dado, que lo tornasen à tomar, i lo llevasen, porque no quedase alli
perdido: i respondieron, que en ninguna manera lo harian, porque no era
su costumbre, despues de haver vna vez ofrescido, tornarlo à tomar; i
asi, no lo teniendo en nada, lo dexaron todo perder. A estos diximos,
que queriamos ir à la puesta del Sol, i ellos respondieronnos, que por
alli estaba la Gente mui lexos; i nosotros les mandabamos, que embiasen
à hacerles saber, como nosotros ibamos allà, i de esto se escusaron lo
mejor que ellos podian, porque ellos eran sus enemigos, i no querian que
fuesemos à ellos, mas no osaron hacer otra cosa; i asi embiaron dos
Mugeres, vna suia, i otra que ellos tenian captiva; i embiaron estas,
porque las Mugeres pueden contratar, aunque aia Guerra, i nosotros las
seguimos, i paramos en vn Lugar, donde estaba concertado que las
esperasemos, mas ellas tardaron cinco Dias: i los Indios decian, que no
debian de hallar Gente. Diximosles, que nos llevasen àcia el Norte:
respondieron de la misma manera, diciendo, que por alli no havia Gente,
sino mui lexos, i que no havia que comer, ni se hallaba Agua; i con todo
esto nosotros porfiamos, i diximos, que por alli queriamos ir, i ellos
todavia se escusaban de la mejor manera que podian, i por esto nos
enojamos, i Yo me salì vna noche à dormir en el Campo, apartado de
ellos; mas luego fueron donde Yo estaba, i toda la noche estuvieron sin
dormir, i con mucho miedo, i hablandome, i diciendome quan atemoriçados
estaban, rogandonos, que no estuviesemos mas enojados; i que aunque
ellos supiesen morir en el camino, nos llevarian por donde nosotros
quisiesemos ir, i como nosotros todavia fingiamos estàr enojados; i
porque su miedo no se quitase, suscediò vna cosa estraña, i fue, que
este dia mesmo adolescieron muchos de ellos; i otro dia siguiente
murieron ocho Hombres. Por toda la Tierra, donde esto se supo, hovieron
tanto miedo de nosotros, que parescia en vernos, que de temor havian de
morir. Rogaronnos, que no estuviesemos enojados, ni quisiesemos que mas
de ellos muriesen; i tenian por mui cierto, que nosotros los matabamos
con solamente quererlo: i à la verdad, nosotros rescebiamos tanta pena
de esto, que no podia ser maior; porque allende de vèr los que morian,
temiamos, que no muriesen todos, ò nos dexasen solos de miedo, i todas
las otras Gentes de al adelante hiciesen lo mismo, viendo lo que à estos
havia acontecido. Rogamos à Dios Nuestro Señor, que lo remediase, i ansi
començaron à sanar todos aquellos que havian enfermado; i vimos vna
cosa, que fue de grande admiracion, que los Padres, i Hermanos, i
Mugeres de los que murieron, de verlos en aquel estado tenian gran pena;
i despues de muertos, ningun sentimiento hicieron, ni los vimos llorar,
ni hablar vnos con otros, ni hacer otra ninguna muestra, ni osaban
llegar à ellos, hasta que nosotros los mandabamos llevar à enterrar; i
mas de quince dias, que con aquellos estuvimos, à ninguno vimos hablar
vno con otro, ni los vimos reir, ni llorar à ninguna criatura; antes
porque vna llorò, la llevaron mui lexos de alli, i con vnos dientes de
Raton agudos la sajaron desde los hombros, hasta casi todas las piernas.
E Yo viendo esta crueldad, i enojado de ello les preguntè, que por què
lo hacian? i respondieron, que para castigarla, porque havia llorado
delante de mì. Todos estos temores que ellos tenian, ponian à todos los
otros, que nuevamente venian à conoscernos, à fin que nos diesen todo
quanto tenian, porque sabian, que nosotros no tomabamos nada, i lo
haviamos de dàr todo à ellos. Esta fue la mas obediente Gente que
hallamos por esta Tierra, i de mejor condicion; i comunmente son mui
dispuestos. Convalescidos los dolientes, i ià que havia tres dias que
estabamos alli, llegaron las Mugeres que haviamos embiado, diciendo, que
havian hallado mui poca Gente, i que todos havian ido à las Vacas, que
era en tiempo de ellas; i mandamos à los que havian estado enfermos, que
se quedasen, i los que estuviesen buenos fuesen con nosotros, i que dos
jornadas de alli, aquellas mismas dos Mugeres irian con dos de nosotros
à sacar Gente, i traerla al camino, para que nos rescibiesen, i con esto
otro dia de mañana, todos los que mas recios estaban, partieron con
nosotros, i à tres jornadas paràmos, i el siguiente dia partiò Alonso
del Castillo con Estevanico el Negro, llevando por Guia las dos Mugeres;
i la que de ellas era Captiva, los llevò à vn Rio, que corria entre vnas
Sierras, donde estaba vn Pueblo, en que su Padre vivia, i estas fueron
las primeras Casas que vimos que tuviesen parescer, i manera de ello.
Aqui llegaron Castillo, i Estevanico; i despues de haver hablado con los
Indios, à cabo de tres dias vino Castillo adonde nos havia dexado, i
traxo cinco, ò seis de aquellos Indios, i dixo como havia hallado Casas
de Gente, i de asiento, i que aquella Gente comia Frisoles, i Calabaças,
i que havia visto Maìz. Esta fue la cosa del Mundo que mas nos alegrò, i
por ello dimos infinitas gracias à Nuestro Señor, i dixo, que el Negro
vernia con toda la Gente de las Casas à esperar al camino, cerca de
alli; i por esta causa partimos, i andada legua i media topamos con el
Negro, i la Gente que venian à rescebirnos, i nos dieron Frisoles, i
muchas Calabaças para comer, i para traer Agua, i Mantas de Vacas, i
otras cosas. Y como estas Gentes, i las que con nosotros venian, eran
enemigos, i no se entendian, partimonos de los primeros, dandoles lo que
nos havian dado, i fuimonos con estos, i à seis leguas de alli, ià que
venia la noche, llegamos à sus Casas, donde hicieron muchas Fiestas con
nosotros. Aqui estuvimos vn dia, i el siguiente nos partimos, i
llevamoslos con nosotros à otras Casas de asiento, donde comian lo mismo
que ellos; i de aì adelante hovo otro nuevo vio, que los que sabian de
nuestra vida, no salian à rescebirnos à los caminos, como los otros
hacian, antes los hallabamos en sus Casas, i tenian hechas otras para
nosotros; i estaban todos asentados, i todos tenian bueltas las caras
àcia la pared, i las cabeças baxas, i los cabellos puestos delante de
los ojos, i su hacienda puesta en monton en medio de la Casa; i de aqui
adelante començaron à darnos muchas Mantas de Cueros, i no tenian cosa
que no nos diesen. Es la Gente de mejores cuerpos que vimos, i de maior
viveça, i habilidad, i que mejor nos entendian, i respondian en lo que
preguntabamos; i llamamos los de las Vacas, porque la maior parte que de
ellas mueren, es cerca de alli: i por aquel Rio arriba mas de cinquenta
leguas vàn matando muchas de ellas. Esta Gente andan del todo desnudos,
à la manera de los primeros que hallamos. Las Mugeres andan cubiertas
con vnos Cueros de Venado, i algunos pocos de Hombres, señaladamente los
que son viejos, que no sirven para la Guerra. Es Tierra mui poblada.
Preguntamosles, como no sembraban Maìz? respondieronnos, que lo hacian
por no perder lo que sembrasen; porque dos Años arreo les havian faltado
las Aguas, i havia sido el tiempo tan seco, que à todos les havian
perdido los Maìces los Topos; i que no osarian tornar à sembrar, sin que
primero hoviese llovido mucho: i rogabannos que dixesemos al Cielo que
lloviese, i se lo rogasemos, i nosotros se lo prometimos de hacerlo
ansi. Tambien nosotros quesimos saber de donde havian traìdo aquel Maìz,
i ellos nos dixeron, que de donde el Sol se ponia, i que lo havia por
toda aquella Tierra, mas que lo mas cerca de alli era por aquel camino.
Preguntamosles, por donde iriamos bien? i que nos informasen del camino,
porque no querian ir allà. Dixeronnos, que el camino era por aquel Rio
arriba àcia el Norte, i que en diez i siete jornadas no hallariamos otra
cosa ninguna que comer, sino vna Fruta, que llaman Chacàn, i que la
machucan entre vnas Piedras; si aun despues de hecha esta diligencia, no
se puede comer de aspera, i seca, i asi era la verdad, porque alli nos
lo mostraron, i no lo podimos comer; i dixeronnos tambien, que
entretanto que nosotros fuesemos por el Rio arriba, iriamos siempre por
Gente, que eran sus enemigos, i hablaban su misma Lengua, i que no
tenian que darnos cosa à comer, mas que nos rescibirian de mui buena
voluntad, i que nos darian muchas Mantas de Algodon, i Cueros, i otras
cosas de las que ellos tenian, mas que todavia les parescia que en
ninguna manera no debiamos tomar aquel camino. Dudando lo que hariamos,
i qual camino tomariamos, que mas à nuestro proposito, i provecho fuese,
nosotros nos detuvimos con ellos dos dias. Dabannos à comer Frisoles, i
Calabaças; la manera de cocerlas es tan nueva, que por ser tal, Yo la
quise aqui poner, para que se vea, i se conozca quan diversos, i
estraños son los ingenios, i industrias de los Hombres humanos. Ellos no
alcançan Ollas; i para cocer lo que ellos quieren comer, hinchen media
Calabaça grande de Agua, i en el fuego echan muchas Piedras, de las que
mas facilmente ellos pueden encender, i toman el fuego; i quando vèn que
estàn ardiendo, tomanlas con vnas Tenaças de Palo, i echanlas en aquella
Agua que està en la Calabaça, hasta que la hacen hervir con el fuego que
las Piedras llevan; i quando vèn que el Agua hierve, echan en ella lo
que han de cocer, i en todo este tiempo no hacen sino sacar vnas
Piedras, i echar otras ardiendo, para que el Agua hierva, para cocer lo
que quieren, i asi lo cuecen.
Pasados dos dias, que alli estuvimos, determinamos de ir à buscar el
Maìz, i no quesimos seguir el camino de las Vacas, porque es àcia el
Norte, i esto era para nosotros mui gran rodeo; porque siempre tuvimos
por cierto, que iendo la puesta del Sol, haviamos de hallar lo que
deseabamos, i ansi seguimos nuestro camino, i atravesamos toda la
Tierra, hasta salir à la Mar del Sur; i no bastò à estorvarnos esto el
temor que nos ponian de la mucha hambre que haviamos de pasar (como à la
verdad la pasamos) por todas las diez i siete jornadas, que nos havian
dicho. Por todas ellas el Rio arriba nos dieron muchas Mantas de Vacas,
i no comimos de aquella su Fruta, mas nuestro mantenimiento era cada dia
tanto, como vna mano de Vnto de Venado, que para estas necesidades
procurabamos siempre de guardar, i ansi pasamos todas las diez i siete
jornadas, i al cabo de ellas travesamos el Rio, i caminamos otras diez i
siete. A la puesta del Sol, por vnos llanos, i entre vnas Sierras mui
grandes, que alli se hacen, alli hallamos vna Gente, que la tercera
parte del Año no comen sino vnos Polvos de Paja; i por ser aquel tiempo,
quando nosotros por alli caminamos, hovimoslo tambien de comer, hasta
que acabadas estas jornadas, hallamos Casas de asiento adonde havia
mucho Maìz allegado, i de ello, i de su Harina nos dieron mucha
cantidad, i de Calabaças, i Frisoles, i Mantas de Algodon, i de todo
cargamos à los que alli nos havian traìdo, i con esto se bolvieron los
mas contentos del Mundo. Nosotros dimos muchas gracias à Dios Nuestro
Señor por havernos traìdo all�, adonde haviamos hallado tanto
mantenimiento. Entre estas Casas havia algunas de ellas, que eran de
Tierra, i las otras todas son de Estera de Cañas; i de aqui pasamos mas
de cien leguas de Tierra, i siempre hallamos Casas de asiento, i mucho
mantenimiento de Maìz, i Frisoles, i dabannos muchos Venados, i muchas
Mantas de Algodon, mejores que las de la Nueva-España. Dabannos tambien
muchas Cuentas, i de vnos Corales que ai en la Mar del Sur, muchas
Turquesa; mui buenas que tiene de àcia el Nortes i finalmente dieron
aqui todo quanto tenian, i à mi me dieron cinco Esmeraldas hechas puntas
de Flechas, i con estas Flechas hacen ellos sus Areitos, i Bailes; i
paresciendome à mi que eran mui buenas, les preguntè, que donde las
havian havido? i dixeron, que las traìan de vnas Sierras mui altas, que
estàn àcia el Norte, i las compraban à trueco de Penachos, i Plumas de
Papagaios; i decian, que havia alli Pueblos de mucha Gente, i Casas mui
grandes. Entre estos vimos las Mugeres mas honestamente tratadas que à
ninguna parte de Indias que hoviesemos visto. Traen vnas Camisas de
Algodon, que llegan hasta las rodillas, i vnas Medias-mangas encima de
ellas, de vnas faldillas de Cuero de Venado, sin pelo, que tocan en el
suelo, i enjabonanlas con vnas Raìces, que alimpian mucho, i ansi las
tienen mui bien tratadas; son abiertas por delante, i cerradas con vnas
Correas; andan calçados con �apatos. Toda esta Gente venia à nosotros à
que les tocasemos, i santiguasemos; i eran en esto tan importunos, que
con gran trabajo lo sufriamos, porque dolientes, i sanos, todos querian
ir santiguados. Acontecia muchas veces, que de las Mugeres que con
nosotros iban, parian algunas, i luego en nasciendo nos traìan la
criatura à que la santiguasemos, i tocasemos. Acompañabannos siempre,
hasta dexarnos entregados à otros; i entre todas estas Gentes se tenia
por mui cierto, que veniamos del Cielo. Entretanto que con estos
anduvimos, caminamos todo el dia sin comer hasta la noche; i comiamos
tan poco, que ellos se espantaban de verlo. Nunca nos sintieron
cansancio; i à la verdad nosotros estabamos tan hechos al trabajo, que
tampoco lo sentiamos. Teniamos con ellos mucha autoridad, i gravedad, i
para conservar esto les hablabamos pocas veces. El Negro les hablaba
siempre: se informaba de los caminos que queriamos ir, i los Pueblos que
havia, i de las cosas que queriamos saber. Pasamos por gran numero, i
diversidades de Lenguas, con todas ellas Dios Nuestro Señor nos
favoresciò, porque siempre nos entendieron, i les entendimos, i ansi
preguntabamos, i respondian por señas, como si ellos hablàran nuestra
Lengua, i nosotros la suia; porque aunque sabiamos seis Lenguas, no nos
podiamos en todas partes aprovechar de ellas, porque hallamos mas de mil
diferencias. Por todas estas Tierras, los que tenian Guerras con los
otros, se hacian luego amigos para venirnos à rescebir, i traernos todo
quando tenian, i de esta manera dexamos toda la Tierra en paz, i
diximosles por las señas que nos entendian, que en el Cielo havia vn
Hombre que llamabamos Dios, el qual havia criado el Cielo, i la Tierra,
i que este adorabamos nosotros, i teniamos por Señor, i que haciamos lo
que nos mandaba, i que de su mano venian todas las cosas buenas, i que
si ansi ellos lo hiciesen, les iria mui bien de ello; i tan grande
aparejo hallamos en ellos, que si Lengua hoviera con que perfectamente
nos entendieramos, todos los dexàramos Christianos. Esto les dimos à
entender lo mejor que podimos; i de aì adelante, quando el Sol salia,
con mui gran grita abrian las manos juntas al Cielo, i despues las
traìan por todo su cuerpo; i otro tanto hacian quando se ponia. Es Gente
bien acondicionada, i aprovechada para seguir qualquiera cosa bien
aparejada.
En el Pueblo donde nos dieron las Esmeraldas, dieron à Dorantes mas de
seiscientos coraçones de Venado abiertos, de que ellos tienen siempre
mucha abundancia para su mantenimiento, i por esto le pusimos nombre, el
Pueblo de los Coraçones, i por èl es la entrada para muchas Provincias,
que estàn à la Mar del Sur; i si los que la fueren à buscar, por aqui no
entraren, se perderàn; porque la Costa no tiene Maìz, i comen Polvo de
Bledo, i de Paja, i de Pescado, que toman en la Mar con Balsas, porque
no alcançan Canoas. Las Mugeres cubren sus verguenças con Yerva, i Paja.
Es Gente mui apocada, i triste. Creemos, que cerca de la Costa, por la
via de aquellos Pueblos, que nosotros truximos, ai mas de mil Leguas de
Tierra poblada, i tienen mucho mantenimiento, porque siembran tres veces
en el Año Frisoles, i Maìz. Ai tres maneras de Venados, los de la vna de
ellas son tamaños como Novillos de Castilla: ai Casas de asiento, que
llaman Buhios, i tienen Yerva, i esto es de vnos Arboles, al tamaño de
Mançanos, i no es menester mas de coger la Fruta, i vntar la Flecha con
ella; i sino tiene Fruta, quiebran vna Rama, i con la Leche que tienen
hacen lo mesmo. Ai muchos de estos Arboles, que son tan ponçoñosos, que
si majan las Hojas de èl, i las laban en alguna Agua allegada, todos los
Venados, i qualesquier otros Animales, que de ella beben, rebientan
luego. En este Pueblo estuvimos tres dias, i à vna jornada de alli
estaba otro, en el qual nos tomaron tantas Aguas, que porque vn Rio
cresciò mucho no lo podimos pasar, i nos detuvimos alli quince dias. En
este tiempo Castillo viò al cuello de vn Indio vna Evilleta de Talabarte
de Espada, i en ella cosido vn Clavo de herrar: tomòsela, i
preguntamosle, què cosa era aquella? i dixeronnos, que havian venido del
Cielo. Preguntamosle mas, que quien la havia trìdo de allà? i
respondieron, que vnos Hombres que traìan barbas como nosotros, que
havian venido del Cielo, i llegado à aquel Rio, i que traìan Caballos, i
Lanças, i Espadas, i que havian alanceado dos de ellos; i lo mas
disimuladamente que podimos les preguntamos, què se havian hecho
aquellos Hombres? i respondieronnos, que se havian ido à la Mar, i que
metieron las Lanças por debaxo del Agua, i que ellos se havian tambien
metido por debaxo, i que despues los vieron ir por cima, àcia puesta del
Sol. Nosotros dimos muchas gracias à Dios Nuestro Señor, por aquello que
oìmos, porque estabamos desconfiados de saber nuevas de Christianos: i
por otra parte nos vimos en gran confusion, i tristeça, creiendo que
aquella Gente no seria sino algunos, que havian venido por la Mar à
descubrir: mas al fin, como tuvimos tan cierta nueva de ellos, dimonos
mas priesa à nuestro camino, i siempre hallabamos mas nueva de
Christianos; i nosotros les deciamos, que les ibamos à buscar, para
decirles, que no los matasen, ni tomasen por Esclavos, ni los sacasen de
sus Tierras, ni les hiciesen otro mal ninguno, i de esto ellos holgaban
mucho. Anduvimos mucha Tierra, i toda la hallamos despoblada, porque los
Moradores de ella andaban huiendo por las Sierras, sin osar tener Casas,
ni labrar, por miedo de los Christianos. Fue cosa de que tuvimos mui
gran lastima, viendo la Tierra mui fertil, i mui hermosa, i mui llena de
Aguas, i de Rios, i vèr los Lugares despoblados, i quemados, i la Gente
tan flaca, i enferma, huìda, i escondida toda; i como no sembraban, con
tanta hambre, se mantenian con corteças de Arboles, i Raìces. De esta
hambre à nosotros alcançaba parte en todo este camino, porque mal nos
podian ellos proveer, estando tan desventurados, que parescia que se
querian morir. Truxeronnos Mantas, de las que havian escondido por los
Christianos, i dieronnoslas: i aun contaronnos, como otras veces havian
entrado los Christianos por la Tierra, i havian destruìdo, i quemado los
Pueblos, i llevado la mitad de los Hombres, i todas las Mugeres, i
Muchachos, i que los que de sus manos se havian podido escapar, andaban
huiendo. Como los viamos tan atemoriçados, sin osar parar en ninguna
parte, i que ni querian, ni podian sembrar, ni labrar la Tierra, antes
estaban determinados de dexarse morir, i que esto tenian por mejor, que
esperar ser tratados con tanta crueldad, como hasta alli, i mostraban
grandisimo placer con nosotros, aunque temimos, que llegados à los que
tenian la frontera con los Christianos, i Guerra con ellos, nos havian
de maltratar, i hacer que pagasemos, lo que los Christianos contra ellos
hacian. Mas como Dios Nuestro Señor fue servido de traernos hasta ellos,
comenençaronnos à temer, i acatar, como los pasados, i aun algo mas, de
que no quedamos poco maravillados: por donde claramente se vè, que estas
Gentes todas, para ser atraìdas à ser Christianos, i à obediencia de la
Imperial Magestad, han de ser llevados con buen tratamiento, i que este
es camino mui cierto, i otro no. Estos nos llevaron à vn Pueblo, que
està en vn cuchillo de vna Sierra, i se ha de subir à èl por grande
aspereça: i aqui, hallamos mucha Gente, que estaba junta, recogidos, por
miedo de los Christianos. Recibieronnos mui bien, i dierronos quanto
tenian, i dieronnos mas de dos mil cargas de Maìz, que dimos à aquellos
miserables, i hambrientos, que hasta alli nos havian traìdo; i otro dia
despachamos de alli quatro Mensageros por la Tierra, como lo
acostumbrabamos hacer, para que llamasen, i convocasen toda la mas Gente
que pudiesen; à vn Pueblo, que està tres jornadas de alli; i hecho esto,
otro dia nos partimos con toda la Gente, que alli estaba: i siempre
hallabamos rastro, i señales adonde havian dormido Christianos; i à
medio dia topamos nuestros Mensageros, que nos dixeron, que no havian
hallado Gente, que toda andaba por los Montes escondidos, huiendo,
porque los Christianos no los matasen, i hiciesen Esclavos: i que la
noche pasada havian visto à los Christianos, estando ellos detràs de
vnos Arboles, mirando lo que hacian, i vieron como llevaban muchos
Indios en Cadenas: i de esto se alteraron los que con nosotros venian, i
algunos de ellos se bolvieron, para dàr aviso por la Tierra, como venian
Christianos, i muchos mas hicieran esto, si nosotros no les dixeramos
que no lo hiciesen, ni tuviesen temor: i con esto se aseguraron, i
holgaron mucho. Venian entonces con nosotros Indios de cien Leguas de
alli, i no podiamos acabar con ellos, que se bolviesen à sus Casas; i
por asegurarlos, dormimos aquella noche alli, i otro dia caminamos, i
dormimos en el camino; i el siguiente dia, los que haviamos embiado por
Mensageros, nos guiaron adonde ellos havian visto los Christianos; i
llegados à hora de Visperas, vimos claramente, que havian dicho la
verdad: i conocimos la Gente, que era de à Caballo, por las Estacas en
que los Caballos havian estado atados. Desde aqui, que se llama el Rio
de Petutàn, hasta el Rio donde llegò Diego de Guzmàn, puede haver hasta
èl, desde donde supimos de Christianos, ochenta Leguas: i desde alli al
Pueblo donde nos tomaron las Aguas, doce Leguas; i desde alli, hasta la
Mar del Sur, havia doce Leguas. Por toda esta Tierra, donde alcançan
Sierras, vimos grandes muestras de Oro, i Alcohol, Hierro, Cobre, i
otros Metales. Por donde estàn las Casas de asiento es caliente, tanto,
que por Enero hace gran calor. Desde alli àcia el Mediodia, de la Tierra
que es despoblada, hasta la Mar del Norte, es mui desastrada, i pobre,
donde pasamos grande, i increìble hambre; i los que por aquella Tierra
habitan, i andan, es Gente crudelisima, i de mui mala inclinacion, i
costumbres. Los Indios, que tienen Casa de aliento, i los de atràs,
ningun caso hacen de Oro, i Plata, ni hallan que pueda haver provecho de
ello.
Despues que vimos rastro claro de Christianos, i entendimos, que tan
cerca estabamos de ellos, dimos muchas gracias à Dios Nuestro Señor, por
querernos sacar de tan triste, i miserable captiverio; i el placer que
de esto sentimos, juzguelo cada vno, quando pensare el tiempo que en
aquella Tierra estuvimos, i los peligros, i trabajos porque pasamos.
Aquella noche Yo roguè à vno de mis Compañeros, que fuese tras los
Christianos, que iban por donde nosotros dexabamos la Tierra asegurada,
i havia tres dias de camino. A ellos se les hiço de mal esto,
escusandose por el cansancio, i trabajo: i aunque cada vno de ellos lo
pudiera hacer mejor que Yo, por ser mas recios, i mas moços, mas vista
su voluntad, otro dia por la mañana tomè conmigo al Negro, i once
Indios, i por el rastro que hallaba, siguiendo à los Christianos, pasè
por tres Lugares, donde havian dormido: i este dia anduve diez Leguas; i
otro dia de mañana alcancè quatro Christianos de Caballo, que
rescibieron gran alteracion de verme tan estrañamente vestido, i en
compañia de Indios. Estuvieronme mirando mucho espacio de tiempo, tan
atonitos, que ni me hablaban, ni acertaban à preguntarme nada. Yo les
dixe, que me llevasen adonde estaba su Capitan: i asi fuimos media Legua
de alli, donde estaba Diego de Alcaràz, que era el Capitan; i despues de
haverlo hablado, me dixo, que estaba mui perdido alli, porque havia
muchos dias, que no havia podido tomar Indios, i que no havia por donde
ir, porque entre ellos començaba à haver necesidad, i hambre; Yo le
dixe, como atràs quedaban Dorantes, i Castillo, que estaban diez Leguas
de alli, con muchas Gentes, que nos havian traìdo: i èl embiò luego tres
de Caballo, i cinquenta Indios, de los que ellos traìan: i el Negro
bolviò con ellos para guiarlos, i Yo quedè alli, i pedì, que me diesen
por Testimonio el Año, i el Mes, i Dia, que alli havia llegado, i la
manera en que venia, i ansi lo hicieron. De este Rio, hasta el Pueblo de
los Christianos, que se llama Sant Miguèl, que es de la Governacion de
la Provincia, que dicen la Nueva Galicia, ai treinta Leguas.
Pasados cinco dias, llegaron Andrès Dorantes, i Alonso del Castillo, con
los que havian ido por ellos, i traìan consigo mas de seiscientas
Personas, que eran de aquel Pueblo, que los Christianos havian hecho
subir al Monte, i andaban escondidos por la Tierra, i los que hasta alli
con nosotros havian venido, los havian sacado de los Montes, i entregado
à los Christianos, i ellos havian despedido todas las otras Gentes, que
hasta alli havian traìdo; i venidos adonde Yo estaba, Alcaràz me rogò,
que embiasemos à llamar la Gente de los Pueblos, que estàn à vera del
Rio, que andaban ascondidos por los Montes de la Tierra, i que les
mandasemos que truxesen de comer, aunque esto no era menester, porque
ellos siempre tenian cuidado de traernos todo lo que podian; i embiamos
luego nuestros Mensageros à que los llamasen, i vinieron seiscientas
Personas, que nos truxeron todo el Maìz que alcançaban, i traìanlo en
vnas ollas tapadas con barro, en que lo havian enterrado, i escondido, i
nos truxeron todo lo mas que tenian, mas nosotros no quisimos tomar de
todo ello, sino la comida, i dimos todo lo otro à los Christianos, para
que entre sì lo repartiesen; i despues de esto pasamos muchas, i grandes
pendencias con ellos, porque nos querian hacer los Indios que traìmos
Esclavos; i con este enojo, al partir dexamos muchos Arcos Turquescos,
que traìamos, i muchos �urrones, i Flechas, i entre ellas las cinco de
las Esmeraldas, que no se nos acordò de ellas, i ansi las perdimos.
Dimos à los Christianos muchas Mantas de Vaca, i otras cosas que
traìamos: vimonos con los Indios en mucho trabajo, porque se bolviesen à
sus Casas, i se asegurasen, i sembrasen su Maìz. Ellos no querian sino
ir con nosotros, hasta dexarnos, como acostumbraban, con otros Indios;
porque si se bolviesen sin hacer esto, temian que se moririan, que para
ir con nosotros no temian à los Christianos, ni à sus Lanças. A los
Christianos les pesaba de esto, i hacian, que su Lengua les dixese, que
nosotros eramos de ellos mismos, i nos haviamos perdido muchos tiempos
havia, i que eramos Gente de poca suerte, i valor, i que ellos eran los
Señores de aquella Tierra, à quien havian de obedescer, i servir. Mas
todo esto los Indios tenian en mui poco, ò nonada de lo que les decian:
antes vnos con otros, entre sì platicaban, diciendo, que los Christianos
mentian, porque nosotros veniamos de donde salia el Sol, i ellos donde
se pone: i que nosotros sanabamos los enfermos, i ellos mataban los que
estaban sanos: i que nosotros veniamos desnudos, i descalços, i ellos
vestidos, i en Caballos, i con Lanças: i que nosotros no teniamos
cobdicia de ninguna cosa, antes todo quanto nos daban, tornabamos luego
à dàr, i con nada nos quedabamos, i los otros no tenian otro fin, sino
robar todo quanto hallaban, i nunca daban nada à nadie; i de esta manera
relataban todas nuestras cosas, i las encarescian por el contrario de
los otros; i asi les respondieron à la Lengua de los Christianos, i lo
mismo hicieron saber à los otros, por vna Lengua, que entre ellos havia,
con quien nos entendiamos, i aquellos que la vsan llamamos propriamente
Primahaitu (que es como decir Vascongados) la qual mas de quatrocientas
Leguas de las que anduvimos, hallamos vsada entre ellos, sin haver otra
por todas aquellas Tierras. Finalmente nunca pudo acabar con los Indios
creer, que eramos de los otros Christianos, i con mucho trabajo, i
importunacion los hecimos bolver à sus Casas, i les mandamos, que se
asegurasen, i asentasen sus Pueblos, i sembrasen, i labrasen la Tierra,
que de estàr despoblada estaba ià mui llena de Monte, la qual sin dubda
es la mejor de quantas en estas Indias ai, i mas fertil, i abundosa de
Mantenimientos, i siembran tres veces en el Año. Tiene muchas Frutas, i
mui hermosos Rios, i otras muchas Aguas mui buenas. Ai muestras grandes,
i señales de Minas de Oro, i Plata: la Gente de ella es mui bien
acondicionada: sirven à los Christianos (los que son Amigos) de mui
buena voluntad. Son mui dispuestos mucho mas que los de Mexico; i
finalmente, es Tierra, que ninguna cosa le falta; para ser mui buena.
Despedidos los Indios, nos dixeron, que harian lo que mandabamos, i
asentarian sus Pueblos, si los Christianos los dexaban; i Yo asi lo
digo, i afirmo por mui cierto, que si no lo hicieren, serà por culpa de
los Christianos.
Despues que hovimos embiado à los Indios en paz, i regraciadoles el
trabajo, que con nosotros havian pasado, los Christianos nos embiaron
(debaxo de cautela) à vn Cebreros, Alcalde, i con èl otros dos. Los
quales nos llevaron por los Montes, i despoblados, por apartarnos de la
conversacion de los Indios, i porque no viesemos, ni entendiesemos lo
que de hecho hicieron: donde paresce quanto se engañan los pensamientos
de los Hombres, que nosotros andabamos à les buscar libertad, i quando
pensabamos que la teniamos, sucediò tan al contrario, porque tenian
acordado de ir à dàr en los Indios que embiabamos, asegurados, i de paz;
i ansi como lo pensaron, lo hicieron: llevaronnos por aquellos Montes
dos dias, sin Agua, perdidos, i sin camino, i todos pensamos perescer de
sed, i de ella se nos ahogaron siete Hombres, i muchos Amigos, que los
Christianos traìan consigo, no pudieron llegar hasta otro dia à medio
dia, adonde aquella noche hallamos nosotros el Agua: i caminamos con
ellos veinte i cinco Leguas, poco mas, ò menos; i al fin de ellas
llegamos à vn Pueblo de Indios de Paz; i el Alcalde que nos llevaba nos
dexò alli, i el pasò adelante otras tres Leguas à vn Pueblo, que se
llamaba Culiaçàn, adonde estaba Melchior Diaz, Alcalde Maior, i Capitan
de aquella Provincia.
Como el Alcalde Maior fue avisado de nuestra salida, i venida, luego
aquella noche partiò, i vino adonde nosotros estabamos, i llorò mucho
con nosotros, dando loores à Dios Nuestro Señor, por haver vsado de
tanta misericordia con nosotros, i nos hablò, i tratò mui bien; i de
parte del Governador Nuño de Guzmàn, i suia, nos ofresciò todo lo que
tenia, i podia: i mostrò mucho sentimiento de la mala acogida, i
tratamiento, que en Alcaràz, i los otros haviamos hallado; i tuvimos por
cierto, que si èl se hallàra alli, se escusara lo que con nosotros, i
con los Indios se hiço; i pasada aquella noche, otro dia nos partimos, i
el Alcalde Maior nos rogò mucho, que nos detuviesemos alli, i que en
esto hariamos mui gran servicio à Dios, i � V. Mag. porque la Tierra
estaba despoblada, sin labrarse, i toda mui destruìda, i los Indios
andaban escondidos, i huìdos por los Montes, sin querer venir à hacer
asiento en sus Pueblos, i que los embiasemos à llamar, i les mandasemos,
de parte de Dios, i de V. Mag. que viniesen, i poblasen en lo llano, i
labrasen la Tierra. A nosotros nos paresciò esto mui dificultoso de
poner en efecto, porque no traìmos Indio ninguno de los nuestros, ni de
los que nos solian acompañar, i entender en estas cosas. En fin,
aventuramos à esto dos Indios de los que traìan alli captivos, que eran
de los mismos de la Tierra, i estos se havian hallado con los
Christianos, quando primero llegamos à ellos, i vieron la Gente que nos
acompañaba, i supieron de ellos la mucha autoridad, i dominio, que por
todas aquellas Tierras haviamos traìdo, i tenido, i las maravillas, que
haviamos hecho, i los enfermos que haviamos curado, i otras muchas
cosas; i con estos Indios mandamos à otros del Pueblo, que juntamente
fuesen, i llamasen los Indios, que estaban por las Sierras alçados, i
los del Rio de Petaan, donde haviamos hallado à los Christianos, i que
les dixesen, que viniesen à nosotros, porque les queriamos hablar; i
para que fuesen seguros, i los otros viniesen, les dimos vn Calabaçon de
los que nosotros traìamos en las manos (que era nuestra principal
insignia, i muestra de gran estado) i con este ellos fueron, i
anduvieron por alli siete dias, i al fin de ellos vinieron, i truxeron
consigo tres Señores de los que estaban alçados por las Sierras, que
traìan quince Hombres, i nos truxeron Cuentas, i Turquesas, i Plumas; i
los Mensageros nos dixeron, que no havian hallado à los Naturales del
Rio donde haviamos salido, porque los Christianos los havian hecho otra
vez huir à los Montes; i el Melchior Diaz dixo à la Lengua, que de
nuestra parte les hablase à aquellos Indios, i les dixese, como venia de
parte de Dios, que està en el Cielo, i que haviamos andado por el Mundo
muchos Años, diciendo à toda la Gente, que haviamos hallado, que
creiesen en Dios, i lo sirviesen, porque era Señor de todas quantas
cosas havia en el Mundo, i que èl daba galardon, i pagaba à los buenos,
i pena perpetua de fuego à los malos; i que quando los buenos morian,
los llevaba al Cielo, donde nunca nadie moria, ni tenian hambre, ni
frio, ni sed, ni otra necesidad ninguna, sino la maior gloria, que se
podria pensar; i que los que no le querian creer, ni obedescer sus
Mandamientos, los echaba debaxo la Tierra, en compañia de los Demonios,
i en gran fuego, el qual nunca se havia de acabar, sino atormentarlos
para siempre; i que allende de esto, si ellos quisiesen ser Christianos,
i servir à Dios, de la manera que les mandasemos, que los Christianos
les ternian por Hermanos, i los tratarian mui bien, i nosotros les
mandariamos, que no les hiciesen ningun enojo, ni los sacasen de sus
Tierras, sino que fuesen grandes Amigos suios: mas que si esto no
quisiesen hacer, los Christianos les tratarian mui mal, i se los
llevarian por Esclavos à otras Tierras. A esto respondieron à la Lengua,
que ellos serian mui buenos Christianos, i servirian à Dios; i
preguntados en què adoraban, i sacrificaban, i à quien pedian el Agua
para sus Maìçales, i la salud para ellos? Respondieron, que à vn Hombre
que estaba en el Cielo. Preguntamosles, como se llamaba? Y dixeron, que
Aguar, i que creìan, que èl havia criado todo el Mundo, i las cosas de
èl. Tornamosles à preguntar, como sabian esto? Y respondieron, que sus
Padres, i Abuelos se lo havian dicho, que de muchos tiempos tenian
noticia de esto, i sabian, que el Agua, i todas las buenas cosas las
embiaba aquel. Nosotros les diximos, que aquel que ellos decian,
nosotros lo llamabamos Dios, i que ansi lo llamasen ellos, i lo
sirviesen, i adorasen como mandabamos, i ellos se hallarian mui bien de
ello. Respondieron, que todo lo tenian mui bien entendido, i que asi lo
harian; i mandamosles, que baxasen de las Sierras, i viniesen seguros, i
en paz, i poblasen toda la Tierra, i hiciesen sus Casas, i que entre
ellas hiciesen vna para Dios, i pusiesen à la entrada vna Cruz, como la
que alli teniamos, i que quando viniesen alli los Christianos, los
saliesen à rescebir con las Cruces en las manos, sin los Arcos, i sin
Armas, i los llevasen à sus Casas, i les diesen de comer de lo que
tenian, i por esta manera no les harian mal, antes serian sus Amigos; i
ellos dixeron, que ansi lo harian como nosotros lo mandabamos: i el
Capitan les diò Mantas, i los tratò mui bien; i asi se bolvieron,
llevando los dos, que estaban captivos, i havian ido por Mensageros.
Esto pasò en presencia del Escrivano, que alli tenian, i otros muchos
Testigos.
Como los Indios se bolvieron, todos los de aquella Provincia, que eran
Amigos de los Christianos, como tuvieron noticia de nosotros, nos
vinieron à vèr, i nos truxeron Cuentas, i Plumas; i nosotros les
mandamos, que hiciesen Iglesias, i pusiesen Cruces en ellas, porque
hasta entonces no las havian hecho; i hecimos traer los Hijos de los
Principales Señores, i baptiçarlos; i luego el Capitan hiço Pleito
omenage à Dios, de no hacer, ni consentir hacer entrada ninguna, ni
tomar Esclavo por la Tierra, i Gente, que nosotros haviamos asegurado; i
que esto guardaria, i cumpliria, hasta que su Magestad, i el Governador
Nuño de Guzmàn, ò el Visorrei en su nombre proveiesen en lo que mas
fuese servicio de Dios; i de su Mag. i despues de bautiçados los Niños,
nos partimos para la Villa de Sant Miguèl, donde como fuimos llegados
vinieron Indios, que nos dijeron, como mucha Gente bajaba de las
Sierras, i poblaban en lo llano, i hacian Iglesias, i Cruces, i todo lo
que les haviamos mandado: i cada Dia teniamos nuevas de como esto se iba
haciendo, i cumpliendo mas enteramente; i pasados quince Dias, que alli
aviamos estado, llegò Alcaraz con los Christianos que havian ido en
aquella entrada, i contaron al Capitan, como eran bajados de las Sierras
los Indios, i havian poblado en lo llano, i havian hallado Pueblos con
mucha Gente, que de primero estaban despoblados, i desiertos, i que los
Indios les salieron à recibir con Cruces en las manos, i los llevaron à
sus Casas, i les dieron de lo que tenian, i durmieron con ellos alli
aquella noche. Espantados de tal novedad, i de que los Indios les
dixeron, como estaban ià asegurados, mandò que no les hiciesen mal, i
ansi se despidieron. Dios Nuestro Señor por su infinita misericordia
quiera, que en los dias de V. Magestad, i debajo de vuestro Poder, i
Señorìo, estas Gentes vengan à ser verdaderamente, i con entera voluntad
sujetas al verdadero Señor que las criò, i redimiò. Lo qual tenemos por
cierto que asi serà, i que V. Magestad ha de Ser el que lo ha de poner
en efecto (que no serà tan dificil de hacer) porque dos mil Leguas que
anduvimos por Tierra, i por la Mar en las Barcas, i otros diez Meses que
despues de salidos de Captivos, sin parar anduvimos por la Tierra, no
hallamos Sacrificios, ni Idolatria. En este tiempo travesamos de vna Mar
à otra; i por la noticia que con mucha diligencia alcançamos à entender
de vna Costa à la otra, por lo mas ancho, puede haver docientas Leguas:
i alcançamos à entender, que en la Costa del Sur, ai Perlas, i mucha
riqueça, i que todo lo mejor, i mas rico està cerca della. En la Villa
de Sant Miguèl estuvimos hasta quince Dias del Mes de Maio; i la causa
de detenernos alli tanto, fue porque de alli hasta la Ciudad de
Compostela, donde el Governador Nuño de Guzman residia, ai cien Leguas,
i todas son despobladas, i de enemigos: i ovieron de ir con nosotros
Gente, con que iban veinte de Caballo, que nos acompañaron hasta
quarenta Leguas: i de alli adelante vinieron con nosotros seis
Christianos, que traìan quinientos Indios hechos Esclavos; i llegados en
Compostela, el Governador nos rescibiò mui bien, i de lo que tenia nos
diò de vestir: lo qual Yo por muchos Dias no pude traer, ni podiamos
dormir sino en el suelo: i pasados diez, ò doce Dias, partimos para
Mexico, i por todo el camino fuimos bien tratados de los Christianos, i
muchos nos salian à vèr por los Caminos, i daban gracias à Dios de
avernos librado de tantos peligros. Llegamos à Mexico Domingo, vn Dia
antes de la Vispera de Santiago, donde del Visorei, i del Marquès de el
Valle fuimos mui bien tratados, i con mucho placer rescibidos, i nos
dieron de vestir, i ofrescieron todo lo que tenian, i el Dia de Santiago
ovo Fiesta, i juego de Cañas, i Toros.
Despues que descansamos en Mexico dos Meses, Yo me quise venir en estos
Reinos: i iendo à embarcar en el Mes de Octubre, vino vna tormenta que
diò con el Navio al travès, i se perdiò: i visto esto, acorde de dejar
pasar el Invierno, porque en aquellas partes es mui recio tiempo para
navegar en èl: i despues de pasado el Invierno por Quaresma, nos
partimos de Mexico Andrès Dorantes, i Yo para la Vera-Cruz para nos
embarcar, i alli estuvimos esperando tiempo hasta Domingo de Ramos que
nos embarcamos, i estuvimos embarcados mas de quince Dias por falta de
tiempo; i el Navio en que estabamos, hacia mucha Agua. Yo me sali de èl,
i me pasè à otros de los que estaban para venir, i Dorantes se quedò en
aquel: i à diez Dias de el Mes de Abril partimos del Puerto tres Navios,
i navegamos juntos ciento i cinquenta Leguas: i por el camino los dos
Navios hacian mucha Agua, i vna noche nos perdimos de su conserva;
porque los Pilotos, i Maestros, segun despues paresciò, no osaron pasar
adelante con sus Navios, i bolvieron otra vez al Puerto do havian
partido, sin darnos cuenta de ello, ni saber mas de ellos, i nosotros
seguimos nuestro viage; i à quatro Dias de Maio llegamos al Puerto de la
Havana, que es en la Isla de Cuba, adonde estuvimos esperando los otros
dos Navios, creiendo que vernian hasta dos Dias de Junio, que partimos
de alli con mucho temor de topar con Franceses, que havia pocos Dias que
havian tomado alli tres Navios nuestros: i llegados sobre la Isla de la
Belmuda, nos tomò vna tormenta, que suele tomar à todos los que por alli
pasan, la qual es conforme à la Gente, que dicen que en ella anda, i
toda vna noche nos tuvimos por perdidos, i plugò à Dios, que venida la
mañana cesó la tormenta, i seguimos nuestro camino. A cabo de veinte i
nueve Dias que partimos de la Habana, haviamos andado mil i cien Leguas,
que dicen que ai de alli hasta el Pueblo de los Açores: i pasando otro
Dia por la Isla, que dicen del Cuervo, dimos con vn Navio de Franceses,
à hora de medio dia nos començò à seguir, con vna Carabela que traìa,
tomada de Portugueses, i nos dieron caça, i aquella tarde vimos otras
nueve Velas, i estaban tan lejos, que no podimos conocer si eran
Portugueses, ò de aquellos mismos que nos seguian: i quando anocheciò,
estaba el Francès à tiro de Lombarda de nuestro Navio; i desque fue
obscuro, hurtamos la derrota, por desviarnos de èl; i como iba tan junto
de nosotros, nos viò, i tirò la via de nosotros, i esto hecimos tres, ò
quatro veces: i èl nos pudiera tomar si quisiera, sino que lo dejaba
para la mañana. Plugò à Dios, que quando amaneciò, nos hallamos el
Franceses, i nosotros juntos, i cercados de las nueve Velas que he
dicho, que à la tarde antes aviamos visto, las quales conosciamos ser de
la Armada de Portugal, i dì gracias à Nuestro Señor, por averme escapado
de los trabajos de la Tierra, i peligros de la Mar: i el Francès como
conosció ser el Armada de Portugal, soltò la Caravela que traìa tomada,
que venia cargada de Negros, la qual traìan consigo, para que creiesemos
que eran Portugueses, i la esperasemos; i quando la soltò, dijo al
Maestre, i Piloto de ella, que nosotros eramos Franceses, i de su
conserva: i como dijo esto, metió sesenta remos en su Navio, i ansi à
remo, i à vela se començò à ir; i andaba tanto, que no se puede creer; i
la Caravela que soltò, se fue al Galeon, i dijo al Capitan, que el
nuestro Navio, i el otro eran de Franceses: i como nuestro Navio arribó
al Galeon, i como toda la Armada via que ibamos sobre ellos, teniendo
por cierto que eramos Franceses, se pusieron à punto de Guerra, i
vinieron sobre nosotros: i llegados cerca les salvamos. Conosciò que
eramos Amigos, se hallaron burlados por averseles escapado aquel
Cosario, con aver dicho que eramos Franceses, i de su compañia, i asi
fueron quatro Caravelas tras èl: i llegado à nosotros el Galeon despues
de averles saludado, nos preguntò el Capitan Diego de Silveira, que de
donde veniamos, i que Mercaderia traìamos: i le respondimos, que
veniamos de la Nueva-España, i que traìamos Plata, i Oro: i preguntónos
que tanto seria, el Maestro le dixo que traeria trecientos mil
Castellanos. Respondió el Capitan: Boa fee, que venis muito ricos, pero
tracedes mui ruin Navio, i muito ruin Artilleria, ò fide puta can à
renegado Frances, i que bon bocado perdeo, vota Deus. Ora sus pois vos
avedes escapado, seguime, i non vos apartedes de mi, que con aiuda de
Deus eu vos porne en Castela. Y dende à poco bolvieron las Caravelas
que havian seguido tras el Francès, porque les paresció que andaba
mucho, i por no dejar el Armada que iba en guarda de tres Naos que
venian cargadas de Especeria; i asi llegamos à la Isla Tercera, donde
estuvimos reposando quince Dias tomando refresco, i esperando otra Nao,
que venia cargada de la India, que era de la conserva de las tres Naos
que traìa el Armada: i pasados los quince Dias nos partimos de alli con
el Armada, i llegamos al Puerto de Lisbona à nueve de Agosto, Vispera de
Señor Sant Laurencio, Año de mil i quinientos i treinta i siete Años. Y
porque es asi la verdad, como arriba en esta Relacion digo, lo firmè de
mi nombre. Cabeça de Vaca. Estaba firmado de su nombre, i con el
Escudo de sus Armas, la Relacion donde este se sacò.
Pues he hecho relacion de todo lo susodicho en el viage, i entrada, i
salida de la Tierra hasta bolver à estos Reinos, quiero asimismo hacer
memoria, i Relacion de lo que hicieron los Navios, i la Gente que en
ellos quedò, de lo qual no he hecho memoria en lo dicho atras; porque
nunca tuvimos noticia de ellos hasta despues de salidos, que hallamos
mucha Gente de ellos en la Nueva-España, i otros acà en Castilla, de
quien supimos el suceso, i todo el fin de ello de que manera pasò.
Despues que dejamos los tres Navios, porque el otro era ià perdido en la
Costa Braba, los quales quedaban à mucho peligro, i quedaban en ellos
hasta cien personas con pocos mantenimientos, entre los quales quedaban
diez Mugeres casadas, i vna de ellas havia dicho al Governador muchas
cosas que le acaecieron en el viage antes que le suscediesen: i esta le
dijo, quando entraba por la Tierra, que no entrase, porque ella creìa,
que èl, ni ninguno de los que con èl iban, no saldrian de la Tierra: i
que si alguno saliese, que haria Dios por èl mui grandes milagros; pero
creìa, que fuesen pocos los que escapasen, ò no ningunos; i el
Governador entonces le respondiò, que èl, i todos los que con èl
entraban iban à pelear, i conquistar muchas, i mui estrañas Gentes, i
Tierras: i que tenia por mui cierto, que conquistandolas havian de morir
muchos; pero aquellos que quedasen, serian de buena ventura, i quedarian
mui ricos, por la noticia que èl tenia de la riqueça que en aquella
Tierra havia: i dijole mas, que le rogaba que ella le dijese las cosas
que havia dicho pasadas, i presentes, quien se las havia dicho. Ella le
respondiò, i dijo, que en Castilla, vna Mora de Hornachos se lo havia
dicho, lo qual antes que partiesemos de Castilla, nos lo havia à
nosotros dicho, i nos havia suscedido todo el viage de la misma manera
que ella nos havia dicho. Y despues de aver dejado el Governador por su
Teniente, i Capitan de todos los Navios, i Gente, que alli dejaba à
Carvallo, natural de Cuenca de Huete, nosotros nos partimos de ellos,
dejandoles el Governador mandado, que luego en todas maneras se
recogiesen todos à los Navios, i siguiesen su viage derecho la via del
Panuco, i iendo siempre costeando la Costa, i buscando lo mejor que
ellos pudiesen el Puerto, para que en hallandolo parasen en èl, i nos
esperasen. En aquel tiempo que ellos se recogian en los Navios, dicen
que aquellas personas que alli estaban, vieron, i oieron todos mui
claramente, como aquella Muger dijo à las otras, que pues sus Maridos
entraban por la Tierra adentro, i ponian sus personas en tan gran
peligro, no hiciesen en ninguna manera cuenta de ellos: i que luego
mirasen con quien se havian de casar, porque ella asi lo havia de hacer,
i asi lo hiço, que ella, i las demàs se casaron, i amancebaron con los
que quedaron en los Navios; i despues de partidos de alli los Navios
hicieron vela, i siguieron su viage, i no hallaron el Puerto adelante, i
bolvieron atras: i cinco Leguas mas abajo de donde aviamos desembarcado,
hallaron el Puerto, que entraba siete, ó ocho Leguas la Tierra adentro,
i era el mismo que nosotros aviamos descubierto, adonde hallamos las
Cajas de Castilla, que atras se ha dicho, à do estaban los cuerpos de
los Hombres muertos, los quales eran Christianos: i en este Puerto, i
esta Costa anduvieron los tres Navios, i el otro que vino de la Habana,
i el Vergantin buscandonos cerca de vn Año, i como no nos hallaron
fueronse à la Nueva-España. Este Puerto que decimos, es el mejor de el
Mundo, i entra la Tierra adentro siete, ò ocho Leguas, i tiene seis
braças à la entrada, i cerca de Tierra tiene cinco, i es Lama el suelo
de èl, i no ai Mar dentro, ni tormenta brava, que como los Navios que
cabràn en èl son muchos, tiene mui gran cantidad de Pescado. Està cien
Leguas de la Habana, que es vn Pueblo de Christianos en Cuba, i està à
Norte S�r, con este Pueblo, i aqui reinan las Brisas siempre, i vàn, i
vienen de vna parte à otra en quatro Dias, porque los Navios van, i
vienen à Quartèl.
Y pues he dado relacion de los Navios, serà bien que diga quien son, i
de que Lugar de estos Reinos, los que Nuestro Señor fue servido de
escapar de estos trabajos. El primero, es Alonso del Castillo Maldonado,
natural de Salamanca, hijo del Doctor Castillo, i de Doña Aldonça
Maldonado. El segundo, es Andrès Dorantes, hijo de Pablo Dorantes,
natural de Bejar, i Vecino de Gibraleon. El tercero, es Alvar Nuñez
Cabeça de Vaca, hijo de Francisco de Vera, i nieto de Pedro de Vera el
que ganò à Canaria, i su Madre se llamaba Doña Teresa Cabeça de Vaca,
natural de Xerez de la Frontera. El quarto, se llama Estevanicò, es
Negro Alarabe, natural de Açamor.
¶ Deo gracias,
Text prepared by:
- Caroline Chop
- Hannah Johnston
- Bruce R. Magee
- Taly Merker
Source
de Vaca, Alvar Núñez Cabeza.
La Relación de los Naufragios y Comentarios de Álvar Núñez Cabeza de
Vaca, Adelantado y Gobernador del Río de la Plata. Madrid: V.Suárez,
1906. Internet Archive. 8 July 2006. Web. 10 Oct. 2013.
<http://archive.org/ details/ 16thcent relacibon 05nbudrich>.
Antología Luisianense